Por Álvaro Sanjurjo Toucon
Sangre de Campeones. Uruguay 2018. Dirección: Sebastián Bednarik y Guzmán García. Ilustraciones: Óscar Larroca.
Santiago Bednarik, agudo analista del hecho futbolístico, ha historiado instancias culminantes del fútbol celeste en un tríptico esencial para conocer nuestro fútbol, a su vez formidable análisis de comportamientos individuales y colectivos, con sus grandezas y también sus miserias. Con “Mundialito” (2010) se adentra en los entretelones del poder, en “Maracaná” (2014, codirigida con Andrés Varela) la gesta del 50 revela una hazaña deportiva inigualada y la utilización de los deportistas por intereses mezquinos. Ahora, con “Sangre de Campeones”, codirigida con Guzmán García, Bednarik toma los triunfos olímpicos de 1924 y 1928 y el del Mundial de 1930.
Fiel a su estilo, Bednarik nos sumerge en la interna de los equipos celestes, la confraternidad y también las rispideces, el origen de aquellos que un día son héroes que hacen conocer al país en el mundo, y una vez retirados de las canchas, humildes trabajadores o marginales. Un discurso que corre de modo casi imperceptible, surgido de la elocuencia de una creativa complementación entre imágenes cinematográficas a veces muy breves –no existen otras-, los estupendos dibujos de Oscar Larroca que parecen combinarse con las fotos fijas, y una banda sonora merecedora de atención aparte. La heterogeneidad visual es combinada funcional y estéticamente. Como esas imágenes de la final del 30, coloreadas parcialmente, al estilo de mucho cine mudo de remotos tiempos. Las “manchas celestes” cumplen un doble cometido: identificatorio y plástico, eludiendo realismos cromáticos que hubiesen despojado a la secuencia de su aura épica, enriquecedora de la emoción inherente a aquel momento.
Ese material visual, compaginado como si se tratase de un film mudo, es redimensionado por una trabajosa, compleja y acertadísima banda sonora. Los ruidos propios del juego, el grito de las tribunas, y hasta la reconstrucción de relatos deportivos de la época están presentes. No con el sonido límpido de hoy, sino con una lograda pátina confiriéndoles antigüedad. Sonidos que acompañan el criterio de trabajar sobre imágenes del pasado, utilizándose voces en “off” para las concisas instancias en que se escucha a diversos especialistas contemporáneos, y la palabra emocionada de quienes vistieran la celeste (grabaciones originales y construidas a partir de textos). La música es otro rubro especialmente trabajado, pasando por el tango y la música clásica, con un momento inicial de gran efecto, en que la pantalla en negro cede protagonismo a una peculiar vibración sonora, generando un impacto semejante al alcanzado por Kubrick en instancia clave de “2001: odisea del espacio”. Con esa única excepción, hay una deliberada intención de los autores en buscar recursos propios, evitando efectismos ajenos de probado impacto, como hubiese sido la inclusión de los tradicionales cánticos vitoreando a los celestes.
Lo dice y muestra “Sangre de campeones: el fútbol dio al pueblo un sentimiento de nación y patria del que se carecía. El pueblo de una nación desconocedora de su origen, a causa de una falsificación histórica que aún hoy procura ocultar lo que fuera la invención del Uruguay; urdida en Río de Janeiro en 1828, entre el británico Lord Ponsonby (que en carta a Londres prometiera el estado “tapón” favorecedor de intereses de la Corona), el Emperador del Brasil (que buscaba y obtuvo dividir el Río de la Plata para navegar por él libremente y además apropiarse de las Misiones), y un representante de las Provincias Unidas (dispuestas a sacrificar la Provincia Oriental para evitar la guerra con Brasil), en lo que Bernardino Rivadavia llamase “un pacto deshonroso” y sobre el que escribiera Juan Carlos Gómez:
«Pedro Primero y Dorrego, pues ni siquiera fueron el Brasil y la República Argentina, aquél sin consultar a la Asamblea Legislativa del Imperio (el estado era él), éste sin mandato, simple gobernador de provincia, celebraron la paz, imponiéndonos la independencia. Nos ordenaron darnos una Constitución, con calidad de sujetarla a su beneplácito. Y nos dimos la Constitución, obedeciendo las órdenes y la sometimos a su aprobación, y le concedieron el pase, como a una bula del Papa, y quedamos en la condición de libertos. ¡Vergüenza! “
Finalmente, los uruguayos u orientales (como lo dice el Himno Nacional), hallan un legítimo nexo, un sentido de nación y patria, y este proviene del fútbol. Y de eso también trata “Sangre de Campeones”; un film que arriesga. No se apoya en la cómoda incondicionalidad del fanático, y cuando corresponde desmitifica.
La final del 30, entre uruguayos y argentinos, dio lugar a enfrentamientos violentos y no siempre limpios: en las calles montevideanas con batallas campales entre ciudadanos de ambas naciones, y en la cancha del Estadio, como se muestra aquí. Ese doble combate, quizá haya permitido fraguar (al unísono con el cemento del Estadio) un sentimiento buscado desde hacía poco más de un siglo. Aquella Provincia Oriental, que había sido apartada forzadamente de su familia argentina a la que pertenecía, festejaba su nueva identidad gracias a 33 orientales (los once del 24, más los del 28, más los del 30). ¿Que fueron menos porque algunos irrumpieron en más de una ocasión? Es cierto, pero con esas pequeñas cosas se construye la leyenda de una patria.-