Daniel Fernández, presidente del Centro de Almaceneros Minoristas, Baristas, Autoservicistas y Afines del Uruguay (Cambadu)
El comercio minorista necesita de una vasta clase media luchando por su bienestar, aseguran desde Cambadu, pero la inseguridad estanca por completo el desarrollo económico.
¿Cómo imagina que será el sector del comercio minorista en Uruguay dentro de 10 años?
Toda predicción a futuro exige un escenario posible. Para ser optimistas, imaginemos el mejor: con un mundo de economía creciente, sin conflictos, sin cataclismos naturales, sin pandemias y con un vecindario que finalmente se libera de sus pesadillas y retorna a aquellos años posteriores a las guerras europeas en los cuales tuvimos un espejismo de prosperidad que no nos habíamos ganado. En este caso, creo que nuestro sector habría contribuido a que nuestros servicios de abastecimiento estuvieran todos florecientes.
Pero no es sensato ser tan optimista, no sería consecuente con la historia del mundo. En ese caso, lo que los gobiernos deberían evitar es la concentración comercial en pocas manos, pues esa es una contingencia proclive a la cartelización de los suministros, el encarecimiento y la sumisión del consumidor. Solo la atomización de los puntos de venta asegura los derechos de las familias, en tanto que la libertad equitativa de comercio garantiza que todas las necesidades serán cubiertas sin demoras.
Felizmente, tenemos abundancia de emprendedores calificados. De manera que, sea como sea, el futuro que nos espera y que no podemos prever será el propio sector el que tendrá todas las respuestas. Para eso lo estamos preparando y perfeccionando desde nuestro primer Programa de Fortalecimiento del Comercio Minorista, reconocido internacionalmente como un excelente aporte a la evolución de la venta al detalle.
¿Qué tres o cuatro tareas fundamentales debería impulsar el próximo gobierno de forma prioritaria pensando en el desarrollo del comercio?
El comercio minorista no se nutre de las familias adineradas, sin que necesita de una vasta clase media luchando por su bienestar y por el futuro de sus hijos. En el otro extremo, a los comerciantes nos cuesta llegar hasta el sector de población en estado de subconsumo.
El de China es un buen ejemplo del impacto formidable que el crecimiento de la clase media produce en la economía y el bienestar de los pueblos. Me rechina el concepto de clase media, pero no se ha impuesto un concepto más claro sobre ese fenómeno.
Uruguay es todavía un ejemplo en el continente, junto con Costa Rica. Ambos países tenemos, desde muchos años atrás, una fuerte masa de clase media y eso, al mismo tiempo, nos caracteriza como países con libertades y oportunidades que no llegan a estos niveles en países con riqueza y pobreza extremas.
El camino de China parece ser el acertado, pero deberá acompañarse de justicia social, educación y, muy especialmente, seguridad. En ese entorno, el comercio se desarrolla solo; no necesita más que libertad y equidad para fortalecer el progreso.
¿Cuáles son los temas en que Uruguay, como país, tendría que poner énfasis, sin importar nivel ni sector de actividad, apuntando a un mayor desarrollo de su sociedad y de su economía en la próxima década?
Aunque no lo parezca, la inseguridad estanca por completo el desarrollo económico, tecnológico y social, porque su principal impacto es el del desánimo. Cada año perdemos emprendedores porque todo el producto de su esfuerzo es arrebatado por la delincuencia y porque ya no quieren arriesgar su vida cada día.
El desánimo también lo causa la lucha contra los costos que impone un Estado tan demandante en materia impositiva. Cuando uno cree que ha logrado hacer los recortes necesarios para recuperar su competitividad, lee en los medios que ha sido creado un nuevo impuesto o que se producirá una nueva suba. El Estado tiene que aprender a apretarse el cinturón, como lo hacemos nosotros, de otra manera, Uruguay no tiene futuro.
No es necesario que fundamente hasta qué punto la educación es un desafío impostergable en un mundo donde cada día se descubre algo nuevo y se reclama más y más preparación a las nuevas generaciones.
Un buen gobierno no debe ser una fábrica de impedimentos, sino un facilitador de oportunidades. Todas nuestras normas, nuestros institutos y nuestros funcionarios, son impedidores, sancionadores. Y no digo que esté mal, porque un gobierno debe marcar los límites y proteger a los más indefensos, pero también debería abrir oportunidades, ofrecer nuevos mercados internacionales para nuestros productos, crear alianzas que nos fortalezcan, pues de eso se debe ocupar el estadista. El estadista que gobierna y el estadista que no gobierna deberían hacer política partidaria solo en año electoral; el resto del tiempo deberían considerarse colegas al servicio de una sociedad que necesita de sus talentos. La lucha partidaria también desalienta porque frustra y frena a un país.