El pasado sábado 15 de setiembre se cumplieron diez años de la quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers, hecho que marcó el agravamiento de la crisis financiera internacional, la mayor desde la Gran Depresión de los años treinta. A una década de ese acontecimiento, el mundo desarrolló nuevas regulaciones para evitar que el desastre se repita, pero con el paso de los años han crecido las voces que reclaman desregular el sector, y hay quienes advierten que el riesgo de una nueva crisis está aún latente.
Por Ricardo Delgado | @ricardo_dl
Comencé a trabajar en CRÓNICAS en marzo de 2007. Cuando mis primeras notas se imprimieron, el foco de la agenda estaba en las medidas del todavía nuevo Gobierno del Frente Amplio, siendo lo más destacado en esos primeros meses la entrada en vigencia de la Reforma Tributaria en julio de ese año, y otro tanto cúmulo de cambios que hacían parte de la política económica local.
Sin embargo, al mirar para afuera del país, se comenzaban a avizorar algunos nubarrones en la economía mundial, con algunas advertencias apocalípticas –locos posiblemente- que aventuraban el inminente derrumbe del sistema financiero internacional. Particularmente algunos problemas en el mercado hipotecario estadounidense comenzaban a hacer mella en algunas entidades financieras y nombres de empresas en dificultades comenzaron a leerse con frecuencia en las páginas color salmón.
Las noticias negativas se iban acumulando y la incertidumbre sobre la salud de la mayor economía del planeta comenzaba a ser preocupación de todos. Las semanas pasaron, los meses también, y a casi un año y medio de haber entrado a la redacción del semanario, me tocó ser testigo de uno de los momentos más importantes de la historia económica reciente: la caída del Lehman Brothers y el estallido de la crisis financiera internacional de 2008, la peor desde la gran depresión de 1929. Para muchos, se trataba del fin del sistema capitalista como se conocía.
La casa de papel
La quiebra del Lehman fue el punto de inflexión en la crisis, pero no el comienzo. Su génesis estuvo en el mercado de créditos hipotecarios de mala calidad y alto riesgo (subprime), que tuvo sus primeros indicios a fines de 2006.
«¿Cómo es que un aumento modesto en la morosidad de las hipotecas de alto riesgo -equivalente a US$ 34.000 millones – trastornó el sistema financiero estadounidense -que mueve US$ 57 billones- y luego los mercados internacionales?», se cuestiona el analista financiero Randall Dodd, citado en el libro del economista Diego Iturburu, “El colapso de Wall Street”. Iturburu definió a la crisis como un “iceberg”: “la crisis del mercado hipotecario de alto riesgo exponía un pequeño problema que se estaba manifestando en la economía americana y dejaba oculta una enorme problemática tanto en el sistema financiero como en la economía, de dimensión y complejidad desconocidas».
¿Cómo se llegó a ello? Iturburu identifica causas derivadas del “contexto económico benigno» de Estados Unidos, como el aumento de los precios de los activos -que generó la denominada burbuja hipotecaria-, el aumento del ahorro externo y las bajas tasas de interés, que provocaron una abundancia de liquidez. Otros factores derivaron del propio sistema financiero: «inadecuada valoración al riesgo», «notable expansión del crédito» y «falta de regulación y supervisión adecuada». También hubo «causas nuevas», como «nuevos productos estructurados de crédito» con una ingeniería financiera que implicó la «dispersión» del riesgo, alto nivel de pasivos, gran complejidad de instrumentos, inadecuados modelos de negocios y un sistema de incentivos inadecuado.
En su libro estableció cinco etapas de la crisis: La primera es el “estallido”, que se ubica entre finales de 2006 y principios de 2007, donde aparecen los primeros problemas de incobrabilidad de los “créditos basura”.
La segunda etapa es la de “contagio”, que se desarrolla entre julio de 2007 y marzo de 2008 con una extensión de la crisis al mercado de crédito. En este lapso quiebran dos hedge funds (instrumentos financieros basados en inversiones especulativas) de Bear Stearns.
La tercera etapa, denominada de “distensión”, comienza en marzo de 2008 cuando JP Morgan compra Bearn Stearns, y la Reserva Federal (Fed) comienza a intervenir. En esta etapa «el riesgo de caída de los grandes bancos parecía disiparse y el riesgo sistémico se había reducido notablemente».
Sin embargo, a partir de junio se genera el “recrudecimiento” de la crisis, la cuarta etapa, cuando se agudizan los problemas de las firmas Freddie Mac y Fannie Mae, que el 7 de setiembre son estatizadas.
Una semana después se anuncia la quiebra del Lehman y comienza la última fase: «El colapso». Lehman Brothers era uno de los principales bancos de inversión de EEUU, con 158 años de historia, y su quiebra fue la mayor de la historia de esa nación, con activos por 639.000 millones de dólares. «Todo lo que parecía impensado ya podía ser posible. El pánico y la irracionalidad inundaron los mercados y guiaron las acciones. Los niveles de riesgo, volatilidades, diferenciales de rendimiento y niveles de iliquidez se dispararon y alcanzaron niveles históricos. El peor escenario se había hecho realidad», escribió Iturburu.
“La crisis aún no termina”
El resto de la historia fue largo y doloroso para muchos países, quedando secuelas en todos ellos. Sin embargo, pese al trauma que significó la crisis internacional de 2008, muchos creen que el mundo no aprendió la lección, y corre el riesgo de caer nuevamente en una situación similar, o incluso peor.
Es el caso de Philippe Waechter, economista en jefe de Ostrum Asset Management, quien aseguró en una columna de opinión que “nadie está realmente satisfecho con la forma en que la gran recesión se ha resuelto”.
“Las utilidades de los bancos han vuelto a un nivel más elevado, pero incluso con una mayor regulación, nadie está del todo convencido de que resistirían una nueva gran crisis”, advierte el experto, que pone como ejemplo que la deuda corporativa, que fue uno de los detonantes de la crisis está muy por encima de su nivel del 2007.
Además, evaluó que la tendencia de crecimiento está por debajo de los niveles anteriores a la crisis –excepto en Alemania- y en el mercado laboral los aumentos salariales están por debajo de lo que debería presentar el ciclo empresarial. “Probablemente estamos en un entorno de estancamiento con bajo crecimiento, baja inflación y tasas de interés bajas a largo plazo”, interpreta. A su entender, el elevado nivel de la deuda pública y postura muy acomodaticia de la política monetaria, generan una situación en la que “no podremos enfrentar una nueva crisis sin daño considerable”. “La crisis aún no termina”, concluye Waechter.
En una línea similar, el economista suizo Thomas Straubhaar, escribió en una columna de la Deutsche Welle donde afirma que la crisis “todavía se hace sentir hoy” y que ni la economía, ni la política han extraído realmente ninguna lección de ella.
“La crisis del mercado financiero reveló hasta qué punto el egoísmo y la avaricia de banqueros, corredores de bolsa, agencias de calificación crediticia y de las instituciones financieras provocaron distorsiones macroeconómicas (…). Por lo tanto, al margen de todos los fundamentos macroeconómicos, los especuladores mueven los mercados de bienes, trabajo y capital como un juguete. En lugar de funcionar como el lubricante de la economía real y garantizar que las transacciones del mercado se desarrollen sin problemas, los mercados financieros están echando leña al fuego en los incendios de la economía global”, sostiene Straubhaar, agregando que ello implica una amenaza de un “colapso aún mayor que el de setiembre de 2008”.
Para el analista, existen varios “indicios de que la situación actual no es realmente más estable ni más a prueba de crisis de lo que era hace diez años”. “El cambio económico más grande del siglo apenas ha provocado un cambio en las ideas, ni en la política ni en la propia economía”, concluye.
Mejor pero no a salvo
A raíz del décimo aniversario de la quiebra del Lehman, la Directora Gerente del FMI Christine Lagarde –quien por entonces era ministra de Hacienda de Francia- publicó un artículo sobre las “lecciones aprendidas” y los “retos por delante”. Allí sostiene que la crisis sigue siendo “uno de los acontecimientos decisivos de nuestros días” y que “dejará marcada para siempre a la generación que la atravesó”.
Lagarde explica que las secuelas de la crisis, como los “onerosos costos económicos” y “la indignación que causan el rescate de los bancos y la impunidad de los banqueros en un momento en que los sueldos reales siguen estancados, son uno de los principales factores que explican la reacción en contra de la globalización, sobre todo en las economías avanzadas, y la pérdida de confianza en el gobierno y otras instituciones”.
La funcionaria destacó las respuestas que se adoptaron, resaltando “la gran coordinación entre las grandes economías representadas en el G-20”, el rol que jugaron los bancos centrales, los gobiernos y el propio FMI. “Combinadas, y en el contexto de la acción colectiva internacional, estas políticas en gran medida surtieron efecto en el sentido de que se evitó un peor desenlace”, sostiene Lagarde.
Para ella, muchos de los errores que llevaron a la crisis se abordaron, brindando mayor solidez al sistema bancario, mediante una regulación más estricta. Sin embargo, advirtió que todo ello “es positivo, pero no basta”: “Demasiados bancos siguen siendo débiles, especialmente en Europa. La capitalización bancaria probablemente debería ser mayor. El fenómeno de las instituciones cuya quiebra no se puede tolerar debido a su tamaño sigue siendo problemático porque los bancos crecen en tamaño y complejidad. Aún no se ha progresado lo suficiente en cuanto a la resolución de los bancos en vías de quiebra (…).
Muchas de las actividades de dudosa legalidad se están trasladando a la banca paralela. Y encima de todo esto, la constante innovación financiera -como las transacciones de gran frecuencia y las tecnofinanzas- añaden otros problemas para la estabilidad financiera.
Además, y quizás esto sea lo más preocupante, las autoridades se enfrentan a una presión sustancial por parte de la industria para replegar la normativa emplazada tras la crisis”, describió.
Lagarde también entiende que se requiere de mayor presencia de mujeres en puestos de autoridad en el mundo de las finanzas. “Lo digo por dos razones. Primero, una mayor diversidad siempre afila el pensamiento, alejando la posibilidad de endogamia intelectual. Segundo, se ha observado que las mujeres suelen ser más prudentes como líderes y suelen inclinarse menos por el tipo de imprudencia que provocó la crisis”, explica.
“Hoy nos enfrentamos a nuevas fallas, desde el posible repliegue de la regulación financiera hasta las consecuencias de una desigualdad excesiva, el proteccionismo y las políticas aislacionistas, y los crecientes desequilibrios mundiales. La respuesta que demos a estos retos determinará si hemos internalizado del todo las lecciones de Lehman”, concluyó.
“Las cinco consecuencias más sorprendentes”
Las crisis suelen analizarse desde los impactos económicos directos: caída de la actividad, cierre de empresas, pérdida de empleos, caída del salario, mayor pobreza, entre otra infinidad de indicadores macro y microeconómicos. Sin embargo, una crisis como la de 2008 tiene consecuencias en otros órdenes de la sociedad que podrían no preverse.
A esos aspectos refiere un artículo de Kim Gittleson, corresponsal de negocios de la BBC en Nueva York, quien se graduó en una universidad de Estados Unidos en 2008. Según explica, como a todos sus coetáneos, la crisis de ese año la tomó “por sorpresa”. “Independientemente de cuáles eran nuestras expectativas entonces, la realidad es que hoy como generación tenemos más deudas, menos hijos y unas cuantas cicatrices”, sostiene en su artículo.
La periodista refiere a “las cinco consecuencias más sorprendentes” que tuvo la crisis:
En primer lugar, “tenemos menos hijos, si los tenemos”. Al respecto, detalla que en la década transcurrida desde la recesión, las mujeres estadounidenses tuvieron 4,8 millones menos de bebes de lo que esperaban los demógrafos. «Cada año cuando miro las cifras de fertilidad espero que el número de nacimientos se incremente y no lo ha hecho», afirma Kenneth Johnson, profesor de la Universidad de New Hampshire consignado en el artículo.
La segunda consecuencia sorprendente es que “hemos acumulado mucha menor riqueza que las generaciones previas”. Citando una investigación de la BBC sobre el Reino Unido, detalla que la gente de entre 30 y 39 años de edad fueron los más afectados por la crisis financiera, perdiendo en promedio 7,2% de su riqueza en términos reales o unos US$ 2.684 al año entre 2008 y 2017. Algo similar ocurrió en Estados Unidos. “Los estadounidenses nacidos a mediados de la década de 1980 han acumulado un patrimonio 34% inferior de lo que se preveía tomando en cuenta lo ocurrido con las generaciones anteriores, según estimaciones de la Reserva Federal de San Louis”.
La tercera consecuencia es que “odiamos el mercado bursátil”. “Solamente dos de cada cinco millenials tienen inversiones en el mercado bursátil. E incluso aquellos de nosotros que invertimos solamente arriesgamos unos US$7.000, según datos de la Reserva Federal”, detalla.
La cuarta consecuencia es que “no compramos viviendas”. “El porcentaje de millenials entre los 25 y los 34 años que tenían una vivienda propia era de 37% en 2015, un 8% menos que en las generaciones anteriores”, explica. Ello se debe a varios factores, entre ellos, tener menos hijos, menos patrimonio y haberse convertido en adultos tras el estallido de la burbuja inmobiliaria.
La última consecuencia mencionada por Gittleson es que “no confiamos en nadie”. Reconoce que la confianza en las instituciones estaba deteriorándose mucho antes de la crisis financiera, pero tras ésta se derrumbó completamente. Entre las instituciones en las que menos se confían se encuentra Wall Street.
Las lecciones de América Latina
En un artículo publicado por el BID titulado “Los bancos diez años después de la crisis financiera mundial: lecciones de América Latina y el Caribe”, escrito por el experto del organismo, Andrew Powell, se hace referencia a lo que a su entender fueron los aportes de la región a la salida de la crisis. “Lo que ocurrió es que América Latina -por oposición a Estados Unidos y Europa- sobrevivió a la crisis financiera global y salió relativamente indemne. Desde luego, provocó una recesión en casi todos los países de la región, en gran parte debido al “macrocontagio” del norte, pero ninguna de las economías más grandes al sur del Río Grande sufrió una crisis financiera”.
El experto detalla que la región ya había aprendido algunas lecciones difíciles a partir de sus propias crisis financieras, de la década de los ochenta, noventa y principios del 2000. Eso llevó que se generara “una ola de avances regulatorios”. Mejoró la supervisión y las estructuras regulatorias, dando mayor capacidad de supervisión y vigilancia.
En ese sentido, cuando llegó la crisis de 2008, se vio que la diferencia entre la banca anglosajona y la latinoamericana es que los primeros “pueden básicamente hacer lo que quieran a menos que esas actividades estén prohibidas”. Por el contrario, en América Latina “los bancos sólo pueden hacer lo que ha sido autorizado específicamente”.
“Se ha sostenido que América Latina escapó de lo peor de la crisis puesto que tenía mercados de capitales menos desarrollados. Sin embargo, esto entiende la causalidad en un sentido equivocado. Los bancos han sido actores cruciales en la creación de nuevos instrumentos del mercado de capitales. Uno de los motivos es que esto les permite gestionar su capital más eficientemente—o proporcionar oportunidades de arbitraje—dependiendo del lado de la valla en la que uno se quiera situar”. En la región, muchos bancos no estaban autorizados a comerciar libremente en derivados complejos, de modo que los incentivos para desarrollar esos mercados disminuyeron. En ese sentido, Powell entiende que el mundo aún debería “prestar atención a esta lección concreta”.
“Si bien los bancos están generalmente bien capitalizados y líquidos, las tasas de crecimiento son más bajas de lo que se podría esperar, varios países requieren ajustes fiscales y las tasas de interés globales y el dólar están experimentando subidas en ambos casos. Los próximos años pueden ser una prueba desafiante para las mejoras que la región ha desarrollado en la estructura regulatoria y de supervisión”, concluye.