Por A. Sanjurjo Toucon
Pasajeros (Passengers) EE.UU. 2016. Dir.: Morten Tyldum. Con: Jennifer Lawrence, Chris Pratt, Michael Sheen.
La nave espacial transporta a cinco mil pasajeros y doscientos tripulantes, aproximadamente. El tiempo del viaje es mayor que el que puedan vivir todos esos seres humanos, habitantes de la Tierra. Para llegar con vida a destino, son sometidos a un proceso de hibernación, controlado por el propio vehículo.
En pocos minutos de proyección, “Pasajeros” ha establecido, con precisión, el marco de una historia semejante a la de un náufrago en una isla desierta. Visualmente apoyado con interiores de un vehículo espacial (escapado de “2001: odisea del espacio), el film se inclina hacia temas trascendentales cuando uno de los pasajeros irrumpe en la soledad del navío: ha fallado el sistema que le permitía su hibernación por criogénesis.
Este “Robinson Crusoe Sideral” inicia una introspección. Los planteos efectuados (alternando, brevemente ideas y particularmente escenografías de “2001”, de Kubrick y “Solaris” de Tarkovski) permiten suponer una derivación filosófica de la historia. Error. La historia del guionista Jon Spaihts, no desea trasponer los límites de un film del período clásico del cine norteamericano. “Pasajeros” inicia su palimpsesto del Robinson Crusoe de Daniel Defoe (¿copia u homenaje?). La adaptación (ingeniosa y flagrante) convierte los diálogos unipersonales de Robinson con su perro, en los diálogos del solitario pasajero con un androide. Uno, no hallará respuestas a sus palabras (su interlocutor es un can), el otro, confinado a la soledad interestelar, las tendrá de una máquina.
Varias cuestiones enjundiosas han sido colocadas sobre la mesa, derivando rápidamente al cine de aventuras. “Pasajeros” otorga su “Viernes” al viajero sideral, quien abrumado, desesperado, logrará una compañera.
En este instante, y con la claridad y simpleza del cine clase B norteamericano, se completan los lineamientos de la realización. “Pasajeros” no titubea en mostrar una diversidad temática que le conduce firmemente al cine de antaño, al producto para la matiné y los dobles programas. Filmes para todo público, pensados y realizados, según parámetros de la edad promedio de los espectadores.
“Pasajeros” es “western”, con la pareja abandonada en el desierto de Arizona, recorriendo vastos e inexplorados territorios; es la historieta romántica y previsible –chico encuentra chica- con galán apolíneo y compañera, abnegada, de sensual y codiciado cuerpo, ligeramente ingenua (es decir, un poco tonta); es igualmente cine indefinidamente religioso (como era habitual en Hollywood de antaño), con la recompensa del cielo para el héroe que muere; es “revival” de varios géneros, con ramalazos de un atractivo y superficial planteo acerca de la relación entre el hombre y las máquinas (homenaje a Hal 9000 y al Charles Chaplin de “Tiempos modernos”). Es la esencia del cine norteamericano serie “B”, de los años 50, reapareciendo fugazmente; aquella que abarataba costos con telones pintados, aquí subrogados por imágenes procedentes de la computadora hoy día (imagen coyuntural también y especialmente, es la esencia del cine norteamericano de los ’50: aquel que abatía costos con escenografías escasamente convincentes, reemplazadas hoy por económicos e increíbles efectos especiales realizados por computadora.
Lawrence (la infaltable y sensual rubia) y Pratt (el imprescindible galán recio y tierno) cumplen con los requerimientos de un cine que sustituye actuaciones con adecuado “physique du rol”. juega papel esencial. Si de interpretaciones hablamos, no puede olvidarse la labor de Martin Sheen, el hombre-máquina del bar de la nave, un barman al estilo de toda una constelación que brilló especialmente en el “cine negro” norteamericano.
Lo que no hace la computadora, es rescatar la intangible nostalgia que puede generar este divertido, ingenioso, emocionante, humorístico y lujoso cine de matiné.
El abogado del mal (The Whole Truth). EE.UU- 2016. Dir.: Courtenay Hunt. Con: Keanu Reeves, Renée Zellweger, Gugu Mbatha-Raw.
En remotos tiempos de la TV en blanco y negro, las pantallas locales fueron invadidas por seriales. Ya fuera en torno a un personaje o un tema. (Sunset Strip, Arresto y Juicio, Ballinger, Bonanza, Aventuras en el Paraíso, y un larguísimo etc.). Producidas en serie, estas seriales (valga la redundancia) se convirtieron rápidamente en clisés cada vez más reiterados. Otra de sus características era su bajo costo y el rodaje en viejos estudios cinematográficos para sus sobreabundantes “interiores”.
A excepción del color y un cierto gasto de producción, “El abogado del mal” pudo ser una de aquellas historias autoconclusivas.
Se acusa (en el Tribunal de Justicia) a un joven menor de edad, de haber asesinado a su padre. Su hermetismo tiene la defensa de un abogado que hará lo posible e imposible por obtener la liberación.
Sucesivos “flashbacks” (interrumpiendo las escenas en los tribunales) procuran aligerar el asunto a la vez que crear (por motivos obvios) una determinada imagen de los implicados. Transcurrido un tiempo prudencial (e invariablemente aburrido), el guión introduce sucesivas vueltas de tuerca, insinuando que nada es lo que parece.
La sensación de que estamos ante una mala historia vista infinitas veces, acompaña a esta realización de Courtenay Hunt; quien probablemente sin proponérselo hace cine “políticamente correcto”: los afrodescendientes ocupan lugares tan destacados como los caucásicos y la presencia y gravitación femeninas son notorias (ver en esta página crítica de “Belleza inesperada”)
Con aspecto más vistoso, estos títulos corresponden a una renovada “serie B”, aquella que en el pasado abastecía a las matinés, y luego a la TV, ahora abocadas a vender sus productos a los cada día más abundantes servicios de TV cable.
El autor del pretencioso guión no aparece por ningún lado, atribuyéndose a Nicholas Kazan, quien lo habría escrito en 2002. La realizadora Hunt ha dirigido varias series, destacándose “La ley y el orden”, también fue candidata al Oscar por el guión de su film “Río helado” de fugacísima presencia en pantallas locales.
Belleza inesperada (Collateral Beauty). EE.UU. 2016. Dir.: David Frankel. Con: Will Smith, Kate Winslet, Edward Norton, Helen Mirren, Michael Peña, Keira Knightley).
Entre el 12 y 29 del pasado mes de diciembre, este film se estrenó en más de treinta países, sumándosele tres más en este mes de enero. Las fechas no son casuales y están signadas por el marketing hollywoodiano, aprovechando la existencia de un público (principalmente estadounidense) que va al cine en torno al 24 y 25 de diciembre y consume ávidamente films con temas navideños.
“Belleza inesperada” no posee tema necesariamente navideño, siendo la proliferación de árboles navideños, hojas de abeto y abundantes decoraciones propias de esas celebraciones, las que imprimen ese sentimiento bondadoso inherente a las navidades hollywoodianas. En los EE.UU. la Nochebuena cede paso a una temprana marcha a la cama, para, a la mañana siguiente, hallar al pie del árbol los regalos de Papá Noel. Un personaje de antiguas leyendas europeas, no cristianas, vestido con ropa de un solo color de libre elección, hasta que el clásico diseño con colores totalmente rojos y blancos surgió como parte de una publicidad de “The Coca Cola Company” décadas atrás. Busque un Papá Noel en la propaganda de “Pepsi”.
En los minutos iniciales (cuando la Navidad ya es indiscutido ámbito, sin particular repercusión), un ejecutivo de publicidad sufre una crisis depresiva a causa de cuestiones familiares. Sus amigos, y los amigos de estos, se preocuparán por salvar al hombre de su estado, e inician una intrincada y densa malla donde convergen hijos muertos, traiciones conyugales (con su correspondiente dosis de explicación, según corresponda), recuperaciones del amor (sin escenas de sexo) y otros ingredientes acentuadamente melodramáticos surgidos de farragosos, incesantes y elementales diálogos.
El reparto es un lujo; son actores que entraron por la puerta equivocada.
La presencia de numerosos/as intérpretes afrodescendientes en similares situaciones que sus colegas caucásicos, se corresponde con el cine de Obama (ver en esta página crítica de “El abogado del mal). Los latinos (*) han pasado a ser “los negros” del pasado. No aparecen en porcentajes acordes con la realidad.
* En EE.UU., y según se desprende de los documentos de identidad, “latinos” son todos los bípedos procedentes de cuanto se halla al sur del Río Bravo, así se trate de los grupos indígenas que viven en el Titicaca. También se utiliza el término “hispanic”, con similar arbitrariedad