Por Felipe Carballo (*) | @fcarballo711
Hace casi 30 días corridos que en nuestro país el agua potable y la gestión de la misma por parte del gobierno ocupan espacios centrales en todos los medios, portales y cuentas personales de ciudadanos y ciudadanas que viven estos días con incertidumbre respecto a algo tan elemental como la salubridad del agua que tienen a disposición para consumo. Es en momentos como este que la importancia de pensar en el medio ambiente desde la política se vuelve fundamental, no podemos ignorar estas señales y debemos coincidir en la urgencia por tomar medidas concretas para frenar el deterioro que causamos al planeta. Sin embargo, es necesario ir más allá de las soluciones superficiales y considerar la dimensión social y política de estos problemas.
La crisis hídrica que azota a Uruguay ha dejado al descubierto una realidad preocupante y compleja: no solo se trata de una prueba más del impacto del cambio climático en nuestro entorno, sino que también refleja una sistemática falta de voluntad política para gobernar con equidad y con perspectiva social. Las soluciones que encuentra hoy el gobierno para la falta de agua producida por la sequía son, además de improvisadas y tardías, completamente injustas, y dejan en evidencia cómo la desigualdad en nuestra sociedad se exacerba. Una vez más son los sectores menos privilegiados los que se ven más afectados, una vez más la peor parte se la lleva el enfermo pobre, la trabajadora, el comedor escolar.
Es innegable que el modelo capitalista ha generado graves consecuencias para nuestro planeta, la explotación desmedida de recursos naturales y la búsqueda constante de beneficios económicos a corto plazo han llevado al desastre ambiental que enfrentamos en la actualidad. Por lo tanto, es necesario replantear las soluciones a estos daños sin caer en la lógica de más capitalismo. En este sentido, las nociones planteadas por el vicepresidente de Bolivia, David Choquehuanca Céspedes, cobran especial relevancia. Su enfoque en el vínculo respetuoso y recíproco entre el ser humano y la naturaleza nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el entorno natural y a reconocer nuestra responsabilidad en su cuidado y preservación: entender a la tierra que habitamos como un sujeto de derecho para el cual también debemos legislar y crear políticas, buscando su cuidado y el respeto de sus derechos básicos por encima de los intereses comerciales de quienes siempre han oprimido al más débil.
Choquehuanca nos invita a trascender la visión antropocéntrica que ha predominado en la sociedad occidental, donde se ha considerado al ser humano como superior y separado de la naturaleza. En cambio, propone que comprendamos que somos parte integral de la naturaleza y que nuestra existencia está intrínsecamente ligada a ella. Así, reconocemos que no somos propietarios de la Tierra, sino sus habitantes y cuidadores, con la responsabilidad de preservarla para las generaciones futuras, y esta debería ser la principal bandera de los gobernantes y sin dudas una de las mayores responsabilidades del Estado.
En su cosmovisión, Choquehuanca resalta la importancia de vivir en armonía con la naturaleza y de establecer una relación de reciprocidad con ella. Esto implica no solo tomar de ella lo que necesitamos, sino también darle cuidado y respeto, reconociendo sus derechos inherentes, así como consideramos un derecho inherente de nuestra población el acceso al agua potable. Es imprescindible abandonar la lógica extractivista y consumista que ha caracterizado al sistema capitalista, y a adoptar prácticas sostenibles que respeten los límites de los ecosistemas y promuevan la regeneración de los recursos naturales, sin caer en el “capitalismo verde” donde una simple lavada de cara y decoraciones florales hacen parecer ecológicas a las mismas prácticas viciadas de siempre. Es allí, en la aprobación y creación de verdaderas medidas de cambio, que el poder político debe estar en todo su conjunto poniendo la mayor de sus voluntades para poder ser verdaderamente Estados garantes de estos derechos del medio ambiente, la Tierra, la naturaleza o como queramos llamarle.
Hace casi 30 días que en nuestro país el concepto de “crisis hídrica” ocupa espacios centrales en todos los medios, portales y cuentas personales de ciudadanos preocupados por la sequía y el agua potable. Pero hace mucho más que, por ejemplo, científicos de la Udelar planteaban frente a las Naciones Unidas un estado de “colapso” en las aguas uruguayas, en relación al desmesurado crecimiento de cianobacterias y otros cuerpos nocivos para el ecosistema generados principalmente por el uso de pesticidas para la agronomía. Es hace mucho, pero mucho más, que técnicos y científicos de OSE advierten la pérdida de más del 50% del agua para consumo por falta de mantenimiento en las cañerías y otros problemas de infraestructura. Estos hechos también hacen a la crisis hídrica, estos problemas también golpean primero la casa de los menos privilegiados.
La gestión de la sequía, así como la gestión de los recursos naturales y las normas ambientales que queramos instalar, cuentan con cuestiones ideológicas de fondo, las lógicas liberales no admiten el cuidado de la tierra que proponemos y mucho menos la conceptualización de esta como un sujeto de derecho: el capitalismo se ha fundado en la idea base de la propiedad privada y de la tierra como el principal objeto de apropiación por parte de quien tuviera poder para tal cosa. Las políticas que buscan privatizar recursos naturales tocan la ventana de los países latinoamericanos todos los días y en el caso de Uruguay ya les están abriendo la puerta. Nunca podremos cuidar y distribuir aquello sobre lo que no tenemos soberanía y por esto es menester un cambio de paradigma, ya que al final del día el costo lo pagará la humanidad –primero los más pobres, claro–, pues bien dice el ya mencionado Choquehuanca, “la Tierra puede vivir sin el hombre, pero el hombre no puede vivir sin la Tierra”.
(*) Diputado del Frente Amplio.