Por Iván Posada (*) | @IvanPosada33
En pocas horas se conocerá el inapelable fallo de la ciudadanía, que con su voto determinará la composición del Poder Legislativo para el próximo período de gobierno. Las encuestas, más allá de su falibilidad, auguran un escenario electoral volátil. En medio de tales circunstancias, con un nivel de indecisos superior al de las tres últimas elecciones, quizás la única certeza es que el Presidente que resulte electo en el balotaje no tendrá mayorías para gobernar.
Pero además, todas las encuestas coinciden en que la nueva integración del Parlamento tendrá un “convidado de piedra”, un partido gestado en pocos meses, con nulos antecedentes de actuación pública, de impronta caudillista y militar, refugio de los nostálgicos de la dictadura, encolumnado detrás del hasta hace siete meses y días, Comandante en Jefe del Ejército Nacional Gral. Guido Manini Ríos.
En la política al igual que en la biología no existe generación espontánea. Nada ocurre porque sí. Para que existan consecuencias es preciso que haya causas que las originen. La candidatura de Manini Ríos fue preparada silenciosa y subrepticiamente utilizando los recursos y los medios que el Estado pone a disposición del Comandante en Jefe del Ejército. Pero no es su culpa.
Al fin de cuentas su designación como General primero, como Director Nacional de Sanidad de las Fuerzas Armadas después y finalmente como Comandante en Jefe, fue promovida por dos de los principales líderes tupamaros: José Mujica y Eleuterio Fernández Huidobro, siendo el primero Presidente de la República y el segundo Ministro de Defensa Nacional. Quizás por esa razón no sorprendió que en las exequias de este último, reivindicara especialmente “que quienes vestimos el uniforme de las instituciones armadas de la República le debemos un sincero homenaje a don Eleuterio Fernández Huidobro”.
¿En qué marco debemos interpretar las palabras de un militar que exalta a un líder tupamaro? ¿Qué cosas pactaron Mujica y Fernández Huidobro con la logia de los Tenientes de Artigas, que la gran mayoría de los uruguayos ignoramos?
Por lo pronto llama especialmente la atención que el ex Presidente al referirse al candidato de Cabildo Abierto lo hace con particular mesura. Más bien que sus comentarios parecen los de un analista político que busca explicar su irrupción política. A la luz de estos, tal parece que el Frente Amplio le ha dejado a la democracia un presente griego.
Las perspectivas para nuestro país son inciertas. En un Parlamento fragmentado, sin mayorías que acompañen a ninguno de los candidatos que disputarán el balotaje en noviembre, cobra importancia el rol del Partido Independiente, con su prédica social demócrata, su trayectoria parlamentaria y su actitud de desprendimiento, poniendo siempre, en cualquier caso, los intereses de nuestro Uruguay y de los uruguayos por encima del cálculo electoral, asumiendo siempre que la POLÍTICA es el medio para lograr los objetivos que promuevan el desarrollo humano y la pública felicidad. No debemos olvidar que son los medios los que justifican los fines.
El Frente Amplio luce agotado, carente de energía, como si le hubiera sobrado el actual período de gobierno, en el que careció de iniciativas que movieran la aguja, porque más allá de los avances que se consagraron en materia de derechos, su instrumentación no superó lo declarativo, careciendo de los recursos necesarios para ponerlos en práctica.
Pero hay más. En este período se comprobaron las fundadas sospechas de corrupción que envolvieron la desastrosa gestión de Ancap. El tema está presente. Lo está en la escandalosa garantía que el Estado uruguayo siendo socio minoritario otorgó a PLUNA para la compra de los siete aviones que todavía seguimos pagando. También está presente en el inexcusable episodio de conjunción del interés personal y del público, donde una empresa creada en el ámbito de un grupo político recibe los favores del entonces Presidente Mujica en la intermediación comercial con Venezuela.
Por cierto, los modelos de gestión se corresponden con esta lógica de la improvisación, porque al fin y al cabo, este modelo clientelístico, carente de profesionalidad, con ausencia absoluta de controles respecto al cumplimiento de los cometidos en términos de eficiencia, autocomplaciente, es el perfecto caldo de cultivo para propiciar la corrupción. Y por favor, tengamos memoria, el Frente Amplio no tiene la exclusividad.
Lo más grave es que esta forma de concebir el Estado nos está ganando. La ausencia de rigor intelectual para el análisis de su funcionamiento es propia de este tiempo en que las redes sociales dan amparo a las más variadas opiniones, que en su gran mayoría, provienen de un análisis carente de información y rigurosidad.
La realidad es que nuestro país está enfermo. Este Estado obsoleto se corresponde con lo que somos. Al fin de cuentas, en la dirigencia política, la intelectualidad y la sociedad en general, priman las miradas cortoplacistas, las visiones bipolares y las categorizaciones ideológicas perimidas en el mundo, pero vigentes en este Uruguay de hoy.
Según el color del cristal, los hechos pasan de ser la verdad revelada para unos, a una oprobiosa falsedad para otros. No hay términos medios. Solo un exultante e irracional maniqueísmo que todo lo niega, que nada construye.
Sin objetivos estratégicos que nos orienten y nos comprometan. Sin planes estratégicos, sin consensos básicos que permitan acordar las políticas públicas, marchamos al son de la coyuntura. De los precios internacionales, de los productos que exportamos, de la liquidez internacional en el mercado de capitales. Está claro que somos tomadores de reglas y de precios. Ese contexto nos viene dado y sobre él no podemos incidir mayormente. Pero sí podemos prepararnos para enfrentarlo. Sí podemos programar el uso de los recursos asignándoles consistencia intertemporal. Sí podemos reducir nuestras vulnerabilidades para enfrentar los riesgos. Sí podemos, consolidar una estrategia de desarrollo de largo plazo.
Nadie nos regalará nada. En este desafío los uruguayos estamos solos. Depende de nosotros mismos. Un primer paso al menos sería identificar nuestras fortalezas y debilidades. Identificar las oportunidades y amenazas que se ciernen sobre nosotros. Con un mercado interno de algo más de tres millones de habitantes, la clave estratégica de nuestro desarrollo es cómo nos insertamos en el mundo. Y para asumir tal desafío necesitamos imperiosamente profesionalizar la gestión del Estado.
Nos quedamos atrás. Nuestro PIB por habitante en 1955 era similar a los países europeos con mejor calidad de vida. Más de sesenta años después, la diferencia es abismal. Hay que dar vuelta la pisada. No es fácil. No por los obstáculos. Sino por nosotros mismos. El desafío nos convoca. Ni más ni menos que cambiar nuestra actitud. Hacer del conocimiento nuestro paradigma. He ahí el principio de un cambio definitivo y verdadero. ¡Ojalá que el próximo gobierno tenga la garantía del Partido Independiente!
(*) Diputado por Montevideo – Partido Independiente