Por Álvaro Sanjurjo Toucon
Guerra Fría (Zimna Wojna). Polonia / Francia / Reino Unido 2018
Dir.: Pawel Pawlikovski. Con: Joana Kulig, Tomasz Kot, Borys Szyc, Agata Kulesza.
Una historia de amor iniciada en la Polonia de 1949, culminando a mediados de los años 60, es básicamente la anécdota del film. Pero el sorprendente realizador y guionista polaco Pawel Pawlikovski (Varsovia, 1957), ubica al romance en un entramado conformado por una sociedad dominada por un comunismo férreo, donde el sometimiento a lo político condiciona las interrelaciones humanas.
Ya en su previo film “Ida”, el realizador se introducía en conductas signadas por lo político y religioso, que en el caso de “Guerra fría” exhuma una política represiva lindera con la de George Orwell en su novela “1984”. Cuanto en Orwell es siniestra profecía, en este film es evocación fiel de un pasado abrevando en las propias fuentes del cine polaco.
El estilo narrativo de Pawlikowski se remite a sus colegas de los años 50 y 60 (Andrzej Wajda, Jerzy Kawalerowicz, Andrzej Munk) tanto en la majestuosidad impresa a historias de seres cotidianos, como en su propuesta visual. La fotografía de riquísima gama de grises, con sus extremos de blanco y negro, retoma propuestas de vibrante emocionalidad, ya sea para mostrarnos los restos de la bóveda y frescos de las paredes de una derruida iglesia, o el vértigo de unas danzas y canciones eslavas –este es un film musical, también-de dramática presencia sonora cuando ocupan el rol central.
La música se encarga de plasmar otro relato. El material autóctono es bastardizado haciendo del mismo elemental propaganda ideológica, cuya aceptación o rechazo determinará futuros individuales.
Los recursos visuales del film, eximen de comentarios. Canciones y danzas ofrecidas a la “nomenklatura” y a públicos de la Europa occidental, con su envolvente fuerza del canto y la danza, son la versión oficial de tradiciones mantenidas por campesinos de lúgubre existencia, según muestran tomas iniciales.
Entre los hallazgos visuales merece citarse la utilización de una pared de espejos, duplicando espacios y personas, a la vez que “aísla” a un trío en el centro geométrico de la imagen.
Si en una secuencia la temática folclórica liga a los protagonistas con su tierra y tradiciones, en otra serán los nuevos ritmos (jazz francés, rock de Bill Haley) los que conducen a la imposibilidad de mantenimiento del amor lejos de tradiciones cuya potencia irrumpe ante su ausencia.
No es este un desarrollo de la pasión de los amantes a lo largo de un tiempo que transcurre a la vista, sino su vigencia contemplada en secuencias no siempre temporalmente contiguas, conteniendo cada una su propia cadencia.
Una poética y conmovedora historia de amor despojada de todo vestigio sentimentaloide, un atractivo y veraz retrato político, donde lo clásico del relato se fusiona con referentes fílmicos de la época (Antonioni y alguna figura de la “nouvelle vague”); no es poco lo ofrecido por el realizador-coguionista.
Un elenco con personajes de los cuales asirse firmemente, halla su máxima expresión en la minuciosa labor de Joana Kulig.
Es de desear que su pronto estreno no se vea postergado por los “bodrios” “made in Hollywood”.
Bohemian Rhapsody / Rapsodia bohemia. EE.UU. / Reino Unido 2018
Dir.: Bryan Singer. Con: Rami Malek, Lucy Boynton, Gwily Lee.
La banda sonora de este film está integrada por grabaciones del conjunto “Queen” y su cantante Freddie Mercury, en tanto las imágenes que aparecen antes y después de las actuaciones (reconstruidas) en diversos escenarios, recrean (con dudosa fidelidad histórica) los vaivenes del conjunto y su líder.
La aproximación fugaz y rápida a los diversos protagonistas, en tanto se realice como retrato humano o intérprete musical, está signada por el vistazo superficial e inconsistente.
El neoyorkino Bryan Singer dirige con impersonal estilo, propio de los realizadores al servicio de un cine industrializado, en este caso con mucho de la levedad del “biopic” televisivo. Singer dirigió cuatro títulos de la saga “X-Men”, forzadas peripecias de Superman (Superman regresa), aventuras bélicas (Operación valquiria) y otras olvidables producciones.
Solamente para incondicionales de Mercury y Queen.
El repostero de Berlín (Der Kuchenmacher). Israel / Alemania 2017. Dir. y guión: Ofir Raul Graizer. Con: Tim Kalkhof, Sarah Adler, Roy Miller.
Un pastelero berlinés marcha a Israel, donde procurará tomar contacto con la viuda y el hijo de quien había sido su amante. Esa invisible presencia del muerto, condicionará una historia de adulterio “gay” que el film suaviza a través de un nuevo romance, cuyo incierto destino condicionará la aceptación de nuevos parámetros sociales, a los que el film contrapone antiguas normas religiosas.
A modo de nexo entre la viuda judía y el amante germano de quien fuera su marido, irrumpe la gastronomía. Para el caso, las delicias de pastelería ofrecidas en la cafetería “Kosher” de Israel y las del café berlinés, buscan convertirse en factor aglutinante, al que corresponde limar asperezas.
Rispideces en las que escasamente incide el engaño conyugal, desplazado por aquellas otras que enfrentan a sobrevivientes de la “shoa” y su descendencia, con el alemán convertido en corresponsable de los estragos ocasionados por sus padres y abuelos en los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial.
El atractivo planteo en términos de amable comedia dramática donde la gastronomía será determinante para el desarrollo del relato, colocaría a este film junto a “La fiesta de Babette” (Gabriel Axel), “Comer, beber, amar” (Ang Lee), “Chocolate” (Lasse Hallström), “Ratatouille” (Brad Bird), entre otras.
En cambio la reconciliación judeo germana, cuyas reales propósitos quedan fuera del metraje, es parte de un abrazo universal donde a los integrantes de la cultura LGBT, se otorgan grandes méritos.
Son gustos.