Por Alvaro Sanjurjo Toucon
Averno (Averno). Bolivia / Uruguay 2018
Dir. y guión: Marcos Loayza. Con: Luigi Atenzana, Marcelo Bazan, Raul Beltrán, Roswitha Huber.
Aunque legalmente esta es una coproducción boliviano uruguaya, ya que su excelente fotógrafo y coproductor es el uruguayo Nelson Wainstein, estamos ante un cine netamente boliviano, acorde con los brillantes antecedentes de su director y guionista Marcos Loayza (La Paz, 1959). Loayza, arquitecto recibido en su ciudad natal, es, al igual que Wainstein, egresado de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, formadora de importantes cineastas.
Loayza posee una filmografía donde la historia de ficción, fuertemente embebida en elementos propios de un mundo de creencias y leyendas latinoamericanas, convive con documentales en torno a un continente, y en particular a una Bolivia,donde opera el sincretismo religioso y cultural, según pudo verse en la “opera prima” “Cuestión de Fe” (1995) y en títulos posteriores (“Escrito en el agua”, “El corazón de Jesús” y ahora “Averno”).
La búsqueda que un muchachito paceño ha de realizar para ubicar a su tío músico, quien deberá participar con su instrumento en el cortejo fúnebre de alguien que sin temores proclama habrá de morir en la jornada siguiente, plantea firmemente la inserción del film en una atmósfera propia de ese universo en que las leyendas andinas se fusionan con otras de diverso origen. El tránsito de ese adolescente, que como otros de las urbes latinoamericanas remite a una cruda realidad social, es también una peculiar versión de otros tantos viajes iniciáticos o descensos a los infiernos gestados en la literatura y el imaginario de pueblos de todos los tiempos y todas las geografías.
Vamos descubriendo ese transitar por el infierno, conjuntamente con quien se sumerge en ese clima universal que cuenta a la vez con un sello propio. En este caso y según manifestara Loayza, ajeno a su invención, y construido a partir de sus conversaciones con indígenas bolivianos.
Es innegable que “Averno” se inscribe en la corriente del realismo mágico latinoamericano cuyas fuentes nos remiten a Carlos Fuentes, Miguel Ángel Asturias y García Márquez, entre muchos otros, y que sin embargo tan escasa fortuna tuviera con la mayoría de sus adaptaciones a la pantalla.
Frecuentemente, los cineastas latinoamericanos al trasladar a aquella corriente literaria, se vieron absorbidos por la anécdota perdiéndose cuanto era atmósfera o viceversa. Loayza se sitúa en equilibrado sitial, a la vez que es uno de los mayores, sino el mayor, autor del realismo mágico del cine latinoamericano. Aunque debe reconocerse que alguna de las adaptaciones –no es el caso de Loayza que a excepción de “Escrito en el agua” es autor total del guión- lograran ocasionalmente fidelidad plena a la obra trasladada. Ello pudo verse en 1960, en la emblemática “Macario”, donde Roberto Gavaldón convirtió en realismo mágico un texto de B. Traven, ese prodigioso alemán que surcara la literatura de México y EE.UU.
“Averno” se ubica en los pináculos de un cine latinoamericano donde lo fantástico no es sino una manera de hurgar en lo real.
Djam, una joven de espíritu libre (Djam). Francia 2018
Dir. y guión: Tony Gatlif. Con: Daphne Patakia, Maryne Cayon, Simón Abkarian.
La veinteañera griega Djam, como lo dice directamente el título en castellano del film, es una criatura liberal en todos los órdenes de su existencia, transcurrida en la isla de Lesbos. Su tío, propietario de un barco que servirá a futuros excursionistas, necesita de un repuesto que artesanalmente podrán fabricar obreros de Estambul, hacia donde parte Djam con el propósito de obtenerlo.
Se inicia as{ una simpática y amable “roadmovie”, que sabrá aprovechar paisajes y especialmente la música. En la banda sonora resuenan a cada instante los compases de música y canciones rebéticas, un estilo musical griego cuya cadencia nostálgica y las letras remiten al “blues”, el “fado” y el “tango”. Teniendo en común con estos su origen arrabalero y su volcarse a historias románticas, a menudo dramáticas, pobladas por personajes barriobajeros.
El realizador y guionista francés de origen argelino Tony Gatlif (seudónimo de Michael Dahmari, Argel 1948), se aparta de su cine previo, donde el compromiso social tenía su espacio, optando por una perspectiva idílicamente falsa y optimista, expuesta con tal dinamismo y simpatía, que resulta difícil no acceder a su juego de intrascendencia no totalmente desligada de un trasfondo dramático y real. Incluyendo la cuestión de los pueblos que huyen de su hábitat natural, donde no faltan los voluntarios llegados del exterior, como la amiga de Djam en esta correría, que el autor socarronamente convierte en colaboradora finalmente auxiliada.
Ese vivir el momento, buscar la rápida solución que el ingenioso guión facilita, sortean indemnes la reiteración de finales felices y convencionalismos de “happyends” hollywoodianos. Sin la incisividad de Dino Risi, pero contando con una figura carismática como Patakia, evocadora del memorable Vittorio Gassmande “Il Sorpasso” (1962), este título es producto de quien sabe hacer cine de modo inteligente y divertido. Un cine que sin pretenciosidad es a su vez testimonio de su tiempo y región.
Tony Gatlif nacido en Argelia, es un cineasta francés con fuerte impronta de sus ancestros. Ese rasgo, más su interés por los gitanos, nos remiten a un cine, francés en este caso, pero también aplicable a otras cinematografías del Viejo Mundo, donde la realidad de la inmigración de los ciudadanos de las ex colonias hacia la antigua metrópolis imperial, abren paso a un sincretismo cultural y multiétnico. Ese aporte, o mixtura para ser más exactos, halló una forma visible a través de los equipos que disputaran el reciente mundial de fútbol en Rusia, donde los jugadores de piel negra son tan europeos como Vladimir Putin o la efusiva presidenta de Croacia.