Por Luis Almagro (*) | @Almagro_OEA2015
No puede haber nada que pretenda limitar nuestras conciencias, poner límites a lo que podemos concebir espiritual o mentalmente si la dimensión ética de lo que concebimos está provista de aquello que nos permite amar al prójimo, solidarizarnos con el prójimo. La idea de democracia tiene que permanentemente fluir en nuestros sistemas políticos y en nuestras sociedades, y ha fluido constantemente de nuestros diálogos y de la experiencia de esta conjunción de esfuerzos constantes que hacemos. Nuestras acciones, nuestros permanentes trabajos actúan sobre la vida de la democracia. Nunca debemos otorgarnos a nosotros mismos el hábito de esperar que las cosas pasen porque sí, sin esfuerzo de nuestra parte. Si sentimos y vemos que los derechos de personas o grupos están siendo afectados, entonces debemos hacer, debemos sentir que nos involucramos y necesitamos lograr resultados.
No podríamos nunca poner lo que he dicho en términos generales abstractos. Nuestras acciones deben ser concretas y nuestros resultados también. La causa de la democracia es una causa de esfuerzo y acción permanente, no podemos elaborar ninguna concepción de un hemisferio democrático sin la idea de conexión causal entre las cosas, sin la idea de que los resultados se alcanzan por medio del trabajo permanente. Nuestro compromiso cuando denunciamos un fraude electoral o denunciamos la prisión política o la tortura o el asesinato es relevante porque eso ocurre hoy, forma parte de la vida de personas de este hemisferio. El cinismo que lleva a justificar la inacción en estos casos es inaceptable siempre.
En el análisis de nuestras acciones vemos que estas fueron realizadas en un contexto de crisis política, económica o social, u ocurrieron en el marco de un deterioro institucional o en un ambiente de violaciones de derechos humanos. Y por detrás de esas coyunturas estaban causas estructurales como la pobreza, la desigualdad, la violencia, el cambio climático.
La peor forma de resolver los problemas es olvidarse de ellos. La segunda peor forma es minimizarlos. La tercera peor forma es ser indulgentes con ellos y lograr formas de convivencia con ellos. A veces hasta la propia condena retórica es una forma de convivir con el problema si no accionamos todos cuanto esté a nuestro alcance para cambiar la situación o para hacer justicia.
Tenemos, en muchas ocasiones, dimensiones de crisis que están refrendadas por las experiencias que insistimos en repetir, la lógica debería indicar que debemos hacernos conscientes de ello. Es así como recurrentemente se trata de ignorar los problemas, minimizarlos o ser parte de ellos, en este último caso, vemos la patología de ser parte del problema para luego venderse como solución del mismo. A veces se ha pretendido que esta puede ser la lógica de un mediador. A veces se ha pretendido justificar el tráfico de los presos políticos como instrumentos legitimadores de una dictadura.
Respecto a esto también vemos un error permanente en analizar estos problemas linealmente como que la misma causa produce siempre el mismo efecto, y eso es exactamente lo que es imposible que pase, pues en el agravamiento de temas de enemización social y política, la prevalencia del crimen organizado en extendidos contextos comunales y regionales y otras condiciones hace que las mismas causas produzcan efectos cada vez más graves. Las dictaduras actuales son un ejemplo de eso. El caso de Venezuela, indudablemente.
Ahora es más probable que los efectos desencadenen situaciones cada vez de mayor intensidad o de profundización de crisis. Las probabilidades de ocurrencia no repiten realmente nuestras anteriores experiencias de la causalidad, de modo que la reiteración de políticas nuevamente no es una salida de los problemas ni de las crisis, sino también, probablemente, su agravamiento. El temor y la inseguridad que se generan en la incertidumbre social de nuestras sociedades las hace extremadamente vulnerables.
La continuidad de las políticas regionales ha reproducido en forma continua las situaciones de pobreza y desigualdad y las condiciones de violencia. Los fracasos al respecto han sido recurrentes, independientemente del signo ideológico. La ideología muchas veces espera algo así como que para que el problema desaparezca alcanza con cerrar los ojos, con aplicar el dogma, pero cuando abrimos los ojos nuevamente, la realidad es muy terca y cruel. Lo que vemos es igual o peor a lo que vimos antes.
Cerrar los ojos a los problemas solamente puede generar confusión. Es muy importante entonces cuando instituciones como la OEA obligan a abrir los ojos. Ese ha sido gran parte de nuestro trabajo en este tiempo. Pero por otra parte hemos hecho esfuerzos fundamentales y esenciales para que muchas cosas no se rompan, para neutralizar los efectos de ciertas prácticas negativas.
Esta gestión ha tenido resultados concretos, específicos, que han demostrado la vigencia que tiene la Organización, apegada a los principios y valores de democracia y derechos humanos. La agenda política del hemisferio está en la OEA. Es una agenda de enorme importancia, que aborda los más diversos y profundos problemas que enfrentan los Estados Miembros y la región.
El rol protagónico de la OEA está demostrado en muchas de sus acciones en este período. Sería imposible hacer una lista exhaustiva, pero voy a destacar algunos ejemplos. Aplicamos 12 veces los artículos 17 y 18 de la Carta Democrática Interamericana, consiguiendo soluciones institucionales de estabilidad y calma política a los países concernidos. Aplicamos el artículo 20 de la Carta Democrática declarando la alteración del orden constitucional en Nicaragua y Venezuela, siempre a solicitud del secretario general. Apoyamos transiciones democráticas difíciles, como, por ejemplo, Guyana y Guatemala, en las cuales, sin la actuación inmediata de la Secretaría General, podrían haberse convertido en otras crisis regionales. Documentamos crímenes de lesa humanidad y cumplimos nuestro rol para conseguir la apertura de la investigación en la Corte Penal Internacional por los crímenes de lesa humanidad en Venezuela, que no paramos de denunciar en esta casi década de gestión. Logramos la liberación de 320 presos políticos en Nicaragua como resultado de acciones conjuntas con la Santa Sede y la Cruz Roja. Hemos tenido resultados que hicieron diferencia en la vida de países y en la vida de la gente en todos los pilares de la Organización. Todo esto siempre se ha hecho superando increíbles obstáculos internos y externos. Nuestras acciones rescataron a gente de un infierno posible.
Se ha logrado paz social y política en innumerables ocasiones. Tenemos resultados para mostrar al respecto. Tenemos mediaciones exitosas para mostrar al respecto. No podemos aceptar nada que pretenda limitar nuestros valores y principios, más que la voz de la convivencia y la tolerancia, aquello que fortalece e integra nuestras sociedades.
Hemos tratado permanentemente de basar nuestra filosofía en hechos. Cada artículo de la Carta de la OEA, cada artículo de la CDI, de la Convención Americana de DDHH, ha estado vigente y hemos debido permanentemente recurrir a su aplicación.
Hemos traído justicia a situaciones injustas, calma a situaciones agitadas, hemos logrado muchas veces que no se rompieran las cosas, hemos rescatado a muchos de la crisis. Debemos ustedes y nosotros continuar nuestro trabajo. Es fundamental que sea así. La indulgencia con las dictaduras es una de las formas más viles de ataque a la dignidad humana. Hemos visto muchas veces la conveniencia ideológica de guardar estruendosos silencios.
La democracia sufre constantemente en muchos lugares y por eso es importante trabajar para mantener su vigencia, rescatarla, profundizar las raíces de la democracia es esencial. Esto significa que a menudo parecemos extremadamente escépticos y, de hecho, muchas veces quedamos solos denunciando los problemas, fundamentalmente porque los queremos solucionar, esencialmente porque hemos tenido soluciones donde otros han fracasado; porque hemos estado en lo correcto donde otros se han equivocado. Y esto no es un tema de mérito institucional o personal, sino porque los principios y los valores de la democracia y los DDHH, cuando son defendidos con convicción, siempre terminarán dando la razón a quien los defiende y promueve.
Es la razón de defender los principios de justicia. La justicia de defender la igualdad ante la ley, sin personas con derechos humanos conculcados, la justicia de defender la democracia que hace a la esencia de nuestras libertades, la justicia de defender una sociedad más igualitaria, sin desposeídos ni vulnerables. La dignidad de las personas es el mejor antídoto al temor, por lo tanto, es la defensa permanente de la dignidad humana, donde sea, la única forma de justicia que nos permite ser artífices de la paz.
(*) Secretario general de la OEA.