Por Álvaro SanjurjoToucon
Sin cifras que permitan una comparación exacta, el asueto estudiantil de primavera parece haber creado una oferta cinematográfica perfilada para público juvenil y particularmente infantil, superior a la de las pasadas vacaciones de julio.
Las salas montevideanas ofrecen 18 filmes aptos para todo público –prioritariamente cine de animación- con alrededor de un total de cerca del centenar de funciones diarias, concentradas en los multicines de los centros de compras (shoppings), cumpliendo el rol desempeñado en el pasado por los cines gigantescos. Entre estos últimos el primer lugar correspondía al “Censa”, hoy tugurizada galería en cuya parte superior, donde estaba la Tertulia, existen los cines “Opera”, cuyas deficiencias procuran compensarse con una entrada a $ 150, en contraposición con los precios, variables, según días, horarios, películas y edad de los espectadores, de las empresas “Movie” (de $ 210 a $ 510), “Life” (de $ 220 a $ 245) y “Grupocine” (de $ 210 a $ 345).
Los padres de hoy, seguramente en su niñez ocuparon alguna de las más de 2.500 butacas del “Censa”, en cuya cartelera reaparecían en funciones vacacionales los clásicos de Disney (Blancanieves, Cenicienta, Dumbo, etc.) que hoy han cedido pantalla a otras violencias emparentadas con los héroes del “playstation”.
El hecho social de concurrir al cine, derrotado transitoriamente por HVS, DVD, Netflix y similares dedicados a la venta de películas, posee una presencia casi congénita, puesta de manifiesto por aquellos párvulos capaces de consumir diariamente largas horas ante la pantalla del televisor y/o la computadora, reclamando también la asistencia al cine. Con lo que ello implica de descubrir ámbitos imposibles de alcanzar en el hogar y participar colectivamente de lo visto en la pantalla. Circunstancia a la vez experimentada por los adultos.
Si en tiempos del elefantiásico “Censa” y sus similares, la “ida al cine” en vacaciones primaverales o invernales era complementada con la posterior visita a un bar, pizzería o confitería (o al menos se adquirían frankfurters -y no panchos-, garrapiñada, maní calentito y otras vituallas ofrecidas en la vereda de los cines), hoy la ingesta ocurre en la sala y constituye importante renglón del negocio cinematográfico, llegando a superar lo concretamente ligado a las películas.
En años pretéritos y con escasas excepciones la oferta vacacional se apoyaba en estrenos (y en los clásicos de Disney), mientras que actualmente, a estos se adicionan los filmes seriados que salen con la última entrega y también las anteriores.
Los filmes para adultos, las más de las veces confinados a horarios nocturnos, parecen abroquelarse bajo la abundancia de historias de terror, estereotipadas hasta el cansancio. En tanto se reduce casi a su mínima expresión el film para quienes procuran contenidos más sustanciosos. Logrando atraer numerosa taquilla aquellos que más allá de diferentes evaluaciones, ofrecen temas palpitantes. Y esta primavera trae no solamente golondrinas que retornan, sino un film que puede estar pautando otros retornos: “La noche de 12 años” (crítica en la anterior edición).
Milla 22, el escape (Mile 22). EE.UU. 2018
Dir.: Peter Berg. Con: Mark Wahlberg, Lauren Cohan, Iko Uwais, Ronda Rousey, Natasha Goubskaya, John Malkovich.
Con cierto margen de error, y generalizando, puede señalarse que el cine de terror de los ’50 correspondía al temor al comunismo, el de Rambo (junto a Rocky y adláteres) estuvo preocupado por señalar la firmeza y fuerza de unos EE.UU. derrotados en Vietnam, y este espécimen responde a una especie de “como te digo una cosa, te digo la otra” en peligrosa versión del señor Donald Trump.
El enemigo es vasto y difuso (el film está hablado en inglés, ruso e indonesio), el combate está asistido de la más moderna y seguramente real tecnología, y los EE.UU. cuentan para ponerlo en acción, con los más energúmenos patriotas, guiados por el todo vale de la super potencia cuando se siente hostigada. Por cierto que una pequeña niña ablandará al superagente más implacable.
Bajo esas premisas, este vocero de un “american way of war” variable y siempre presente en Hollywood (véase “Operación Hollywood – La censura del Pentágono”, de David L. Robb), es un constante despliegue de sangre y violencia, convenientemente enfatizado por rápidos primeros planos de seres semidestrozados.
Todo acontece durante el traslado de un personaje asiático a lo largo de 22 millas, que los norteamericanos, cumpliendo con su palabra, recibirán en su país luego que este les revele cierto secreto de vital importancia.
Cierto que, como dijera el senador Joseph McCarthy, la propia casa está penetrada por traidores.
Respondiendo a clamores actuales, políticamente correctos, el film da espacio a agentes masculinos y femeninos –hay de todo en la viña del Señor-, sin incluir acosadoras escenas de sexo. La moral en la materia, queda a salvo.