Por Mariano Tucci (*) |@MarianoTucci46
El gobierno del Partido Nacional ha roto con una cara tradición republicana: abandonar el diálogo con la oposición política en circunstancias de la vida nacional donde el consenso y los acuerdos amplios se imponen.
Pasó con el proyecto de corresponsabilidad en la crianza y fundamentalmente con la reforma de jubilaciones y pensiones. La Torre Ejecutiva se transformó en una “romería” donde todos opinaban y discutían. Pero la mesa estaba renga: faltó a la cita el partido mayoritario en el Uruguay, el Frente Amplio.
El flaco argumento de que “como no van a votar, entonces no converso”, sonó más a berrinche caprichoso que a una opinión fundamentada de un gobierno que se dice serio.
A eso sumo algunas consideraciones públicas que desconocen la realidad surcando el delicado límite entre la verdad y la mentira.
A modo de ejemplo: hace algunos días el candidato de Lacalle, Álvaro Delgado, dijo que le “dolió mucho en lo personal y lo viví en carne propia en la pandemia. En los 20 días del inicio de la misma, cuando pensamos todos con miedo e incertidumbre que esto iba a ser una causa nacional, que teníamos que estar espalda con espalda, lamentablemente, vi al Frente Amplio y a algunas organizaciones sindicales del otro lado, caceroleando, parando, pidiendo cuarentena obligatoria, condicionando al gobierno, azuzando aquello de que los CTI iban a colapsar o que no llegaban vacunas”.
Yo sé que las campañas electorales en algunos casos se prestan para cosas inimaginadas, promesas cuyo derrotero es incierto, premoniciones que la realidad se encarga luego de desdibujar y poner en su lugar y un larguísimo etcétera, pero cuando las mismas incluyen a hombres de Estado, en este caso, con altísima jerarquía en la administración, y que realizan señalamientos de esta envergadura y además faltan a la verdad, es necesario centrar el debate y poner las cosas en su lugar.
No hubo fuerza política más comprometida que el Frente Amplio en las horas más oscuras, durante el transcurso de una pandemia que les arrebató la vida a más de 7.000 uruguayos.
Nos cansamos de votar durante la emergencia sanitaria leyes provenientes del Poder Ejecutivo tendientes a aliviar la vida de la gente que padecía el tormento de la falta de trabajo, de la enfermedad y de la muerte, además del deterioro sistemático de su calidad de vida por estas y otras situaciones que sucedieron desde la llegada del covid-19.
Votamos para el alivio de la gente, incluso, a sabiendas de que el grueso de las medidas eran insuficientes.
El tema es que al partido Nacional no le gustan las posiciones divergentes. No le gusta la movilización popular, no admite el reclamo organizado y mucho menos acepta todo aquello que se aleja de su planificación, aunque la cotidianeidad imponga lo contrario.
Ellos pretenden que “tirios y troyanos” levanten la mano en el Parlamento sin cuestionar que en el momento más crudo de la pandemia eligieron ahorrar 600 millones de dólares mientras la gente caía en la pobreza y pasaba hambre. O que gravaron a los públicos con el “impuesto covid” y al sector privado lo dejaron incólume. La memoria se ejercita siempre: Delgado lo hace cuando le conviene y de manera parcial.
Estas declaraciones del candidato de Lacalle advierten una escalada que el país no merece y que por tanto no avivaremos desde esta tribuna, aunque la mentira nos rebele.
El foco de estas líneas tiene que ver con la forma en la que el gobierno toma sus decisiones.
La falta de diálogo entre un gobierno y sus opositores es un indicio claro de una democracia que pierde calidad y prestigio, que se deteriora lentamente.
La democracia se apoya en el pluralismo político y en la capacidad de sus actores de formular opiniones y demandas, y de que el diálogo entre ellos se transforme en la piedra angular para la toma de decisiones inclusivas y legítimas.
Lacalle ha olvidado esta lección que hemos aprendido todos a lo largo de nuestra rica historia.
Cuando una administración resuelve no dialogar con sus opositores y se concentra exclusivamente en zanjar sus contrariedades en la órbita de su interna partidaria o de la coalición, como es este el caso, genera una serie de consecuencias negativas para la democracia republicana, sus pesos y contrapesos.
Y naturalmente que la derivación inmediata en el sistema político será la del aumento intempestivo de la polarización al limitar el acceso a la información y reducir la transparencia en la toma de decisiones.
Y lo más trascendente: genera la percepción de que el gobierno no está dispuesto a escuchar a la ciudadanía y que no respeta los derechos de la oposición, porque cierto es que el Frente Amplio representa la sensibilidad del 40% del electorado nacional.
La democracia es una plantita que hay que regar todos los días y no se reduce a ganar o a perder elecciones y tener mayorías circunstanciales en el poder. Ella encuentra refugio en el respeto de los derechos y en las opiniones de las minorías. Ella encuentra su raíz en el fomento de la participación ciudadana en la toma de decisiones.
La falta de diálogo entre el gobierno y sus opositores socavan entonces los principios fundamentales del sistema que nos rige.
Por esta razón hacemos un llamado a la reflexión profunda y a reencauzar el relacionamiento institucional respetuoso entre los partidos políticos. Coincidimos en que la alternancia en el gobierno es un activo de la república que debe aceptarse sin más, así como las opiniones de quienes han quedado relegados por mandato popular al contralor de los electos para gobernar.
Esa tarea es capital. Hay que cuidarla. No lo olvidemos.
(*) Diputado del Espacio 609, Convergencia Popular (Lista 46).