Por Miguel Pastorino (*) | @MiguelPastorino
“La falta de pensamiento es un huésped inquietante que en el mundo de hoy entra y sale de todas partes. Porque hoy en día se toma noticia de todo por el camino más rápido y económico y se olvida en el mismo instante con la misma rapidez. Así un acto público sigue a otro…
La creciente falta de pensamiento reside así en un proceso que consume la médula misma del hombre contemporáneo: su huida ante el pensar…”.
Estas palabras fueron pronunciadas por Martin Heidegger el 30 de octubre de 1955 en Messkirch, su ciudad natal. La alocución está publicada bajo el título de “Serenidad” (Gelassenheit). El filósofo alemán no está negando que se deje de pensar, sino que la hegemonía de un pensamiento calculador y superficial, pragmático e irreflexivo, que nunca se detiene, domina en la cultura contemporánea olvidando el auténtico pensar que es reflexivo y meditativo.
El pensamiento técnico es indispensable, pero si se vuelve dominante o el único modo de pensar, se corre un grave peligro.
Cuando dejamos de preguntarnos el por qué y el para qué de las cosas, cuando la verdad no importa y solo basta buscar la utilidad de las cosas y de las personas, la vida se vuelve banal.
Pereza mental
Vivimos en una sociedad y en un tiempo donde se buscan toda clase de atajos para no pensar y evitar que se note. Donde todo se nos da digerido y cada vez más liviano. La fascinación con la aceleración ha generado un vacío de contenido y una incapacidad para pensar en profundidad. Esto impide comprender el mundo en el que se vive, también gracias a una fractura con la memoria histórica y las tradiciones que sostenían una cultura común. A la hora de resolver problemas se recurre de modo ingenuo a toda clase de recetas mágicas que, siendo persuasivas, solo son puras falacias que no conducen a nada. La magia de las palabras como “innovación” o “aceleración” nos lo muestra: parecería que por el solo hecho de que haya novedad y velocidad, las cosas van mejor. ¿Es así? No deja de ser un ingenuo dogmatismo, pero aceptado acríticamente.
Se tiende a simplificar la realidad y a reducirlo todo a una única dimensión, con lo cual la superficialidad en los análisis y la polarización social que caricaturiza sin matices, van creando una miopía cultural en aumento.
Cuando se habla de soluciones a problemas sociales o económicos, que generalmente son muy complejos y dependen de múltiples factores, se crea la ilusión de que todo se arreglaría con una sola acción.
En este mismo contexto sociocultural, los anaqueles de las librerías están repletos de manuales de autoayuda que prometen la fórmula definitiva para adelgazar, para ser exitoso o para dirigir una empresa. Conferencias repletas de gente escuchando a gurús del éxito que cuentan su testimonio como la fórmula de validez universal, parecen resolverle la vida a la gente por unas horas, hasta que van tras otro gurú.
Pensar requiere esfuerzo
La falta de perspectiva, de profundidad y visión crítica, tanto a nivel personal como institucional, sumerge las conciencias en una atrofia mental. Además de que da pereza, porque pensar críticamente, con detenimiento y análisis profundo, exige tiempo y esfuerzo.
Para pensar reflexivamente no solo hay que leer titulares o libros de autoayuda con “tips” para lograr determinados objetivos. Para pensar en profundidad hay que leer clásicos de la literatura y la filosofía, obras que expandan nuestro horizonte mental y nos saquen de la banalidad, hay que incluir en nuestras conversaciones temas más profundos, atreverse a hacerse más preguntas y no querer tener respuestas rápidas para todo.
Cuando el contenido no importa
A pesar del creciente uso de internet y las redes sociales, la televisión sigue siendo un medio masivo de comunicación que modula costumbres, creencias y conductas. Cuando cada vez más lo que importa es mantener cautiva a la audiencia a cualquier precio, el costo es fomentar la huida del pensamiento. Un medio donde no importa el contenido de lo que se dice, sino la forma, lleva a que en cualquier diálogo se usen frases simples, cortas y superfluas. Varios críticos de los medios explican lo difícil que es expresar una idea clara y coherente en 20 segundos antes de ser interrumpido por el conductor o por un panelista incapacitado para escuchar. Y antes de que se caiga el rating hay que cortar al entrevistado y buscar la frase efectista, que, aunque no diga nada, tenga impacto emocional.
El valor del conocimiento en la era digital, donde la mayor parte de la información tecnológica queda perimida en pocos días para ser sustituida por una nueva, hace que se desprecie todo conocimiento del pasado y se viva en una compulsiva búsqueda de novedades.
El estilo de formación que se busca es el que conlleva menos sacrificios y más rápidos resultados. Esto muestra el creciente interés por carreras cada vez más cortas, de carácter técnico y de rápida inserción laboral. Incluso los cursos de posgrado han caído en este pragmatismo devastador.
La huida del pensamiento para Heidegger se manifiesta en creer que el pensamiento meditativo, reflexivo “no tiene utilidad… que no aporta beneficio a las realizaciones de orden práctico”, que es “demasiado elevado para el entendimiento común”. Y ese tipo de creencias es una manifestación del olvido del pensamiento.
No olvidar lo más propio
Al final de su alocución Heidegger afirma (¡en 1955!) que “la revolución de la técnica que se avecina pudiera fascinar al hombre, hechizarlo, deslumbrarlo y cegarlo de tal modo que un día el pensar calculador pudiera llegar a ser el único válido y practicado”. ¿Qué gran peligro se avecinaría entonces?, se pregunta. “Coincidiría con la indiferencia hacia el pensar reflexivo, una total ausencia de pensamiento… Entonces el hombre habría negado y arrojado de sí lo que tiene de más propio, a saber: que es un ser que reflexiona”.
(*) Doctor en Filosofía y máster en Bioética. Profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad Católica del Uruguay. Portavoz de Prudencia Uruguay.