Nuestro Gobierno, rectius: nuestra Nación, enfrenta actualmente una serie de desafíos (algunos de corte sinérgico, otros aparentemente incompatibles entre sí) en lo que refiere a su inserción internacional, tanto política como comercial.
Por: Dr. Pablo Labandera (*) | plabandera@dlc.com.uy
Nuestro Gobierno, rectius: nuestra Nación, enfrenta actualmente una serie de desafíos (algunos de corte sinérgico, otros aparentemente incompatibles entre sí) en lo que refiere a su inserción internacional, tanto política como comercial.
El fenómeno terrible del Covid–19 ha golpeado en forma proporcional –desde un punto de vista estrictamente económico– a todos los países del mundo.
Si bien Uruguay ha logrado un sitial de privilegio en los aspectos meramente sanitarios, el impacto económico ha sido muy fuerte y seguramente transcurran varios años antes de que se pueda volver a la situación pre-pandemia.
En los próximos años todos los países van a ser un poco más pobres. Es por ello que –ahora más que nunca– se necesita espíritu patriótico y la búsqueda de una política de Estado en todas aquellas áreas en que esto sea posible.
Una política no solamente “nacional”, sino también pragmática, desideologizada, uniforme y homogénea, con una conducción firme y certera, donde ceda espacio la “política partidaria”, y se logre de ese modo encaminar los desafíos pendientes, planteando las estrategias necesarias para lograr el despegue comercial que nuestra economía exigirá cada vez con mayor urgencia.
Un análisis profundo del discurso político del Gobierno y de la oposición, permite descubrir la existencia de más puntos de contacto de los que a priori se podría suponer.
La discusión en torno a la conveniencia de incrementar y ampliar nuestra inserción internacional, la necesaria flexibilización de algunas disposiciones del Mercosur que operan como freno para dicha expansión y la dosis necesaria de pragmatismo que toda política comercial requiere, deben combinarse en su justa medida para lograr una mayor coordinación y –de ese modo– alcanzar los resultados deseados.
Por tanto, la actual inestabilidad nos ha brindado una excelente oportunidad para reflotar lo que era una rica (y envidiable) tradición nacional: la existencia de una verdadera “política de Estado” en materia de comercio exterior y relaciones internacionales.
Hoy, cabe suponer que los principales actores políticos de todos los partidos conocen y comprenden la realidad actual del comercio internacional.
Estamos ante un mundo globalizado, que en dicho ámbito presenta, y seguramente presente en la futura “era post–Covid”, una serie de “especificidades”, a saber:
- Un incremento exponencial del proteccionismo, en su expresión más perniciosa; esto es, con una proliferación de medidas administrativas y comerciales de restricción al comercio.
- Un crecimiento importante de los bloques comerciales, formalizados a través de diferentes acuerdos preferenciales, con diferentes grados de integración (zonas de libre comercio, uniones aduaneras, etc.), pero –eso sí– cada vez más cerrados y con mayor desviación de comercio.
- Incremento de los aranceles y, como ya mencionáramos en el primer punto de este capítulo, su posible “sustitución” por diferentes medidas – económicas, aduaneras y/o administrativas– de corte no arancelario, erigidas como instrumento de protección de los mercados y de las ramas de producción nacional de cada país.
- Incremento relevante del “comercio inter – company”, entre firmas vinculadas a un mismo grupo empresarial.
- Una participación cada vez mayor del comercio de servicios y una influencia determinante de los derechos de propiedad intelectual vinculados al comercio.
- La inminente regulación a nivel multilateral de los denominados “nuevos temas”, como ser, la incidencia en el comercio internacional y la competitividad de los países de los aspectos medioambientales, o el “dumping social”, o incluso, la reciente aprobación de las normas en materia de “facilitación del comercio” a nivel de la OMC.
- La incidencia –sobre todo, en los aspectos reputacionales de los países– de la OCDE, y sus disposiciones y recomendaciones, en especial, en cuanto a su nivel de transparencia y la eliminación de la opacidad fiscal.
En síntesis, se avecinan tiempos muy diferentes a los actuales, no solo por los cambios culturales a los que estaremos expuestos, sino también por el nuevo escenario a nivel mundial que se generará en materia de comercio internacional.
El futuro dirá.
(*) Experto en Comercio Internacional y Derecho Aduanero.