Entre la fascinación y el rechazo, el musical norteamericano despliega sus estilos

Cantando y bailando > ÉRASE NUEVAMENTE EN HOLLYWOOD

Por A. Sanjurjo Toucon

La la land: una historia de amor. EE.UU. 2016.  Dir. y guión: Damien Chazelle. Con: Ryan Gosling, Emma Stone, Aimée Conn, Terry  Walters, Tom Shelton.

Los historiadores, de cualquier disciplina,  suelen adoptar la práctica e inexacta costumbre de establecer efemérides, fijando, con fechas precisas, situaciones surgidas a consecuencia de un proceso más o menos complejo. De ahí que la Historia del Cine haga de “El cantor de jazz” (Alan Crosland, 1927), el título que dividió en dos períodos la misma: el silente y el sonoro. Aquel título constituiría un mojón de la Historia del Cine, a la vez que marcaba la aparición de un género cinematográfico imposible de existir sin presencia sonora: el Musical.

El sonido era el último adelanto del cine, fue adoptado y perfeccionado por Hollywood en primer lugar, y el resto del mundo de inmediato. Abundaron y sobreabundaron las historias de “chico encuentra chica” (o viceversa), en que con el menor pretexto (o sin él) los protagonistas cantaban o bailaban, o hacían ambas cosas, en filmes que importaban por su banda sonora.

La fórmula, que funcionara durante buen tiempo, se sustituyó con la incorporación de la danza y el canto a la historia abordada, tornándolos parte de la misma. No todo fue exitoso y con el devenir de los años el musical buscará nuevo derrotero: la adaptación de comedias de Broadway, la utilización del CinemaScope y otros artilugios abriendo paso a las   pantallas anchas y demás atracciones (el sonido estéreo, entre otros). Las superproducciones del género no se hicieron esperar al tiempo que, imperceptiblemente, iniciaban su decadencia (el “western”, modalidad emblemática del cine de los EE.UU., sufriría una caída con similitudes).

Las incorporaciones técnicas fueron insuficientes y las carteleras, que desde 1927 ofrecían constantemente canto y baile, vieron minimizado, hasta casi desaparecer, al cine musical.

Los grandes estudios de Hollywood comenzaron a revisitar sus archivos,  y en 1974 anticipando una modalidad de éxito, M-G-M da a conocer una formidable antología del “musical” con “Érase una vez en Hollywood”,  film de montaje que rescataba danza y canto de filmes, en muchos casos, con paupérrima apoyatura argumental.

Si “Érase una vez en Hollywood”, era la maravillosa sucesión anecdóticamente inconexa, de fragmentos del ´mejor cine musical, “La la land” arroja su mirada a esas diferentes modalidades estilísticas, utilizándolas al servicio de una anécdota central, del más riguroso esquema de “chica” (camarera deseosa de triunfar en el mundo del espectáculo) encuentra “chico” (pianista de jazz tocando en sitios de mala muerte).

Los vaivenes sentimentales y líneas anecdóticas secundarias no se diferencian de clisés del musical tradicional en diferentes períodos. Los cultores del musical cinematográfico hollywoodiano / broadwayano, seguramente se extasiarán ante este imaginativo film, mientras que quienes no desmayan por el género, enfrentarán una anodina historia de amor con algunos momentos visualmente deslumbrantes. Los larguísimos planos secuencia con  que se abre  y cierra el film, sorprendentes, imposibles, desafiando la imaginación del espectador, recogen una excepcional escenografía urbana con sus atascos automovilísticos y  otras instancias en las que  parecen combinarse “West Side Story” con “Fiebre de sábado a la noche”. Buscar la fuente original de una escena puede ser atractivo desafío para los devotos del musical hollywoodiano, en tanto quienes busquen algo más sustancioso, difícilmente lo encuentren en este “show” acerca de las  transformaciones de  un género impregnado por la cultura “wasp” (blanca, anglosajona y protestante) norteamericana.

Se han señalado coincidencias entre “La la land”  y “Las señoritas de Rochefort” (1966), musical francés de Jacques Demy, pudiendo agregarse “Los paraguas de Cherburgo” (1964), del mismo realizador. Lo cual es cierto, sin que ello signifique una clara influencia del francés, quien, como integrante de la “Nouvelle Vague” sentía admiración por la producción  hollywoodiana en su período de esplendor (aproximadamente años ‘30  y 40).

Si visualmente “La la land” recorre diferentes períodos del musical, su oferta auditiva se entronca con los musicales de Broadway más representativos de las últimas décadas  (de “El fantasma de ópera” a “Los miserables”, pasando por “Miss Saigon”) con esa anodina impersonalidad que tanto pierde carácter como aplica estados anímicos a música intercambiable.

“La la land” arrasó con varios “Globos de Oro” concedidos por la Asociación de  la  Prensa  Extranjera de Hollywood, entidad escasamente respetable, en la que algunos de sus       integrantes solamente se aproximan al medio periodístico cuando adquieren un ejemplar.

Seguramente ganará también varios “Oscar”, estatuilla  con la que la Academia de Hollywood (unas seis mil personas que trabajan en la industria) premia algo que no se sabe qué es,  pero resulta sumamente redituable.

En los EE.UU. de hoy, con Donald Trump amenazando el futuro, prometiendo volver al pasado, es explicable que una película evocadora de esa nación hace unas cuantas décadas, logre la adhesión de todos aquellos “wasp” que (aunque desconozcan a Manrique), están convencidos que “todo tiempo pasado, fue mejor”.

El amor se hace (Kiki, el amor se hace).  España 2016. Dir.: Paco León. Con: Natalia de Molina, Alex García, Jacobo Sánchez, Ana Katz, Candela  Peña, Belén Cuesta.

“El amor se hace” es un eufemismo de “hacer el amor”, a su vez eufemismo para referirse al más antiguo vínculo físico existente entre dos personas, generalmente de diferente identidad de género: la relación sexual. Señalándose así, la línea temática sobre la que se deslizará esta producción española, versión del sevillano Paco León del film australiano, no exhibido en el Uruguay, “The Little Death”, eufemismo del idioma inglés para referirse al orgasmo.

La óptica de ambas realizaciones atraviesa la intimidad de varias parejas exponiendo, u ocultando, aquello que sucesivos textos informan desde la pantalla; se trata de “parafilias”. Término que según el diccionario de la RAE significa “desviación sexual”. Imprecisión que ayudan a disipar algunos textos de  psicología, definiéndola como el (muy disfrutable) “comportamiento sexual en el que la fuente predominante de placer no se encuentra en la cópula, sino en alguna otra actividad” conexa. Fellatio, cunnilingus, “lluvia dorada”, penetración anal, excitaciones producto del contacto de una tela, y un larguísimo etcétera, solamente limitado por la imaginación de unos  y la moral de otros. Sin olvidar que las conductas parafílicas “dependen en un grado muy elevado de las convenciones sociales imperantes en un momento y lugar”.

Ante la diversidad de formas adoptadas por el vínculo sexual, la psicología (y otras disciplinas no exactas) ofrecen la alternativa en cuanto a que, en la materia, nada es  anormal cuando los límites son “consensuados”. Término que la RAE define como “adoptar una decisión de común acuerdo entre dos o más personas”. Siendo las diferencias de comportamiento de los integrantes de varias parejas, las que con humor registra “El amor se hace”.

No corresponde detallar las conductas, a su vez, consideradas parafílicas, que ilustran con humor los/las protagonistas de ambos filmes. Es, precisamente, este retrato “transgresor” y caricatural, el resorte que determinará lo osado y/o jocoso del film.

El humor depende de las historias, pero también del ritmo con que se narran, de las  pausas introducidas por el relator, sea  una  persona en vivo, o figura de pieza teatral o film; de la   aplicación de un término oportuno, y de esa intangible condición que es la capacidad para generar humor. En otras palabras, el mismo relato puede provocar risas (o llantos) dependiendo de quien lo interpreta.

En “The Little Death”, su realizador toma las conductas sexuales de varias parejas, minimizando el erotismo, enfatizando en las consecuencias de lo sexual, mientras que la versión hispana hace del erotismo columna vertebral del relato. Y todo esto se consigue aplicando esos “tempos” y apariciones oportunas de los múltiples personajes con la frase o expresión que redundará en la condición “divertida” del film.

A “The Little Death” le falta el desparpajo y socarronería de  que hace caudal Paco León. Descomunal director de actores que logra un rendimiento parejo de su desparejo elenco, y a su vez hace pasar el relato a través del tamiz andaluz y su innato gracejo.

Un título que sabe hacer el humor.