China, Bélgica, Uganda, Francia, Estados Unidos, Brasil, Finlandia, Reino Unido, India, Nigeria, Chile, Suiza, Uruguay… alrededor de 700 personas de 43 países de los cinco continentes estuvieron presentes en lo que fue el primer impulso coordinado de las Nuevas Economías. El epicentro de este movimiento fue Málaga, y el encuentro se llevó a cabo del 19 al 22 de abril.
Por María Del Campo | @mdelcampovega desde Málaga
En inglés -el esperanto de este encuentro-, una asiática con su vestido hasta los pies intercambia su opinión con un activista de barba y con alguien de corbata y chaqueta azul. En el salón de al lado, dialogan una chica que fundó una ONG para refugiados, un experto en reciclaje de residuos en ciudades y el creador de una moneda local, un experto en urbanismo sostenible y una señora que se ha dedicado al estudio de la agricultura ecológica. En el primer foro global NESI hubo de todo, inclusive, un objetivo común.
El NESI (New Economy and Social Innovation Global Forum) congregó bajo el mismo techo a los llamados nuevos movimientos económicos: Economía del Bien Común, Economía Circular, Blue Economy, Economía colaborativa, Sistema B, Banca Ética, Comercio Justo… Diferentes propuestas, distintos estilos, un mismo propósito. “Objetivo: la sostenibilidad. Premisa: mejorar la vida de las personas. Método: la colaboración», sintetiza Diego Isabel La Moneda, responsable y catalizador del encuentro.
El móvil de los que asistimos giró en torno a la economía, las personas, la inclusión social, el respeto del medioambiente, y el diálogo entre ellos. Porque la continuidad de lo que viene siendo es inviable. Así lo manifiesta Naciones Unidas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). De hecho, ya no es suficiente con que las personas, empresas o gobiernos seamos sostenibles; es preciso ser regenerativos.
Se requiere mayor conciencia y corresponsabilidad hacia las personas y el planeta. Al hablar del futuro ya hay quienes se refieren a él como el “post humano”. Yo prefiero creer -y creo- que todavía se puede pensar en un futuro humano más humanizado. Pero lo cierto es que esta mirada que exige un equilibrio entre el desarrollo económico, el social y medioambiental responde a una necesidad, y es mucho más que una moda: es una tendencia.
Es posible ver en esto una declaración bienintencionada, pero con un retrogusto a viejas propuestas ya casi agotadas en un esfuerzo inmaduro por cambiar lo incambiable.
En este foro se plantearon ideales y propuestas. Pero también hechos, experiencias que atestiguan la viabilidad de alternativas solidarias, colaborativas y respetuosas con los demás y el medio ambiente.
El Fairphone es el primer teléfono celular que utiliza materiales libres de conflicto y garantiza un trato social digno a todos los trabajadores implicados en la cadena de producción. Además, los equipos son duraderos (en cuanto a diseño y materiales) y modulares, de modo que el usuario puede cambiar la cámara, la batería, la memoria, etc, sin necesidad de reemplazar todo el equipo. Por lo cual, se incentiva el reciclado y la reutilización del móvil. La empresa se creó en 2010 y está en expansión. Los equipos Fairphone ya están en diversos países.
Sistema B busca promover que las empresas no solo midan su éxito por sus indicadores financieros, sino que consideren el triple impacto y así persigan la sostenibilidad económica, social y ambiental. Ya hay 2.000 empresas certificadas como “empresas B”, de las cuales 300 son de América Latina y éstas facturan en total 5.000 millones de dólares. Karün es una empresa chilena certificada como “empresa B” que realiza lentes de sol a partir de las redes de los pescadores. Hoy, estos lentes compiten con las grandes marcas, se venden en América y Europa, y son reconocidos no solo por la calidad de producción, sino por el compromiso que encierran y la historia que hay detrás de cada uno.
Gunter Pauli, emprendedor belga creador de la Economía Azul, también estuvo presente en el NESI. Consciente de la necesidad de vivir en armonía con el planeta, pero entendiendo de que no debiera suceder que “lo bueno sea caro y lo barato sea lo malo”, investiga y crea nuevas formas de producción para lograr sostenibilidad y eficiencia al mismo tiempo. Es así que tiene más de 100 innovaciones reales, estudiadas científicamente y económicamente viables. Estas innovaciones se concretan en 200 proyectos que ya están en marcha, emplean a tres millones de personas y mueven 5.000 millones de dólares. Sus emprendimientos son variados, y van desde la fabricación de fertilizantes naturales para el agro, la producción de detergente a partir de cáscara de naranja, hasta la conversión de desechos de la minería en papel piedra. De ese modo, ha desarrollado un proyecto peculiar al que califica con humor de “economía colaborativa”: regala pañales descartables con la única condición de que se devuelvan “sucios”. Estos sirven de abono, y con ellos se realizan plantaciones de árboles frutales.
Otro caso paradigmático: Bután, pequeño país del sudeste asiático, no solo mide su desarrollo por el crecimiento del Producto Interno Bruto; el desarrollo del país se mide, ante todo, por la felicidad de su gente. Es así que crearon como indicador de desarrollo el Crecimiento de la Felicidad Nacional (GNH, por sus siglas en inglés). Al encuentro realizado en Málaga fueron representantes del GNH Center de Bután, quienes trasmitieron que “si un gobierno no puede asegurar la felicidad de la gente, no tiene sentido que exista”. El GNH integra aspectos como la salud, el uso del tiempo, el bienestar psicológico y el medioambiente, entre otros componentes.
El caso de Bután es un ejemplo elocuente de lo que es tener una economía orientada hacia las personas, y no a la inversa. Es que cuando el norte es la persona y su entorno, surge una pregunta básica y compleja: ¿qué significa progresar? Esto no implica un revisionismo del pasado, sino un replanteo del futuro.
Cambio del norte, cambio de reglas, cambio de lógica, cambio de paradigma. Algunos ven en esto un hackeo y un jaqueo al modelo económico actual. Para mí esto es, al menos, una propuesta más sostenible y una alternativa real. En Finlandia como en Bután o Uruguay.