Escribe: Juan Manuel Patiño, Académico de Número
El retorno de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos fue, sin duda, el acontecimiento político más importante de los últimos tiempos. Las ramificaciones de este hecho, sean políticas, económicas o geopolíticas, son del más alto nivel y afectan prácticamente a todo el mundo. Tratar de dilucidar en qué consiste la agenda de la nueva administración republicana, tanto a nivel doméstico como en materia de relacionamiento con el exterior, es de especial interés tanto para analistas, como hacedores de política económica y ciudadanos en general. Después de todo, Estados Unidos representa aproximadamente el 25% del PBI mundial. Además, como todos sabemos, el dólar sigue siendo la moneda de reserva internacional más importante y la más utilizada a nivel de transacciones internacionales.
Antes de centrarnos en la agenda del segundo mandato de Trump, conviene repasar someramente cuál es el estado actual de la economía de Estados Unidos. Según analistas, Estados Unidos podría crecer un 2.5% en 2025, superando a otras economías de mercados desarrollados por tercer año consecutivo. Y es que, ciertamente, la recuperación de la economía global a la salida de la pandemia del covid 19 se ha caracterizado por una enorme heterogeneidad. Con Europa rezagada, y China debiendo lidiar con fuertes desequilibrios en su economía doméstica (exacerbados por la crisis inmobiliaria y el impacto de la cuarentena en el gasto del consumidor), Estados Unidos se ha erigido como el motor del crecimiento global. A modo de ejemplo, desde el cuarto trimestre de 2019 a la fecha, el consumo personal real (PCE) estadounidense ha aumentado en torno a un 15%, mientras que en Europa occidental y Japón las ganancias han sido inferiores al 2%. Esta relativa bonanza ha generado la narrativa de una suerte de “Excepcionalismo estadounidense”.
Con el telón de fondo de una economía en buen estado, aunque no exenta de desafíos como veremos luego ¿Qué se puede esperar de este segundo mandato de Trump? Lo más importante es que transitamos de un gobierno con fuerte vocación intervencionista/estatista (Biden) a uno más pro mercado o al menos pro empresa, una distinción sutil pero para nada menor. En general, las administraciones demócratas se asocian con una mayor participación del sector público en la economía, y con un nivel más alto de gasto público. Un ejemplo de esto durante la presidencia de Biden fue el paquete de estímulo económico de $1.9 trillions que el presidente firmó poco después de asumir el cargo (marzo de 2021). Vale hacer un paréntesis para destacar que dicho aumento del gasto (junto con las dislocaciones que generó la pandemia en las cadenas de suministros) explicaron, en buena medida, el fuerte incremento de la tasa de inflación, que en última instancia terminó expulsando a los demócratas de la Casa Blanca. No deja de tener su ironía que por tercera vez en algo más de medio siglo, una administración demócrata/progresista que descuida la estabilidad de precios desemboque en un cambio político de relevancia. Así ocurrió a finales de los años 60, llevando a Richard Nixon al poder. Lo mismo sucedió a finales de los años 70 y concluyó con la elección de Ronald Reagan. Y ahora devolvió a Trump a la Casa Blanca.
Volviendo a la agenda de Trump para su segundo mandato, muchos esperan que la nueva administración sea más eficiente en el gasto, o al menos eso es lo que está comunicando a través de la comisión DOGE (Department of Government Efficiency), liderada por Elon Musk (empresario propietario de Tesla y Space X). Por otra parte, se espera un amplio impulso desregulador, en todos los ámbitos de la economía. Un ejemplo de esto es la política de “drill baby drill”, que implica el retiro de regulaciones y aumento de facilidades para incrementar la producción energética. Aunque como veremos, ese impulso tiene sus limitaciones. A su vez, también hay altas expectativas en torno a una nueva rebaja impositiva corporativa, o como mínimo, la extensión de los recortes de impuestos aprobados por Trump durante su primera presidencia. Por supuesto, dado el alto déficit fiscal que tiene hoy Estados Unidos (ronda el 7% del PBI), los analistas y el mercado en general, querrán, en paralelo ver una reducción equivalente del gasto público.
En cuanto al vínculo con el resto del mundo, Trump ya ha dado pasos importantes en lo que refiere a resolver los conflictos en Medio Oriente y en Ucrania. Sobre esto último, recientemente, funcionarios de Estados Unidos y Rusia se reunieron en Arabia Saudita a los efectos de poner fin a una guerra que ya lleva tres años. Esto es importante desde el punto de vista económico, entre otras cosas porque ayudaría a normalizar la oferta energética a nivel global, con impactos desinflacionarios, e impulsaría la actividad económica. Trump entiende, correctamente, que altos precios del petróleo constituyen una especie de “impuesto” a la actividad económica, de ahí su énfasis en llevar energía abundante y barata a las empresas y los hogares norteamericanos.
Aun así, hoy las mayores preocupaciones en lo que refiere al relacionamiento de Estados Unidos con el resto del mundo giran en torno a un recrudecimiento de las tensiones comerciales. Esto podría perturbar las cadenas de suministro, aumentar los precios al consumidor y afectar negativamente al crecimiento. Respecto de los aranceles, los analistas se debaten entre dos opiniones diferentes. De un lado, se encuentran los que creen que Trump utilizará las tarifas como baza para negociar desde una posición de fuerza, para luego desistir una vez alcanzado su objetivo. Recientemente vimos cómo Trump dejó “en suspenso” los aumentos de los aranceles para México y Canadá una vez que estos países se comprometieron a hacer algunas concesiones; por ejemplo, México accedió a desplegar más militares en la frontera con Estados Unidos a los efectos de frenar el tráfico de drogas, etc.
Por otro lado, otros creen que efectivamente el presidente procederá con los aranceles con el objetivo de reducir el déficit comercial. Ciertamente, Trump parece compartir la idea de que el mundo se aprovecha comercialmente de los Estados Unidos (especialmente en el caso de China, México y la Eurozona) y que por tanto hay que poner impuestos a las importaciones. Esto no deja de ser paradójico en un país cuya revolución se inició por la suba de impuestos a la importación de té. El riesgo de que esto derive en una guerra comercial generalizada no es menor ya que, aunque muchos analistas sostienen que el foco será solo China, olvidan un dato elemental y es que, en los últimos años, en respuesta a la ofensiva arancelaria, China ha ido estableciendo mecanismos de triangulación del comercio a los efectos de “bypassear” los aranceles. Esto significa que el listado de víctimas de la política comercial de Trump 2.0 puede ser más extenso de lo que muchos imaginan. Más si consideramos que muchas veces, más que reducir el déficit comercial, los aranceles tienden a “redistribuirlo”: desvían el comercio hacia otros países.
Además, en estas últimas semanas, Trump ha hecho varios comentarios en torno a la idea de establecer “aranceles recíprocos”. El presidente norteamericano tiene la idea de que muchos países imponen aranceles sobre Estados Unidos que son más altos que los que este último impone sobre ellos. De concretarse, la iniciativa supondría, en la práctica, transferir el control de la política arancelaria de Estados Unidos a terceros países, adoptando sus malas políticas.
De cualquier modo, el racional a favor de la posibilidad de que se implementen mayores aranceles podría no tener tanto que ver con el déficit comercial sino más bien con el déficit fiscal. Como comentamos anteriormente, Trump no va a subir impuestos, de hecho, aspira a prorrogar los recortes de impuestos autorizados en 2017 (además de reducir impuestos corporativos, etc). En ese sentido, los aranceles representan un sustituto obvio para paliar la pérdida de ingresos fiscales (aunque deberían ser más elevados para tener un impacto significativo en la recaudación), además de ser una opción ciertamente “popular” para el público. De ahí la iniciativa de crear un “External Revenue Service”.
Dejando de lado el tema de los aranceles, el mercado y los analistas tienen mucho más optimismo con lo que podría ser una fuerte ola de desregulación en la economía americana. En general, el enfoque pro mercado y pro desregulación de los republicanos siempre es un elemento positivo para la economía y el mercado en general. En ese sentido, seguramente Wall Street celebra la salida de los agresivos reguladores financieros de la era Biden. Las nuevas autoridades claramente son más favorables a las empresas, lo que seguramente resulte en un entorno regulatorio más propicio para las fusiones y adquisiciones (M&A), etc.
Sin embargo, vale hacer algunas observaciones a los efectos de matizar el entusiasmo en torno a la ofensiva desreguladora. En primer lugar, la economía americana, desde una perspectiva comparada, está bastante menos regulada que sus pares internacionales, de modo que hay menos margen de grandes ganancias de productividad en comparación, por ejemplo, con sus pares europeos. Por otro lado, basta con analizar el desempeño previo de Trump en cuanto a desregulación para notar que éste no ha sido lo que se dice “espectacular”. El 57% de las normas importantes impugnadas durante su administración perdieron en los tribunales. “Hacer” algo es muy diferente a “hablar” de ello. En todo caso, podríamos ver una “pausa” en el impulso sobre regulador (no es poco).
No obstante, hay que destacar que en la actual administración los republicanos tienen un poder significativamente mayor en comparación con la primera administración Trump (2017-2021). Hoy los republicanos controlan tanto el Senado como la Cámara de Representantes, lo que le da a Trump una ventaja considerable para impulsar su agenda legislativa. Además, la Corte Suprema tiene una mayoría de jueces conservadores, consolidando aún más el control republicano sobre los tres poderes del gobierno. En contraste, durante la primera presidencia de Trump, los republicanos no tenían el mismo nivel de control. Perdieron la Cámara de Representantes en las elecciones de medio término de 2018, lo que limitó su capacidad para aprobar leyes sin el apoyo de los demócratas.
Otro tema que despierta especial interés entre los inversores y analistas, es la situación fiscal y de endeudamiento de Estados Unidos y sus perspectivas a futuro. En ese sentido, no parece probable una reducción sustancial de déficit fiscal, ya que más allá de la retórica pro eficiencia de la nueva administración, consideremos que aún si todos los empleados del gobierno federal fueran despedidos, eso apenas ahorraría $450 billions por año, de un déficit que ya ronda los $1.8 trillions (6.4% del PBI). El problema es otro. Los burócratas no son los responsables del déficit, sólo de una pequeña parte. El culpable son los cheques (prestaciones sociales, salud, pensiones) que envían y que a la gente le encantan y que, por esa misma razón, son difíciles de recortar. Ni que hablar de los gastos discrecionales, como la defensa, etc.
¿Significa esto que se avecina una crisis fiscal en Estados Unidos? La respuesta es NO, por varias razones. La más importante: el estatus del dólar como moneda de reserva sigue siendo incuestionable. Es poco probable que se produzca un “momento Truss» en Estados Unidos porque el debate no gira en torno a la capacidad del país para pagar su deuda, sino al precio al que se liquida. Es claro que la de Estados Unidos sigue siendo la economía más dinámica del mundo, con los mercados de capitales más grandes, al tiempo que las economías rivales enfrentan desafíos iguales o mayores. Esto significa que Estados Unidos seguirá manteniendo un enorme superávit en su cuenta capital capaz de financiar su déficit fiscal. Aunque a Trump no le guste, la contrapartida de ese superávit de cuenta capital, no es otro que su tan odiado déficit comercial. Y dado que Estados Unidos tiene una tasa de ahorro privada baja y un déficit fiscal elevado, el financiamiento externo es clave para cerrar la brecha.
Una última interrogante tiene que ver con el vínculo entre Trump y la Reserva Federal. Durante su primer mandato, éste arremetió con frecuencia contra el banco central por no reducir las tasas con la suficiente rapidez. Es claro que Trump es un defensor encarnizado de las tasas bajas, como las que tienen países como Alemania, o Suiza. Sin embargo, en esos países, las bajas tasas de interés se asocian, entre otras razones, a superávits en el sector privado y bajos déficits en el sector público, y este último está lejos de ser el caso en Estados Unidos. Por tanto, a los efectos de reducir las tasas de interés de largo plazo sería mucho más productivo sanear las cuentas fiscales y asegurar la sostenibilidad de la trayectoria de la deuda pública; mucho más que confrontar con la autoridad monetaria.
En conclusión, todo apunta a que el segundo mandato de Trump tendrá profundos impactos en la economía global y la política internacional. Algunas de las iniciativas del presidente son muy acertadas (desregulación, eficiencia del sector público), mientras que otras siguen una lógica bastante cuestionable (comercio internacional), por no decir que son un sinsentido. Dado que Estados Unidos lidera hoy el impulso del crecimiento mundial, que en la Casa Blanca primen la sensatez y el buen juicio es crucial para las buenas perspectivas de la economía global. Continuará…
Encastres
Con el telón de fondo de una economía en buen estado, aunque no exenta de desafíos como veremos luego ¿Qué se puede esperar de este segundo mandato de Trump? Lo más importante es que transitamos de un gobierno con fuerte vocación intervencionista/estatista (Biden) a uno más pro mercado o al menos pro empresa, una distinción sutil pero para nada menor.
Hay que destacar que en la actual administración los republicanos tienen un poder significativamente mayor en comparación con la primera administración Trump (2017-2021). Hoy los republicanos controlan tanto el Senado como la Cámara de Representantes, lo que le da a Trump una ventaja considerable para impulsar su agenda legislativa.
No deja de tener su ironía que por tercera vez en algo más de medio siglo, una administración demócrata/progresista que descuida la estabilidad de precios desemboque en un cambio político de relevancia.
Todo apunta a que el segundo mandato de Trump tendrá profundos impactos en la economía global y la política internacional. Algunas de las iniciativas del presidente son muy acertadas (desregulación, eficiencia del sector público), mientras que otras siguen una lógica bastante cuestionable (comercio internacional), por no decir que son un sinsentido.