Jesuitas del Siglo XVII en Japón, suplantan ricas facetas de la violencia neoyorkina 

Scorsese > LA PANTALLA CATÓLICA

Por  A. Sanjurjo Toucon

Silencio. México / Taiwan / EE.UU. 2016

Dir.: Martin Scorsese.  Con: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson.

La filmografía de Martin Scorsese es, entre otras cosas, una manera de recrear a sus EE.UU. los de este hijo de sicilianos de humilde origen, nacido en Nueva York en 1942.  Un friso donde las películas están frecuentemente impregnadas del propio cine que pudiera haber visto en su infancia y adolescencia Scorsese. El cine de la violencia urbana, el musical, la comedia son los géneros abordados por el realizador, en títulos donde, con mayor o menor intensidad, suele reflejarse su catolicismo. La culpa, el  pecado, dos valores inherentes a la condición humana según la Iglesia Católica, están presentes.

Scorsese es también cinéfilo militante, y sus antologías fílmicas personales, amplían el diseño de su personalidad.

Aunque existen elementos comunes entre los films de Scorsese (el bajo mundo neoyorkino es uno de los más importantes), en los que impone su sello, su fe religiosa parece ser la dominante en otras ocasiones. Se trata de films comprometidos con los dogmas y la historia religiosa, a los que el autor adapta a su interpretación de la Iglesia a la que  pertenece.

En “La última tentación de Cristo” (1988), Scorsese se vuelca sobre una novela de Nikos Kazantsakis (adaptada a la pantalla por Paul Schrader, guionista de “Taxi Driver” (1976), ofreciendo una polémica visión de Cristo en sus últimas horas.

Las reflexiones existenciales de Scorsese estaban presentes en la genial “Después de hora” (1985), alejada de visible religiosidad.

Ahora llega “Silencio”, sobre novela del escritor japonés católico Shusaku Endo (1923- 1996). La anécdota, sencilla, cuenta sobre dos jesuitas  portugueses del siglo XVII, quienes viajan a Japón a la búsqueda de un misionero visiblemente apóstata, que empero mantiene su fe católica.

En primer lugar, Scorsese no aparece como un realizador adecuado para una obra constantemente apoyada en densos y extensos diálogos. La verborragia desplegada no llega a trasmitir un mensaje o realizar una válida controversia, quedando por el camino una propuesta que desea ser Bergmaniana (el silencio de Dios en “El silencio” y las cuestiones metafísicas de “El séptimo sello”). Scorsese obtuvo una historia visual y conceptualmente oscura, de  una extensión infinita (mucho más que los 161 minutos reales), abrumadora y tediosa, que seguramente ahuyentará público. En cuanto a la crítica, la realización obtuvo mayoritarios elogios y escasas desaprobaciones, entre ellas la  presente, que culminamos con la  opinión de Carlos Boyero, de “El Pais” de Madrid:  “…una narración tediosa (…) todo es monotonía y tiempos muertos. Y el deseo de que acabe de  una vez algo inútilmente dilatado”.

Life: vida inteligente. EE.UU. 2017

Dir.: Daniel Espinosa. Con: Jake Gyllenhaal, Rebeca Ferguson, Ryan Reynolds.

“Alien, el octavo  pasajero” (1979), fue dirigida por Ridley Scott, quien poseía un cierto prestigio a causa de un brillante título: “Los duelistas”, rodado dos años antes. Aquel relato de 1979, con abundantes secuelas e imitadores, contaba, básicamente, los peligros a que se veía sometida la tripulación de un navío espacial, a causa de la presencia de un alienígena en el reducido ámbito en que conviven. Alien era un ser babeante y gelatinoso, de gran resistencia ante embates de sus enemigos.

En “Life: vida inteligente”, la tripulación de una estación sideral es amenazada por un alienígena, quien permite ratificar la existencia de vida fuera de la Tierra. El ser en cuestión, irrumpe con limitadas dimensiones y aspecto de “agua viva”, para paulatinamente mudar su fisonomía, culminando en algo parecido a un pulpo. Agresivo, pero no gigante. Los tripulantes, que incluyen al género femenino (en Alien estaba Sigourney Weaver), se ven atacados  por la babeante y gelatinosa presencia de un alienígena (probablemente marciano). La originalidad no es mérito de “Life: vida inteligente”.

El argumento incluye los lugares comunes de “Alien” y  lo hace sin hesitaciones. Ello comprende sentirse amenazado ante una presencia que les es extraña,  provocando algún sobresalto a causa de intempestivas apariciones. El film se asemeja a la producción clase “B” de pasadas épocas de matinés y doble  programa.

Aquí hay un escenario único: el interior de la nave sideral, logrando simplificar la tarea y muy especialmente abaratándola en todo sentido. Su guión  compendia mucho de “Alien el octavo pasajero”, algo de “Apolo XIII” con una pizca de “2001”. El resultado es por demás elemental y sin  ingenio. Las piruetas en el aire, a causa de la ausencia de gravedad no ofrecen mucho más de lo exhibido en “Destino, la luna” (1950, Irving Pichel).

Este es el cine de la industria Hollywoodiana actual: imitativa e infantilizada (con el perdón de los niños).

Las industrias culturales de casi todo el planeta, generan apetencias por lo más nuevo, en desmedro de lo bueno de cualquier época. El cine lo ejemplifica.

Amor y Amistad (Love & Friendship) Reino Unido / Francia / Irlanda / EE.UU. / Holanda 2016

Dir.: Whit Stillman.  Con: Kate Beckinsale, Chloë Sevigny, Stephen Fry.

La escritora inglesa Jane Austen (1775-1817) retrató a la sociedad británica de su época en cuantiosas novelas, de las cuales casi setenta llegaron total o parcialmente al cine y la TV, con muy diversos resultados. Una filmografía que incluye a “Sensatez y sentimientos”, “Orgullo y prejuicio”, “Mas fuerte que el orgullo”, etc. etc. Austen, según las épocas ha sido considerada desde escritora conservadora a las actuales tesis feministas que hallaron un planteo diferente al que tradicionalmente se atribuía a su obra.

“Amor y amistad” cumple con su retrato de una sociedad burguesa y una época, utilizando como eje a Lady Susan, tal el nombre del original literario, cuyos tejes y manejes entre familiares y amigos parecen conformar una pintura crítica no ajena a ligeros toques de humor. No siendo difícil que se evoque al “Barry Lyndon” de Kubrick, sobre novela de William Tackeray publicada en 1844; “Lady Susan” apareció en forma póstuma en 1871.

La obra de Austen se presentaba en forma epistolar, a través de las cartas enviadas  por los diversos  personajes. Atractiva propuesta que desaparece en el film, quedando algunas cartas que llegan a perjudicar el ritmo del relato.

El film, al tiempo que minimiza los detalles anecdóticos, impide que sean estos los que establezcan los vínculos entre los personajes y sus caracteres. Serán los letreros, especialmente en el inicio, los que establecen el rol de cada uno y hasta rasgos  personales. Lejos de aclarar, estos contribuyen a cierta confusión (depende del espectador), dejando al descubierto un guión insuficiente del realizador Whit Stillman (EE.UU.  1952), con siete films en su haber de los cuales  uno solo, “Barcelona”, tuvo fugacísima presencia en nuestro país.

Las preocupaciones por el lucimiento de vestuario, espléndida ambientación y escenografía, no bastan para dar al texto de Austen todas sus  posibilidades. Cine prolijo y puntilloso, contribuye a dar razón a quienes vieron en esta    adaptación un  pulcro folletín. Mientras que la cíclica revalorización de autores y su producción, colocó a la escritora inglesa en un pedestal; amén de la importancia que la actual militancia feminista concede al texto en su tratamiento del rol de la mujer.

Reina de Katwe (Queen of Katwe). EE.UU. 2016

Dir.: Mira Nair. Con: Madina Nnalwanga, David Oyelowo, Lupita Nyong’o.

La realizadora Mira Nair (India, 1957), posee una filmografía que aunque producida por los EE.UU., le ha permitido volcarse con acierto hacia un cine variopinto costumbrista y simpático (El buen nombre, La boda, Vanidad, etc.), trastabillando con  “Amelia”, un film sobre la aviadora Amelia Earhart, que la ubicó en un cine de  pareja grisura.

“Reina de Katwe” es la historia de  Phiona Mutesi (Uganda, 1996), la adolescente huérfana de padre, que vive con su madre y hermanos en Katwe, un misérrimo asentamiento de la  periferia de Kampala, capital de Uganda.

En el film no hay blancos, aunque sí su influencia cultural y religiosa. Un ministro de una  iglesia cristiana (negro) se entrega abnegadamente a su labor como tutor y  conductor de un grupo de adolescentes. Rechazará atractiva oferta laboral para permanecer junto a sus   “pioneros”, a los que ofrece comida (generalmente con previo agradecimiento a Dios) y una necesaria autovaloración lograda mediante el deporte en lo físico y el ajedrez en el    plano intelectual.

El hacinamiento, promiscuidad y prostitución en que se desenvuelven las heterodoxas familias, es la dominante dramática que el film suaviza de varios modos:

  1. rehuyendo lo sórdido imperante en todos los órdenes, sustituido  por el   optimismo del Ministro (resistido por  sus superiores religiosos).
  2. cuidando que la “sangre no llegue al río”; si alguien pierde la vivienda, no demora la solución venturosa.
  3. haciendo que los colores múltiples, recubriendo a seres y objetos, alcancen cierta pátina vistosa, desplazando a una realidad mucho más dura.

La realización es “más agradable” de cuanto debiera. El ascenso de Phiona y su familia, la bondadosa y extendida colaboración, edulcoran la encrucijada, neutralizando velozmente la dureza de la realidad. Y ello parece ofrecer una rápida y convincente solución no ajena a los finales felices de los cuentos de hadas.

Mucho se respira de esta “blandura” tranquilizadora. Ignoramos si la misma se hallaba ya en la novela del periodista Tim Crothers. Todo tiene explicación. Y en este caso es la presencia de un cierto tufillo a cuento de hadas, como gustan poseer las producciones de la factoría Disney; esta lo es.