Por Álvaro SanjurjoToucon
Eugenia. Bolivia 2017
Dirección, guión, fotografía, música: Martin Boulocq. Con: Andrea Camponovo, Álvaro Eid, Alejandra Lanza, Ricardo Gumucio.
Desde su arranque el film está refiriéndose a una narrativa no tradicional: personajes vistos de espalda en su deambular por imponentes zonas cordilleranas de Bolivia. Escenas cortadas abruptamente, comprendiendo también al sonido. Una mujer deambulando por la montaña y la ciudad, acerca de la cual poco se sabe, y su vínculo con otros personajes sobre los que hay escasas referencias.
Avanzado el metraje, y prestando extrema atención a los diálogos, podrá inferirse que la mujer se halla en proceso de un reencuentro consigo misma, corolario de una frustrada relación conyugal que la conduce a casa de su padre ya mayor, con nueva y joven familia.
Los saltos en el tiempo, operan como método narrativo, siendo imposible cuantificar la incidencia que en ello tuvo un rodaje esporádico a lo largo de dos años. Obligando al realizador a introducir cambios aleatorios.
Ese parcialmente involuntario “puzzle”, en torno a una boliviana no indígena, circulando por la solitaria aridez andina o las calles donde una sometida cultura ancestral asoma en cada fotograma, abre paso a un entorno documental, registrado por la impresionante y dramática fotografía (en expresivo blanco y negro sutilmente trabajado) del autor total del film: el joven realizador y guionista Martin Boulocq. En la vida real pareja de la actriz protagónica, una muy acertada Andrea Camponovo.
La huella de la “nouvelle vague” francesa (fin de los ’50 e inicios de los ’60), en lo que hace al estilo visual, se hace evidente, y hoy, ese modelo que ya cumplió su ciclo, dinamiza la historia. Donde no falta el guiño de entrecasa: el joven cineasta petulante y pretencioso, en un film repleto de referentes culturales y culturosas literario cinematográficas de impronta europea (¿una implacable autocaricatura?). Además de viejo cine dentro del cine a modo de homenaje a las huestes comandadas por Truffaut y Godard.
Los filmes, ya sea por presencia o ausencia de determinados elementos formales y/o temáticos, reflejan la realidad que los produce. Aserto que el cine boliviano ratifica y este título confirma.
En los años 60, un cine latinoamericano fuertemente comprometido con su realidad. imbuida de un revolucionarismo que parecía concretar el sueño “guevarista” de hacer de la Cordillera de los Andes la Sierra Maestra del continente, decía presente en esa corriente definida como “nuevo cine latinoamericano” (cuya máxima expresión era el Festival de La Habana).
Y si revolucionarios desde el punto de vista ideológico fueron títulos bolivianos como “YawarMallku” (1969) , “Ukamau” (1966), ambos de Jorge Sanjinés, “Chuquiago” (1977) de Antonio Eguino, a la cabeza de una amplia lista, no por coincidir o discrepar con ellos puede dejar de aquilatarse su validez como retrato social y creación cinematográfica.
Es así que “Eugenia”, deslumbrante en su documentalismo paisajístico y étnico, parcialmente frustrada en lo que hace a retrato intimista de la protagonista, logra introducir aspectos que hoy sacuden a bastante más que la cordillera andina: el rol de la mujer en lo familiar, laboral y social, y la legitimación de un movimiento LGBT presentado como paradigma, o por lo menos como paliativo de otras carencias.
Cenizas. Ecuador / Uruguay 2018
Dir. y guión: Juan Sebastián Jacome. Con: Samanta Caicedo, Diego Naranjo, Juana Estrella.
El cine ecuatoriano, en el período sonoro, ha llegado hasta nosotros en 41 ocasiones, siempre con exhibiciones en el circuito cultural. Su presencia inicial en pantallas locales, se produce en 1984 , con la memorable “Mi tía Nora”, realizada dos años antes con dirección del destacado cineasta argentino Jorge Prelorán.
En esa cuarentena de filmes ecuatorianos estrenados por estos lares, participaron unos quince realizadores, siendo Carlos Luzuriaga quien tiene mayor presencia numérica, con cinco títulos.
Juan Sebastián Jacome (Quito, 1983), director y guionista de “Cenizas”, realizó previamente el largometraje “Ruta de la luna” (2012) y el corto “Camión de carga” (2007).
“Cenizas” es un sórdido drama familiar, donde sus componentes dramáticos surgen pausadamente, demasiado por momentos (en los primeros diez minutos no hay indicios de por donde transitará el film). Mientras en otras secuencias la irrupción de un personaje (la abuela paralítica, senil y quizás conocedora de la verdad) emerge de modo casi sorpresivo.
El encuentro de una joven, con su padre al que no veía desde su infancia, surge en ese Ecuador contemporáneo, donde transcurre el relato como forzado corolario de la erupción del imponente volcán Cotopaxi, cuya cenizas invadiéndolo todo, ensucia paisaje y personajes, en medio de estallidos telúricos e interpersonales. Las fuerzas naturales desatadas (impresionantes y por momentos de efectista presencia) no son una recurrencia al estilo del hollywoodiano cine catástrofe, si bien su presencia sobreabunda, para así despejar dudas al público en cuanto a que este relato decididamente melodramático –al mejor estilo de sus similares mexicanos y argentinos de los años 40, predecesores del teleteatro- halla su correlativo en la ira del Cotopaxi, cuya furia volcánica es parte de un folletín. Seguramente añosos cinéfilos evocarán a la italiana “Stromboli” (1950), en que el volcán siciliano de ese nombre sacudió a Roberto Rossellini e Ingrid Bergman por fuera y por dentro del film; en ambos casos con ribetes de intolerancia.
La búsqueda de la verdad respecto a un posible incesto, la eficacia con que breves diálogos diseñan ese pasado rodeado por dudas, eran suficientemente válidas y en definitiva se ven perjudicadas por el subrayado de la naturaleza. Su uso más mesurado hubiese sido deseable. Para ver al Cotopaxi en acción basta con YouTube.
El film resuelve con ingenio, lo que parece ser ausencia física de una actriz, en un diálogo donde se ve solamente a una de las dos mujeres intervinientes, en tanto la otra es solamente una voz, un rostro a contraluz apenas atisbado, y un decidido fuera de foco. Si esas no fueron las causas de esas escenas, estamos ante un alarde de lo innecesario.
Los intérpretes oscilan entre la gelidez y los ojos desorbitados.
La participación uruguaya en la realización es elocuente respecto al creciente desarrollo técnico del cine nacional: montaje (Julián Goyoaga y Germán Tejeira), postproducción de imagen y efectos del volcán y cenizas (Sebastián Cerveñasky), postproducción de sonido (La Mayor); Germán Tejeira es coproductor y Camila de los Santos jefa de producción en nuestro país.