Por Pedro Mario Burelli (*) | @pburelli
Este domingo está pautada la elección presidencial que determinará quién gobernará Venezuela de 2025 a 2031. Esta elección, como tantas otras desde Hugo Chávez Frías, está plagada de irregularidades, permitiéndonos aseverar que no será libre, justa ni transparente. Nicolás Maduro, uno de los candidatos, ocupa la presidencia desde una controvertida elección en 2013 y la usurpa desde la elección de 2018, no reconocida por 70 países.
El candidato opositor es el embajador Edmundo González Urrutia. Desconocido al principio, hoy aventaja a Maduro por un margen de 20% a 40% según encuestas. Este margen refleja el hastío de un pueblo cuya calidad de vida ha colapsado sin guerra alguna. La huida de casi ocho millones de venezolanos, el 25% de la población, en busca de oportunidades, es indicativo de la ruina del chavismo. Esta emigración ha desangrado al país de talento, mano de obra y felicidad, fragmentando a todas las familias venezolanas, tanto opositoras como chavistas.
Las elecciones no son extrañas a los gobiernos autoritarios, pero ganar a quien las realiza solo para presumir apoyo popular es inusual. Maduro convocó a elecciones confiado en que podría manipularlas nuevamente. Casi logra que la oposición nombrara a un candidato a su gusto, dispuesto a prestarse a sus jugarretas electorales.
Todos los planes electorales de Maduro se trastocaron con la victoria aplastante de María Corina Machado en primarias opositoras en octubre de 2023. El régimen permitió las primarias esperando una baja participación que haría pírrico el triunfo de Machado. Craso error. Casi tres millones votaron en un proceso artesanal, y Machado obtuvo un 93% de apoyo. Este resultado sorprendió a todos, incluyendo la administración Biden, que se vio obligada a retomar sus prioridades en Venezuela: promover la democracia, defender los derechos humanos y luchar contra la corrupción.
Para entender lo que ocurre en Venezuela hay que entender el “efecto María Corina”. Desde temprano en la “revolución” bolivariana, esta ingeniera y madre de tres se activó para frenar las tropelías de un teniente coronel golpista que llegó a la presidencia gracias a la bondad de un sistema democrático que sobreseyó su causa y mantuvo intactos sus derechos políticos. Los dos golpes militares en los que participó en 1992 causaron bajas considerables y socavaron una democracia que finalmente falleció a sus 40 años.
Utilizando fórmulas de la Constitución que Chávez promulgó en 1999, Machado y un grupo de profesionales sin vinculación política se dedicaron a recoger firmas para forzar un referéndum revocatorio. Tras dos años de tenaz esfuerzo y obstáculos, el pueblo pudo votar sobre la continuidad del gobierno de Chávez en agosto de 2004. El resultado anunciado, contrario a las encuestas, sumió al país en desánimo, iniciando nuestro vía crucis electoral con un Consejo Nacional Electoral y máquinas electrónicas difíciles de auditar y por lo tanto desconfiables para muchos.
No obstante la “derrota”, la excelencia organizativa de Sumate, la asociación civil a la que María Corina había sumado talento y carisma, quedó en el imaginario de quienes anhelaban el cambio. En el 2010, María Corina llegó como independiente a la Asamblea Nacional y en el 2014 fue ilegalmente destituida en represalia por su incesante actividad internacional denunciando a Chávez y a su descarriado gobierno. Tras 20 años de esfuerzo y riesgo, el triunfo de Machado en las primarias del 2023 no fue sorpresivo sino merecido. El pueblo premió la constancia, integridad y coraje de quien jamás flaqueó, siempre puso al país antes que la comodidad, y urgía por poner fin a lo que sabía que destruiría la nación. Lo que muchos criticaron como radicalismo, el pueblo premió como coherencia.
¿Por qué entonces la candidata no es quien ganó aplastantemente las primarias? Porque Maduro y los suyos, que siempre han detestado a María Corina, la subestimaron. De tanto demonizarla, olvidaron que ante todo es madre de hijos que han tenido que irse del país. Esta conexión con un país repleto de madres sin hijos, abuelos sin nietos y vecinos sin vecinos, selló su vínculo con el pueblo.
Para sacarla del juego, la Contraloría General de la República la inhabilitó por 15 años. Este acto ilegal fue cantinflesco y causó rabia. Tampoco dejaron inscribir a la profesora Corina Yoris, su suplente designada. Finalmente, se logró la inscripción de Edmundo González, a quien el régimen también subestimó.
La transferencia de apoyo de María Corina a Edmundo será estudiada por mucho tiempo. Ella hace campaña, y en ella cifran sus esperanzas de reunificar a sus familias. González ha calado porque se le ve decente, habla sin gritos, no sobrepromete y es el candidato por el cual María Corina hace una campaña histórica. Si las elecciones fuesen libres, el resultado no estaría en duda y sería histórico: un pueblo hambriento sepultando con votos a quien le robó el pasado, el presente y casi el futuro.
Lamentablemente, los venezolanos llegan a estas elecciones con esperanzas e incertidumbre. Un régimen con tanto que perder ha perdido la oportunidad de negociar una salida. Creen que permanecer en el poder les garantiza mayor impunidad que una negociación.
Si no pueden robarse la elección y se anuncia el verdadero resultado, es difícil imaginar que Maduro siga un día más en el gobierno. La gravedad política y el oportunismo precipitarían el fin de su mandato y el inicio incierto de una transición con mil riesgos.
Si se roban la elección, tendrán el apoyo de Rusia, Irán, Cuba, Nicaragua, tal vez China, y paren de contar. Pero también deberán gestionar la ira de un pueblo que ha perdido paciencia y miedo. La represión es el remedio de estos para un “pueblo impaciente”, pero en el caso de Maduro es una fórmula carísima que quizás ya no está a su disposición. El hastío llega a muchos en los cuerpos de seguridad, cuyos familiares seguro son parte de esa masa desbordada en las calles gritando “María, María” y “libertad”.
Entre estos dos escenarios hay otros, pero es seguro que Venezuela llega a una encrucijada peligrosa. El mejor escenario nos lleva a un largo camino de reconstrucción plagado de problemas, pues durante 25 años ha habido demolición. Han caído empresas, carreteras, hospitales, colegios, universidades, instituciones de todo tipo, prácticas y costumbres. La militarización y criminalización del Estado, y la politización y criminalización de la Fuerza Armada no se revierten en un día, por más júbilo que haya en la calle.
Los 25 años de chavismo pueden llegar a su fin, o al principio del fin, en estas elecciones, pero su legado y ruinas nos mantendrán ocupados y en ascuas por muchos años más.
(*) Empresario venezolano y exdirectivo de Pdvsa.