Corría el año 1912 y por primera vez en su historia el Estado uruguayo creaba una empresa pública con la búsqueda de ocupar un lugar dentro del sector energético. Hasta ese momento el control había sido absoluto por parte de los inversores privados de distintas áreas del país. Con el objetivo de llegar a todos, la empresa debió transitar por distintas etapas de cambios que reflejan los aspectos claves de como hoy la conocemos.
Por el hecho de haber pasado ya 110 años de aquel momento se aprecian considerables diferencias. Entre las más evidentes se encuentra la variación de su nombre, el que en un principio era identificado con la sigla UEE, producto de su reconocimiento oficial como Administración General de Usinas Eléctricas del Estado.
Sus esfuerzos en primera instancia estuvieron centrados en la creación y adquisición de infraestructura, procurando subsanar la imperiosa necesidad de brindar un servicio que hasta ese momento no tenía pretensiones públicas. Según destacó su actual presidenta, ingeniera Silvia Emaldi, entrevistada por CRÓNICAS, durante sus primeros años la empresa “solo estaba dedicada al alumbrado público en Montevideo”.
La energía eléctrica llegó a Uruguay en 1886 cuando el español Marcelino Díaz y García instaló en Montevideo la primera central eléctrica del país. Esta luego fue conocida como la usina de Yerbal, justamente por estar ubicada en un predio en esa calle de Ciudad Vieja. Esta fue también la primera usina adquirida por el Estado, proceso de compra que se extendió a otras situadas en el interior del país. Según destacó la jerarca, estas brindaban servicios muy localizados, algo propio de que “no estaban las redes de transmisión y distribución extendidas”.
En la actualidad, hablar de energías es hablar inevitablemente del medio ambiente; es harto conocida la dificultad que implica para el ecosistema la implementación reiterada de ciertas fuentes energéticas. Según resaltó Emaldi, Uruguay siempre “fue pionero en el cuidado del medio ambiente”.
Incluso antes de la existencia de lo que hoy conocemos como UTE ya se hacía presente la primera represa hidroeléctrica de la historia. Esta pertenecía a una empresa francesa ubicada en Rivera, específicamente en Minas de Corrales, que se aprovechaba de la energía para el movimiento de los aerocarriles que trasladaban el oro que se recogía.
Ya en los años 30 se eliminó de forma total la utilización del carbón para la generación de energía eléctrica, convirtiéndose las plantas existentes a fueloil. Siguiendo este proceso en procura de la utilización de nuevas fuentes energéticas, se empezó a construir en 1937 la primera represa hidroeléctrica estatal. Se trata de la hoy conocida como Rincón del Bonete, ubicada sobre el Río Negro y compartida por los departamentos de Durazno y Tacuarembó. La construcción de la misma se vio marcada por la Segunda Guerra Mundial, llegando a ser inaugurada recién en el año 1945.
Continuando con el proceso, en el año 1960 se inauguró la represa de Baygorria, que sería la segunda de las tres represas hidroeléctricas hasta hoy existentes en el Río Negro. La tercera se construyó sobre el final de la década del 70: la represa de Palmar. No se puede dejar de destacar la construcción también durante los años finales de esta misma década de la represa de Salto Grande, la cual, si bien no pertenece a UTE, aporta gran parte de la energía que distribuye.
Sería justo decir que a finales de los 70 y principios de los 80 terminó la primera gran etapa de UTE, que constó de la adquisición y construcción de infraestructura que permitiera extender la energía eléctrica a la mayor parte del país. Sin embargo, no todo era tan positivo en ese momento, ya que según subrayó Emaldi, “UTE era una empresa deficitaria”.
Se inició entonces a finales de la década de los 80 y principios de los 90 un proceso de “transformación y modernización en la gestión”, tal como describió la presidenta del ente. Para este se tuvo en cuenta la contratación de la empresa eléctrica española Fenosa, la cual había afrontado un proceso de similares características en su país.
A partir de este proceso aparecieron por ejemplo las telegestiones, una tecnología ciertamente innovadora para la época. Además, surgieron sistemas de información con conexión a oficinas comerciales descentralizadas, lo que daba facilidades para la gestión de trámites desde distintos puntos del país. También se implementó un cambio en el ciclo de facturación, que pasó de ser de 60 días a constar de tan solo 45 días. Según entiende la actual jerarca de UTE, con esto último “el proyecto de alguna manera se pagó solo”.
Otro aspecto a destacar que dejó este proceso fue la caída en el número de funcionarios. Estos pasaron de ser 12.000 a ser solamente 8.000 inmediatamente después, sin tener en cuenta al personal contratado. Se puede decir que eso siguió extendiéndose gradualmente hasta llegar a los 6.000 que desempeñan funciones en la actualidad.
Más allá de las mejoras en aspectos concretos de los procesos de gestión, Emaldi no dudó en comentar que la clave fue la aparición de una “metodología de mejora continua y calidad”, caracterizada por permanecer siempre “monitoreando los procesos, teniendo indicadores, tomando medidas correctivas y siendo innovadores”.