Rodolfo Nin Novoa, ministro de Relaciones Exteriores
Desde su asunción, el canciller ha impulsado la inserción internacional en el entendido de que cada posible apertura al mundo que el país desaprovecha, es una oportunidad perdida.
¿Cómo imagina que será la inserción internacional del Uruguay en 10 años?
Uruguay necesita constantemente revisar sus estrategias de inserción internacional, porque el mundo cambia a gran velocidad y quizás lo que planificamos hoy sea necesario cambiarlo en 10 años.
Sin perjuicio de ello, de lo que sí tenemos certeza es de la imperiosa necesidad de que Uruguay continúe y profundice aún más su inserción en el mundo; e insertarse en el mundo significa estar (inter)conectados, física y tecnológicamente.
Los uruguayos tenemos que entender que el mundo es uno, funciona como un “todo” interconectado, con fuerzas políticas, económicas y culturales que están constantemente retroalimentándose; y que, en ese escenario, las interacciones son cada vez más veloces y dinámicas, y por ende la competencia es cada vez más intensa.
De alguna forma, cada momento que “desaprovechamos” en términos de integrarnos de manera más inteligente al mundo, es una oportunidad perdida, es una “ventaja” que estamos cediendo a aquellos países que “compiten” con nosotros.
La forma más fácil de percibir esto es en el terreno comercial de bienes, área en la que, a medida que otros países profundizan las condiciones de acceso preferencial, ingresan en mejores condiciones mutuas sus producciones a mercados relevantes, desplazándonos –directa e indirectamente- de los mismos.
El anterior razonamiento aplica, en mayor o menor medida, para otros terrenos y escenarios que hacen a la política de inserción de un país. Me refiero a que en cuestiones como el comercio transfronterizo de servicios, la captación de inversiones productivas, el fomento de los intercambios educativos, la atracción de más turistas extranjeros, la cooperación en ciencia y tecnología, y otras cuestiones, también son “tableros” en los que los países debemos movernos rápidamente, tender puentes, abrir puertas y generar canales que, en última instancia, contribuyan a la conformación de una matriz económica madura, lo más diversificada e innovadora posible y que demande empleos de calidad.
Con esto, quisiera reiterar algo que ya he mencionado y que he defendido en múltiples oportunidades, que es la absoluta prioridad que reviste para Uruguay integrarse de manera inteligente, audaz y creativa con la comunidad internacional, lo cual implica insertarse efectivamente con la región –nuestro círculo concéntrico más próximo- y con la extra-región –Europa, Medio Oriente, Asia, África, Oceanía-.
¿Cómo llevar a cabo esta tarea? De diversas formas; hay numerosas herramientas a disposición. Una muy conocida, y para nosotros una de las más importantes, es a través de la firma de acuerdos comerciales integrales con otros países y bloques, en aras de que nuestra producción –bienes agroindustriales, servicios globales de exportación, productos industriales- pueda acceder a mercados más amplios en condiciones más previsibles, seguras y transparentes.
Pero, como ya mencioné recientemente, la inserción excede la mera transacción de bienes. Por lo cual, si bien los acuerdos de comercio son sumamente efectivos, tampoco podemos desconocer la utilidad de otro tipo de convenios que pueden repercutir positivamente en nuestro país. Estos son: acuerdos de cooperación aduanera, protocolos de habilitación sanitaria y fitosanitaria, acuerdos de promoción y protección de inversiones, acuerdos para evitar la doble tributación, memorandos de cooperación en turismo o educación, entre otra gran variedad de instrumentos a disposición.
“Uruguay no puede ser esclavo de “ataduras ideológicas”; tenemos que golpear todas las puertas que puedan desembocar en beneficios para las empresas de nuestro país”.
Esta estrategia se lleva a cabo en los tres escenarios disponibles para todos los países: bilateral, plurilateral y multilateral. Como podrá entenderse, es difícil prever cómo estará el sistema multilateral de comercio, en el ámbito de la OMC, de aquí a 10 años. Lo que sí puedo expresar, con el convencimiento más absoluto, es que Uruguay seguirá bregando por el fortalecimiento del régimen multilateral del comercio, convencido de que el diálogo y la cooperación económica son los medios idóneos para que la comunidad internacional, en su conjunto, pueda beneficiarse -y manejar adecuadamente- de los efectos de la globalización económica y financiera. Y Uruguay en especial, como país de dimensiones relativamente pequeñas en el escenario internacional, apela, en este sentido, a reforzar las instancias multilaterales y evitar situaciones de marginación o autoexclusión.
Desde mi asunción en marzo de 2015, hemos impulsado una apertura al mundo con las características descriptas. Esto, indudablemente, no es sencillo. Las negociaciones toman tiempo, muchas veces hay que dejar que los procesos maduren y, sumado a ello, los “tiempos de los acuerdos” también deben ser advertidos -canastas de desgravación arancelaria, entrada en vigor, efectos graduales y progresivos, etc.-. Sin embargo, una vez firmados dichos acuerdos, la importancia radica en que los mismos se van a cumplir, por lo cual, estamos brindando certezas y garantías a nuestros productores y exportadores. El resto, como se entenderá, ya pasa a depender del compromiso, la “inversión” y la apuesta que nuestra comunidad empresarial realice para maximizar sus oportunidades en el mundo.
Otro elemento que vislumbro importante dentro de 10 años es el creciente papel del sector servicios en el panorama económico global. Los bienes, como tales, siempre van a revestir de cierta importancia. No obstante, vemos que sobre la base de los productos, viene creciendo a pasos agigantados la participación de una serie de “industrias de los servicios” que, en última instancia, permiten la diferenciación del producto en cuestión, de forma que el mismo adquiera una diferenciación de sus competidores.
Aquí me estoy refiriendo a “generar valor”, insertarnos en cadenas globales de valor, a los tan mencionados “encadenamientos productivos”. ¿Qué es esto? Las cadenas globales de valor comprenden a toda la gama de actividades necesarias para llevar un producto desde su concepción hasta su consumo final, englobando tareas de diseño, investigación, producción, comercialización, distribución, e incluso servicios posventa. Éstas varían enormemente en función del producto. Para los casos de cadenas jerarquizadas, se generan distintos tipos de transacciones en base a características diferenciales del producto, a través de “activos” buscados por la demanda. ¿Qué precisa hacer un país como Uruguay? Acercarse a la demanda; esa es su forma de agregar valor. Desarrollar etapas que trasciendan la producción, profundizando en “servicios” asociados a la industrialización, almacenamiento especial, empaquetados “a medida”, etiquetados específicos, marketing segmentado y comercialización diferenciada.
Y el sustento de este tipo de cadenas jerarquizadas está en la provisión de servicios globales -empresariales, las TIC, creativos, financieros, logísticos, etc.-. Hay que tener en cuenta que, en 2017, Uruguay exportó US$ 6.269 millones por concepto de servicios; 48% correspondiente a servicios tradicionales -turismo y transporte- y 52% relativo a servicios no tradicionales -consultoría, software, intermediación, etc.-. Hoy en día, la exportación de servicios representa para Uruguay nada menos que el 40% de la canasta exportadora total del país.
“La exportación de servicios representa para Uruguay nada menos que el 40% de la canasta exportadora total del país”.
En esta línea, también vemos que a futuro el comercio internacional tendrá un componente cada vez más marcado en lo que hace a la “digitalización” de las transacciones, a la consolidación de plataformas online para efectivizar compraventas internacionales. En resumidas cuentas, el comercio electrónico -o e-commerce, como se conoce en inglés- seguirá creciendo en relevancia. Esto exigirá una adaptación a los exportadores uruguayos, en lo que, de alguna manera, es un cambio cultural que abrirá más posibilidades de llegar en forma directa al consumidor -evitando intermediarios-, pero que, del mismo modo, demandará un ajuste de las empresas, las cuales tendrán que ser capaces de ofrecer productos que se adapten a las necesidades concretas de los consumidores en plazos temporales cada vez menores.
Por último, a nivel geográfico, es claro que en los próximos 10 años vemos una importancia creciente de la cuenca del Pacífico, con los países de la Asean, junto a India y China, siendo motores importantes de desarrollo económico-comercial. Es por ello que hemos dispuesto la duplicación del personal abocado a la Embajada de Uruguay en Beijing, la apertura de un Consulado General en Guangzhou, China, y la apertura de una Misión Diplomática en Yakarta, Indonesia, que estarán a cargo, asimismo, de nuestro relacionamiento con la Asean. De la misma forma, es por este motivo que en el ámbito del Mercosur impulsamos un tratado comercial con China, iniciamos las negociaciones comerciales con Corea del Sur y estamos avanzados para empezar el proceso comercial con Singapur.
¿Qué tres o cuatro tareas fundamentales debería encarar el próximo gobierno en forma prioritaria pensando en el desarrollo de la política exterior de nuestro país, inmerso en un mundo cada vez más globalizado pero con bloques cada vez más proteccionistas?
Me parece que algunas de las tareas fundamentales del Ministerio de Relaciones Exteriores para el próximo gobierno nacional ya están, de alguna manera, iniciadas; por lo cual, en mi opinión, deberían irse evaluando sus desempeños, y en función de éstos, buscar una profundización de las mismas o, en su defecto, adaptarlas al cambiante contexto internacional al que me refería en la primera pregunta.
¿Cuáles son esas tareas a las que hago alusión? En primera instancia, será fundamental continuar con la profesionalización de los cuadros del servicio exterior del país. Un mundo dinámico, cambiante e inestable, con problemáticas acuciantes en materia medioambiental, migratoria, y en términos de seguridad, con realidades regionales diversas y complejas, requiere, evidentemente, de un colectivo de funcionarios diplomáticos de carrera preparado, formado y especializado.
“El comercio electrónico seguirá creciendo en relevancia y esto exigirá una adaptación a los exportadores uruguayos”.
Y, en cierto sentido, sin abandonar las temáticas propias que hacen a una cancillería, esto es, los asuntos político-diplomáticos que son el “corazón” de la institución, una especialización con énfasis creciente en política comercial y la negociación de disciplinas económicas y comerciales. Ese es el “tipo” de funcionario que, entiendo, será más necesario para Uruguay en los próximos años.
Lo anterior, de alguna forma, va en línea con determinadas acciones que venimos impulsando en el marco del Plan Nacional de Transformación Productiva y Competitividad. En este ámbito, se está trabajando para que algunas embajadas y consulados generales de Uruguay en el exterior -el plan piloto abarca cinco lugares identificados especialmente con potencial- se transformen en antenas comerciales y agentes de promoción comercial y de inversiones.
A mediano plazo, la idea es conformar una red con funcionarios de la Cancillería oficiando como puntos focales en locaciones clave, elaborando planes específicos de trabajo por mercado. Estos diplomáticos contarán con una capacitación especializada para atender las tareas concretas que se les exigirán, entre éstas, generación de información de calidad en materia comercial, identificación de inversores potenciales, seguimiento de inversiones ya realizadas en Uruguay, etc.
Este segundo elemento que acabo de mencionar tiene, a su vez, un correlato conceptual que entiendo importante enfatizar. Me parece necesario que todos quienes trabajamos en el ámbito del diseño y ejecución de políticas públicas entendamos que la “frontera” entre lo interno y externo, entre lo doméstico e internacional, será cada vez más difusa y más etérea. Por lo cual, y aquí va la tercera tarea que a futuro deberá profundizarse en mi opinión, es relevante que, a todo nivel, se impulse una mayor articulación entre las agendas interna y externa del gobierno nacional. Ambas deben ser, necesariamente, complementarias. Es imposible, hoy día, pensar en acciones de carácter doméstico sin repercusiones en lo externo; así como es inverosímil planificar una política externa que no tenga un sustento interno real. En resumidas cuentas, una única visión que debe plasmarse en dos planos complementarios, el interno y el externo. Y en este marco, el Gabinete Nacional de Transformación Productiva y Competitividad se avizora como un enclave promisorio en su rol de articulador de políticas transversales.
Como cuarta tarea a futuro, entiendo que debería continuarse con un ejercicio -ya iniciado- de diversificar la agenda externa del país. Tanto desde el punto de vista geográfico -contemplando a nuestros vecinos, a nuestra región y a los países y bloques extra-regionales; dándoles importancia por igual a mercados emergentes y tradicionales-, como desde una óptica temática -impulsando líneas de acción en materia de mejoramiento de acceso en bienes, en servicios, inversiones, cooperación aduanera, tributaria, cooperación técnica, turismo, etc.-, con un enfoque pragmático.
Uruguay, como país volcado al mundo desde su propia independencia, no puede ser esclavo de “ataduras ideológicas” o “teorizaciones inflexibles”. Tenemos que golpear todas las puertas que, eventualmente, puedan desembocar en beneficios para las empresas de nuestro país.
“En 2017, Uruguay exportó US$ 6.269 millones por concepto de servicios; 48% correspondiente a servicios tradicionales –turismo y transporte- y 52% relativo a servicios no tradicionales –consultoría, software, intermediación, etc.-”.
Finalmente, considero que Uruguay tendría que continuar con su política de apertura y fortalecimiento de misiones diplomáticas y consulados a cargo de funcionarios de carrera en distintas zonas del planeta. Allí donde el mundo muestra mayor dinamismo, debemos estar presentes. En este escenario, quisiera mencionar que otros ministerios, instituciones y agencias estatales especializadas de Uruguay están llamados a jugar también un papel importante en el exterior. ¿De qué forma? Seguramente haya varias maneras. No obstante, concretamente me gustaría dejar constancia de un instrumento que usamos, por primera vez, con nuestra Embajada en Beijing, China, donde a través de un acuerdo tripartito entre la Cancillería, el MGAP e INAC, se fortaleció las Agregadurías Agrícola y Comercial de la Embajada con más personal local especializado, a cargo del jefe de misión. Creo que esta iniciativa de mostrar resultados positivos, podría replicarse en otros países con el apoyo de instituciones uruguayas interesadas en tal sentido.
¿Cuáles son los temas en que Uruguay, como país, tendría que poner énfasis, sin importar nivel ni sector de actividad, apuntando a un mayor desarrollo de su sociedad y de su economía en la próxima década?
En primer lugar, por un tema de competencia -ya que estoy a cargo de la Cancillería y no corresponde que haga públicamente juicios de valor de otras secretarías de Estado-, preferiría referirme a aquellos temas que tienen que ver con la cartera que lidero.
No obstante ello, dado que -como ya dije- los escenarios interno y externo están en contacto constante, entiendo perfectamente que determinadas condicionantes domésticas influyen notoriamente en los resultados que, como país, podemos obtener en el extranjero, principalmente en lo que hace a exportar más bienes y servicios, así como en atraer más inversiones extranjeras productivas al Uruguay. Es evidente que, en la medida que los estándares de educación del país se elevan, los índices de seguridad mejoran y la infraestructura física del país crece -por poner tres ejemplos aleatorios-, las posibilidades de que más compañías extranjeras quieran invertir en nuestro país o las oportunidades para que más compañías uruguayas exporten en mejores condiciones, también se incrementan. Pero ello requiere, al mismo tiempo, de políticas transversales a largo plazo que exceden el trabajo propio de la Cancillería.
Si yo tuviera que decir cuáles son los temas en que Uruguay debería poner más hincapié apuntando a un mayor desarrollo de la sociedad y de su economía en la próxima década, mencionaría dos elementos en los que el Ministerio de Relaciones Exteriores sí tiene participación y vinculación directa.
Primero, promover una mayor internacionalización de pymes, que son la verdadera base del tejido económico y social de Uruguay. Si nosotros somos capaces de desarrollar acciones y herramientas para que pequeños emprendimientos familiares puedan beneficiarse de forma efectiva y concreta de la globalización económica, estaremos impulsando un factor extremadamente relevante en lo que hace a la generación de más empleos y la actividad económica. Concomitantemente, y como segundo paso, luego de que una firma mediana o pequeña logra efectivizar su primer negocio internacional, llegando a un mercado externo, tenemos que coadyuvar para que esa empresa tenga las condiciones para mantenerse en ese mercado, o incluso pueda dar un salto a otros mercados externos. Esto es lo que se conoce como vigencia exportadora; es decir, trabajar para que estas compañías, que muchas veces carecen de los recursos o la información que sí poseen las grandes empresas, puedan mantener en el tiempo un flujo regular de ventas al extranjero. Que tengan estabilidad en el tiempo y adaptabilidad a los diferentes requerimientos externos; lo cual va atado a conceptos como emprendedurismo, inclusión social, empoderamiento de la mujer en los negocios, especialización en servicios, etc.
Segundo elemento vital para Uruguay: nuestro país debe seguir apuntando a un modelo de producción natural, limpio, reconocido mundialmente por su inocuidad y por las garantías que el sistema ofrece en materia de sanidad, seguridad y trazabilidad de la producción. En términos futbolísticos, el partido de Uruguay está en la calidad de su producción, no en la cantidad. Esta situación, que se visualiza muy claramente en las carnes bovina y ovina, por ejemplo, apuntando a segmentos de alto poder adquisitivo y a nichos de consumidores que pagan un diferencial por productos de muy alta calidad, debemos empezar a trabajarlo también, en la medida de lo posible y con los recursos que puedan ponerse a disposición, con otros productos como vinos finos, frutas, lácteos, productos de la madera, del cuero y de la lana, y muchos otros. Y buscar certificaciones y reconocimientos de calidad que nos logren posicionar allí donde el consumidor y el público demandan excelencia.