Hace rato que la pandemia no es “papita para el loro”. El coronavirus nos está poniendo a todos a prueba. Pero ese desafío no es recogido de la misma manera por todos. Hemos visto que hay quienes recogen el guante y quienes apuestan al “yonofui”. Serán los “solucionólogos” y no los “problemólogos”, los que nos ayudarán a salir de la crisis.
Por: Ing. Carlos Petrella (*)
El covid-19 “no es changa”. Enfrentamos una crisis de gran tamaño que requiere especial atención y capacidad de aprendizaje para encarar los enormes desafíos que plantea. Si no logramos adecuadas respuestas a esta emergencia, los enfermos y los muertos van a ser el recuerdo permanente de nuestras carencias.
Hemos notado como muchos agentes políticos ven la oportunidad de decir que para otros países resultó más fácil, porque hicieron bien las cosas y endilgan al gobierno o a la ciudadanía la responsabilidad por sus acciones y por sus omisiones. Aparece una especie de “culparógrafo” que, a caballo de la ciencia, intenta redireccionar las responsabilidades.
Ese “culparógrafo”, más allá de patear la pelota lejos del lugar donde está como una forma de transferencia de responsabilidades, en realidad es una forma de tercerizar las culpas. Se genera, entonces, indirectamente, una especie de “yonofui” y puedo probarlo porque manejo científicamente el “culparógrafo”
Es oportuno analizar cómo se teje una cadena de argumentos en general sin pruebas adecuadas que los respalden, que mostrarían que habiendo hecho tal o cual cosa, muchos uruguayos no hubieran muerto. Hasta aquí opera algo así como un universo de conjeturas, que todavía no resisten la prueba científica que invocan para promocionarse.
Así es que se llega a la conclusión que podrían haber “muertes evitables”. ¡Desde luego que muchas muertes pueden evitarse! Sobre todo si hacemos análisis post acontecimientos. Pero hasta este momento, todo esto opera como un estudio de futuribles que todavía no pueden conformarse claramente.
Además, si somos más rigurosos, esas “muertes evitables” no pueden confirmarse científicamente porque las relaciones causales quedan diluidas. Lo que se tiene es solamente un panorama incompleto y borroso de correlaciones, desde las que se intenta deducir causalidades, de una manera realmente poco científica.
Sin duda que ante todo proceso que los seres humanos no controlamos enteramente, como es el caso de la pandemia, muchas muertes podrían evitarse. El gran paso adelante ha sido el uso del “culparógrafo” para demostrar que las muertes evitables son de aquellos que piensan diferente que uno. Pero cuidado que el invento puede matar al inventor.
El salto imprudente, cuando no ya malicioso, ocurre cuando las “muertes evitables” por coronavirus se cargan a las acciones u omisiones del gobierno nacional o de la ciudadanía. Allí es cuando el “culparógrafo” opera de una manera destructiva, para tercerizar en otro agente las responsabilidades, apuntando lejos del dedo acusador de quien lanza la proclama.
Así es que se consolida un juego perverso e inconducente para tirios y troyanos. Es algo así como el tan presente: “si te digo te miento”, tan característico de la cultura nacional. Aparecen estos “aportes” en charlas coloquiales de café, con sesgos que intentan arrojar agua al molino preferido, de una manera no siempre creíble.
Es como si hubiera circuitos de retroalimentación negativos, de miradas del vaso medio vacío, del adversario político. Pero el problema es que esas charlas de café a veces se trasladan a los medios de comunicación, de la mano de algunos referentes que tratan de incendiar al adversario político, olvidándose de la necesidad de buscar conjuntamente las soluciones.
No vale reconocer resignadamente retomando la frase de Kesman que sostiene que “es lo que hay valor”. Porque si eso fuera así, la solución, como dicen muchos uruguayos más sabios que yo, “queda en la loma del peludo”. Que realmente no sé dónde está, pero que me dicen los más viejos de la familia, será muy lejos de dónde estamos hoy.
Estas conductas no aportan colectivamente para que juntos encaremos mejor la pandemia. Operan como juegos del tipo ganar – perder, que sin darse cuenta, se transforman en juegos del tipo perder – perder. Lo estamos viendo día a día, sin que los comportamientos que “restan” a todos los uruguayos sean por lo menos cuestionados por la ciudadanía.
Tomar además buenos ejemplos de otros lares elegidos, como en un supermercado de buenas prácticas, para mostrar que aquí se podría estar haciendo lo mismo es, por lo menos, una muestra de falta de conocimientos, cuando no, incapacidad para separar la paja del trigo, en un momento particularmente relevante.
Por otra parte, tomar malos ejemplos de otros lares elegidos del supermercado de enfrente como grandes fracasos para mostrar que aquí se están haciendo las cosas bien, también muestra falta de conocimientos entre los cuales se cuelan incapacidades para poner en evidencia que ser menos peor que los más malos no es necesariamente buena cosa.
En muchos casos, las referidas conductas pueden tener orígenes más oscuros. Sobre todo mirando lo que los referentes comunican en los noticieros o colocan en las redes sociales. Allí aparece un sesgo ideológico mezclado con una gran dosis de malicia. Los referentes, no todos por cierto, se enredan en combates pirotécnicos para la barricada.
Lo que estoy apreciando es que muchos de los agentes comunicadores siguen sacando tickets en el Titanic, pensando que van a estar en los botes salvavidas, cuando eventualmente choquemos con el iceberg. Desde luego que con un reporte para el plan B. Esto es, que la culpa del accidente la tiene el iceberg, que imprudentemente, se colocó donde no debía estar.
Mientras el covid-19 sigue avanzando y tomando vidas, continuamos jugando al perder – perder. Parecería que la última cena junto con el nuevo coronavirus y sin tapabocas estuviera servida para que al comerla todos nos enfermemos. Ante eso, seguro que la culpa del accidente, mucho más allá de lo gastronómico, no será por cierto del iceberg.
No se puede hablar de que sacarnos de encima el covid-19 sea “Papita pal loro”. Los hechos desmentirían rápidamente esta frase, también muy a la uruguaya. Pero atentos que ni siquiera para los israelíes, que aparentemente están haciendo las cosas bien, la solución a las tribulaciones pandémicas, son “chips for the parrot”.
Muchos predicadores son dioses con patas de barro que acuden al “culparógrafo” como una especie de tótem del “yonofui” cuando el Titanic ya chocó con el iceberg y el foco debería ponerse en ayudar. Quienes ahora no ayudan, pudiendo hacerlo desde sus respectivos roles en la sociedad son, en realidad, parte del problema.
No es bueno jugar con la gente generando altavoces amplificadores para las amenazas que podría traernos nuestro pandémico porvenir. Es el momento de apostar a la unidad de voluntades para buscar las mejores respuestas, pues en vez de “problemólogos”, en estos momentos, se necesitan “solucionólogos”, como muy bien señalara Quino en Mafalda.
(*) PhD Docente e investigador de la FCEA de la Udelar