Por Pablo Mieres (*) | @Pablo_Mieres
Ya estamos transitando los primeros tramos de la campaña electoral 2019 y resulta evidente que se trata de una coyuntura en la que, como hace mucho tiempo no ocurría, los niveles de incertidumbre sobre sus resultados son extremadamente elevados.
Desde 2004, cuando el Frente Amplio ganó por primera vez el gobierno nacional, hasta la fecha, nuestro sistema político ha mantenido su tradicional estabilidad en los apoyos a los diferentes partidos políticos.
En efecto, durante tres elecciones consecutivas, el Frente Amplio alcanzó los votos suficientes para contar con mayoría absoluta en las dos Cámaras legislativas; y si analizamos los resultados tomando como referencia el bloque del partido de gobierno de un lado y la suma de los dos partidos tradicionales del otro, los cambios en las últimas tres elecciones no superan los cuatro puntos porcentuales. Blancos y colorados sumados representaron entre el 46 y 42% en las tres elecciones y el Frente Amplio obtuvo entre el 50,5 y 48% durante ese período.
Pues bien, esta estabilidad electoral se ha terminado definitivamente. Hay algo que está fuera de toda duda; el partido que gane lo hará en segunda vuelta pero, a diferencia de las últimas dos elecciones, no tendrá mayoría absoluta en ninguna de las dos Cámaras.
El Frente Amplio está efectivamente en riesgo de perder las elecciones y la lucha electoral será, como pocas veces en los últimos tiempos, de alta competitividad con un resultado incierto.
A su vez, el país tiene por delante un escenario muy complejo. Mucho más que el que se presentaba en las últimas tres elecciones. En efecto, tanto en 2004 (cuando ya el viento a favor soplaba en forma creciente) como en 2009 y 2014, los números de la economía y de su crecimiento eran positivos y, aunque existían problemas relevantes, también existía la sensación de que se trataba de problemas manejables.
Algo bien distinto ocurre hoy. El próximo gobierno tiene por delante desafíos muy complejos como consecuencia de la confluencia de problemas relevantes que se han ido postergando indefinidamente junto a otros más nuevos que se engendraron en estos tiempos. La inacción del actual gobierno, junto a la irresponsabilidad del gasto que viene desde el anterior gobierno, ha generado un contexto de restricciones y dificultades crecientes.
Por otra parte, la emergencia de numerosas y crecientes situaciones de irregularidades o, directamente, ilicitudes visibles en diferentes campos de la administración pública han determinado la aparición de una fuerte crítica de la ciudadanía al sistema político y una crisis de confianza significativa, que se acentúa con la falta de respuesta a los problemas más acuciantes que tiene el país.
En este contexto, se está desarrollando la actual campaña electoral.
Los asuntos sustantivos que el Uruguay debe resolver son de tal envergadura que los candidatos deberíamos tener la capacidad de centrarnos en el debate sobre las diferentes formas de solucionar tales problemas. Sin embargo, todo indica que uno de los más graves riesgos que enfrentamos es que la campaña electoral se centre en la confrontación personal, los agravios cruzados, las descalificaciones y los ataques personales.
La percepción dominante de que estamos en un momento histórico que implica un posible “punto de inflexión” de la historia del país, alimenta la tentación de “ensuciar” la campaña y eludir el debate por lo alto sobre las ideas y las propuestas.
La paradoja es que, como hace mucho tiempo no ocurría, la hondura de los asuntos pendientes debería orientarnos a discutir con seriedad y respeto las diferentes soluciones que cada uno de los competidores queremos impulsar.
Alguien podrá decir que la gente no decide por las propuestas programáticas de cada partido o candidato. Sin embargo, la gente está angustiada por cosas muy concretas cuyas políticas públicas determinan y determinarán consecuencias directas sobre su vida cotidiana.
La seguridad ciudadana, el empleo, la competitividad y la educación son asuntos que los uruguayos viven como serios problemas que afectan su vida personal y familiar. Esperan soluciones concretas de quienes les pedimos el voto.
Puede ser que el “conventillo” de las acusaciones recíprocas o los agravios cruzados, o la descalificación personal del adversario atraigan la atención de mucha gente y hasta es posible que genere “rating” en los medios de comunicación o en las redes sociales. Pero lo cierto es que la vida concreta de los uruguayos dependerá de las decisiones que estos tomen en las urnas en octubre y noviembre próximos, y ciertamente esos impactos (buenos o malos) nada tendrán que ver con los “shows” de ataques y contraataques entre los que competimos.
Por eso es muy importante que prioricemos la formulación de ideas y propuestas, esquivando la “farandulización” de la campaña.
Nosotros estamos decididos a impulsar una campaña con contenidos sustantivos. Hay que hablar de los asuntos y hay que ofrecer soluciones para los principales problemas del país. Aún a precio de quedar por fuera de los “focos” que atiendan a las confrontaciones y peleas.
Lo más importante es explicar con claridad a los ciudadanos qué es lo que queremos hacer si nos toca la gran responsabilidad de gobernar.
Por eso en pocas semanas, en base a la elaboración programática construida con los equipos técnicos del Partido Independiente, desde La Alternativa ofreceremos a la ciudadanía nuestro programa de gobierno. Un programa serio, profundo, con ideas concretas y aterrizadas para que los ciudadanos puedan conocer con claridad lo que pueden esperar de nuestra opción política y electoral.
Tampoco vamos a ceder a la tentación de la demagogia.
Esa es otra posible deriva inapropiada de esta campaña electoral. En el vértigo por ganar votos, es muy fácil ingresar en la carrera de “prometer el oro y el moro”. No se puede prometer livianamente la eliminación de impuestos, tampoco se puede asegurar la reducción sustancial de gastos con aplicación inmediata.
En este primer mes del año ya hemos tenido ejemplos de las dos tendencias equivocadas.
Por un lado, de los que han salido a “enchastrar la cancha” con acusaciones y agravios falsos; por otro lado, de los que empiezan a prometer todo tipo de beneficios que generan “espejismos” falaces.
No vamos a entrar en una disputa para ver quién ofrece lo más lindo y lo más fácil. La situación del país no permite grandes promesas e ingresar en tal camino es contrario a nuestras convicciones. Vamos a hablar con la verdad y vamos a asumir que hay cosas que se pueden y se deben cambiar rápidamente, mientras que otras requieren procesos más lentos y complejos.
Vamos a reconocer que en los primeros tiempos las medidas de cambio no serán todas bonitas ni generarán inmediatos beneficios. Pero estamos convencidos que se puede cambiar sin volver atrás.
Tampoco vamos a entrar en el juego de la confrontación y del agravio. Hay que mantener el respeto por las ideas y por la persona de nuestros adversarios, reivindicando la tolerancia y el pluralismo que constituye un alimento imprescindible de la democracia.
No tenemos dudas de que hay un final de un ciclo y que el partido de gobierno está agotado, sin ideas y sin capacidad de producir políticas que mejoren la realidad de vida de los uruguayos. Es más, las pocas ideas que tienen no van en la dirección correcta para solucionar los problemas existentes. El gran tema es qué alternativa viene en su lugar.
Estamos convencidos que, con ideas, con seriedad y firmeza, La Alternativa es justamente la mejor opción para el futuro del país. A ello dedicaremos todos nuestros esfuerzos en estos meses próximos, convencidos de que es posible demostrar a los uruguayos la validez de nuestra propuesta.
También estamos convencidos de que si resistimos a la tentación de las disputas y de la demagogia, más temprano que tarde, podemos orientar el tono y el contenido de la campaña electoral hacia los asuntos que hacen a la construcción de la pública felicidad. Eso es lo que esperan los uruguayos y eso es lo que puede reconstruir la confianza en la política y en los partidos.
(*) Senador del Partido Independiente.