El libro “Los programas hablan”, editado meses atrás, por razones de espacio, no pudo incluir la reproducción facsimilar de algunos viejos programas de mano y el correspondiente artículo referido a ese “histórico” material. Una de las salas que quedó fuera fue el cine Renacimiento, ausencia hoy subsanada por la presente nota.
Por A. Sanjurjo Toucon
Una revisión de las carteleras montevideanas de los años 60 sorprende por la abundantísima presencia de un cine que importa, especialmente títulos europeos. Las salas comerciales hacían coexistir al cine industrial con el cine artístico.
Por cierto, había mucho material que no llegaba, especialmente el latinoamericano en su vertiente política. Y he aquí que reaparece en escena un uruguayo de trascendencia internacional: Walter Achugar, distribuidor y productor que busca una boca de salida para su material y la logra asumiendo la administración del viejo cine “Renacimiento” situado en la esquina de Soriano y Cuareim (hoy Zelmar Michelini), a escasos metros de “Cine Universitario” por esa época una institución de peso (utilizaba la sala del Centro de Protección de Choferes, en Soriano 1227). Los socios del cineclub eran potenciales espectadores del “Renacimiento”, apuntalado a su vez desde el semanario “Marcha”, que exhibiera en esa sala, en julio de 1967, su tradicional Festival.
Década de politizaciones, en los ’60 desde “Marcha”, y con cierto disgusto de su director Carlos Quijano, emergen un cineclub y su directa consecuencia: la “Cinemateca del Tercer Mundo”, a los que el infatigable Achugar no será ajeno.
Como señaláramos, el cine de calidad tenía cabida en las salas comerciales –el “Eliseo” llegó a exhibir ciclos de cinematografías europeas del Este- y hasta irrumpieron estrenos relevantes en cines marginales como el “Montevideo” y el “Lutecia”, el primero en la Aguada y el segundo en la Av. Gral Flores y Rivadavia.
Con el “Renacimiento”, Achugar procuraba ampliar la oferta de films valiosos y a su vez poseer una boca de salida para el material por él distribuido, independientemente de cuanto implicaba negociar con los grandes circuitos.
Tras el “Festival de Marcha” exhibido en esa sala en julio de 1967, llegará una impresionante lista de films en los que se daba lugar a la calidad pero también a una componente política a la que Achugar era afín (integró el Comité de Cineastas de América Latina, y fue relevante figura de organizaciones similares, muchas de ellas muy próximas a la Revolución Cubana). Identificación política que en tiempos de la dictadura le condujera a la cárcel (con tortura incluida) y luego al exilio.
Detrás del “Festival de Marcha”, al “Renacimiento” llegaron importantes reposiciones (“Jour de Fête” de Jacques Tati, con las escenas coloreadas que no se habían visto en su estreno; “Octubre” en versión sonorizada, etc.), estrenándose “Historias de la Revolución”, documental cubano de Tomás Gutiérrez Alea, “El romance del Aniceto y la Francisca” obra fundamental en la trayectoria de Leonardo Favio, en doble programa con el documental “Elecciones” del uruguayo Mario Handler, la cubana “Manuela” –cuya distribución estaba a cargo del Movimiento Revolucionario Oriental, que en su momento representara al cine cubano en Uruguay- del desparejo y a veces magistral Humberto Solás (director de la monumental “Lucía”), “Harakiri” del japonés Masaki Kobayashi, “Una chica y los fusiles” de Claude Lelouch, “Las doce sillas” producción cubana dirigida por Gutiérrez Alea con libreto del uruguayo Ugo Ulive, “Hanoi, martes 13”, de Santiago Álvarez, imprescindible documentalista cubano, y ya a fines de 1967, entre otras, irrumpe un título clave en la filmografía de Glauber Rocha: “Dios y el Diablo en la tierra del sol”.
Como puede verse en el programa de mano, una lista de films atípicos como fueron estos necesitaba de un diseño atípico también en lo gráfico y en su contenido. Brevemente allí se ubicaba al realizador y su obra con una sintaxis y conceptos ubicados en las antípodas de cuanto solía verse y leerse en la materia.
El año 1968 fue algo más parco en cuanto a estrenos, si bien la sala logró retener a un público selectivo, a la vez que en su vestíbulo se realizaban otras actividades culturales (exposiciones, presentaciones, etc.) Ese año, entre otros títulos, el “Renacimiento” dio a conocer “Los carabineros”, de Jean Luc Godard, realizada seis años antes sin que hubiesen existido interesados en estrenarla (quizás ello estuviese justificado aunque no dejaba de ser una ausencia a cubrir).
En 1969, Mai Zetterling (“Juegos nocturnos”) comparte pantalla con la nívea Libertad Leblanc, Alain Robbe-Grillet (Trans Europa Express) y las desnudas intérpretes de films