Por: Mariano Tucci Montes de Oca (*)
Cierto es que el pasado año y gran parte del período de gobierno del presidente Lacalle ha estado signado por la irascibilidad de los actores del sistema político, la falta de respeto y la generación de embestidas propias de otras latitudes y que nada tienen que ver con nuestras mejores tradiciones.
La política es responsabilidad de todos, sin vacilaciones, pero quien tiene el deber de conducir el gobierno se lleva sin ningún tipo de dudas una cuota parte mayor por ser el depositario de la confianza y las expectativas de la mayoría de los ciudadanos/as, y por ser, además, aunque tengamos profundas diferencias, quien nos debe representar a todos y a todas. Porque claro está, que cuando se ejerce el gobierno, se gobierna para todos, sin exclusiones. Esto es un activo de la República que no admite discusión alguna.
En este marco de crispación permanente, la razonabilidad parece imprescindible en las puertas de un proceso electoral que se inicia, y que requiere de la madurez del sistema político para estar a la altura de los desafíos futuros.
Y los desafíos del porvenir exceden largamente las diferencias que tenemos y mantenemos con quienes integran la coalición de gobierno, porque se instalan básicamente en la tranquilidad de los hogares y su situación económica puertas adentro. Basta entonces de mirarnos el ombligo. Discutamos ideas como planteó con acierto Pepe Mujica.
Todas las encuestas de opinión pública recogen la preocupación de la gente por la seguridad y por la situación económica que se atraviesa. Por lo tanto, los partidos políticos y sus candidatos/as deberán orientar sus esfuerzos y encontrar caminos de acuerdo para solucionar estas dificultades que se han eternizado en el tiempo, implicando, naturalmente, como resultancia de futuro, algunos acuerdos básicos para construir rutas de salidas a sus extremos.
El narcotráfico es la cara más recia y dura de la inseguridad que campea, con barrios intervenidos y una ola de homicidios que es brutal en sus cifras y más brutal en sus formas.
Pero también aparece como extremo la percepción de los uruguayos sobre su cotidianidad: el trabajo, los precios, los ingresos. En este punto, uno de cada tres ciudadanos cree que la situación económica del país es buena pero otro tercio piensa que es mala.
Sobre la necesidad de tejer acuerdos de largo plazo para construir una estrategia nacional de combate al narco hemos discurrido largamente desde hace por lo menos tres años: la trinchera ha sido el Parlamento, sobre todo, cuando llegan instancias como las rendiciones de cuentas, o incluso la insistencia en la necesidad de generar un marco normativo más potente para blindar los procesos electorales y el financiamiento permanente de los partidos ante el peligro inminente que representa el crimen organizado para la política. Lamentablemente, el oficialismo ha dormido el proyecto de financiamiento de los partidos políticos en el Senado de la República.
Pero esas coincidencias que seguramente aparecerán en materia de seguridad con acento en el combate al tráfico de drogas, deberán discutirse en nuestra opinión, saldada la contienda electoral.
En la actual circunstancia, donde, como decíamos al principio, las sensibilidades están a flor de piel, mucho más aún cuando el gobierno se ha visto envuelto en casos turbios con apariencia delictiva -eso lo determinará la justicia- no es posible una mirada conjunta en temas tan significativos donde el Uruguay se juega la paz social futura si no se acciona en un tiempo prudente con base en un acuerdo interpartidario. Pero no es el año electoral el momento para acelerar estas conversaciones. Es, en todo caso, el año donde el gobierno deberá poner la “carne en la parrilla” y hacerse cargo, para ponerle coto al avance del crimen organizado.
Con la mirada puesta en el 1º de marzo del 2025, el rol del próximo presidente o presidenta en esta estrategia será fundamental. Nosotros apostamos a la capacidad de articulación de Yamandú Orsi para la efectividad de este planteo en un futuro gobierno del Frente Amplio.
Si bien la actualidad no presenta por suerte las mismas características del 2002, las dificultades permanecen y se dilatan luego de la pandemia. Uno de los desafíos candentes tiene que ver con la generación de trabajo de calidad, genuino, alineado a una línea de desarrollo sostenible que permita, entre otras cosas, achicar las brechas laborales, en especial las de género, las generacionales, étnico raciales y territoriales; caras y pilares de una estrategia de integración social imprescindible para avanzar sin segregar.
Es inaudito que la política activa de generación de empleo de este gobierno hayan sido los jornales solidarios. Nosotros votamos afirmativamente el instrumento porque es mejor que la nada misma; pero claramente no es una herramienta que le permita a la gente avanzar en su vida cotidiana, porque nadie vive con menos de 10 mil pesos por mes en el Uruguay.
En esta línea, y atentos a los desafíos del presente que se acrecentarán en el futuro, un desafío que no puede esperar es el aumento de la productividad de la población activa. Para ello, el perfeccionamiento y la modernización del proceso educativo, la permanente formación profesional y la incorporación de conocimiento científico-tecnológico, es imprescindible para estar a la altura de las transformaciones que están ocurriendo en el mundo de la producción y del trabajo.
Será entonces sustantivo la promoción de programas de calificación y reconversión laboral en el futuro inmediato.
Por lo tanto, he aquí dos retos inminentes para el próximo gobierno: cambiar la pisada en materia económico-laboral y golpear al narcotráfico e impedir su avance con una planificación que nos incluya a todos en lo que hasta el momento es una batalla dispar, porque el Estado no tiene estrategia para enfrentarlo y desmantelarlo con eficacia.
Estas son las cosas que no debemos olvidar en la campaña electoral: el debate por lo alto de los temas que le preocupan a la gente y no desviarnos en temas que nos preocupan a nosotros y que en ocasiones se sitúan en lugares bien distantes a las dificultades de las grandes mayorías.
El intercambio de ideas y de propuestas con el marco de actualidad necesario, conjuntamente con una evaluación sesuda de la gestión del gobierno, deberán estar en la centralidad de los debates.
Sigo confiando en el proceso de acumulación que la política uruguaya ha hecho a lo largo de su historia con luces y sombras, con aciertos y errores. Es el momento de emular lo mejor de ella, porque la política lo necesita y porque la gente lo reclama.
(*) Diputado de la Cámara de Representantes por el Frente Amplio