Por A. Sanjurjo Toucon
Una hija de Camboya recuerda (First They Killed My Father). EE.UU. / Camboya 2017
Dir.: Angelina Jolie. Guión: Angelina Jolie y Loung Ung. Con: Sareum Srey Moch, Phoeung Kompheak, Sveng Socheata. Vista en Netflix, no se exhibe en cines.
Angelina Jolie, a través de su actuación pública y privada, se ha mostrado activa militante a favor de los derechos de diversos grupos de minorías desprotegidas (niños, víctimas de la guerra, desplazados, etc.). En su prolífica trayectoria actoral ha pasado por todo tipo de films con predominio de las producciones de neto cuño hollywoodiano. De su media docena de títulos como realizadora, se han conocido anteriormente por estas latitudes: “Inquebrantable” (2014), una historia de la Segunda Guerra Mundial, con el clásico sello del cine norteamericano sobre el tema, realizado en los años ’40 y ’50; y el melodrama sexo-sentimental “Frente al mar” (2015) .
Esta coproducción camboyano-estadounidense, se inicia con una alocución del entonces presidente Richard Nixon, participando también Henry Kissinger, judío nacido en Alemania, asesor presidencial de gobernantes estadounidenses, al que se atribuye la articulación de una política intervencionista y genocida. Ambos se refieren a la intervención militar en el Sudeste Asiático y al retiro de la tropas norteamericanas de la región.
En Camboya donde transcurre la historia, la retirada norteamericana favorece el avance de los Jemeres Rojos, un grupo totalitario, de inspiración maoísta, que aniquilara salvajemente a quienes no acatasen sus normas: creación de una sociedad agrícola, eliminación de las ciudades, prohibición de sentimientos personales, sometimiento absoluto a una autoridad cuyos sistemas de vigilancia asemejan los de un orwelliano “Big Brother” sin electrónica: a delación pura.
Este exterminio, tanto o más salvaje que el provocado por los bombarderos B-52, aparece en el film como un descargo de los EE.UU. por aplicación del adagio que señala “otros vendrán que bueno te harán”. Ese contexto, es tomado fuera del período en que los Jemeres Rojos pasan a ser aliados de los EE.UU., debido a un realineamiento donde EE.UU., los Jemeres Rojos de Camboya y China comunista enfrentan a la República de Kampuchea (Camboya), Vietnam y la Unión Soviética.
De tal modo que el guión de Angelina Jolie y Loung Ung (1970), camboyana luchadora por los Derechos Humanos a la que los EE.UU. concedieran ciudadanía, circunscribe su macabro y espeluznante relato a los avatares –comparables a los de los campos de concentración nazis- de la familia de un militar camboyano (de un gobierno dictatorial apoyado por EE.UU.), concentrándose paulatina y progresivamente en la hija más pequeña.
Se ha señalado la inclusión de elementos autobiográficos en este relato “basado en hechos reales”; una grifa legitimadora de ficciones. Así, la pequeña protagonista pasa a ser un “alter ego” de Loung Ung, que hallará en USA un confortable refugio, económicamente apuntalado por las cuantiosas ediciones de su libro, cuyas ventas por internet se han visto acrecentadas con la presencia de este film narrado con el oficio aportado por una experimentada industria, ahora también incorporando(se) a Netflix.
Un encomiable maquillaje, se encarga de distinguir a unos y otros, por encima de las semejanzas que para un occidental poseen los rostros asiáticos. Los “malos” llevan estampada esa condición en su cara.
La fotografía alcanza una lúgubre belleza en su registro de un infierno fielmente reconstruido, acorde con testimonios registrados “in situ”.
Con estupendos actores infantiles, la realización se mueve dentro de unas simplificadas coordenadas, posibilitadoras de una dicotomía absoluta entre el bien y la inocencia, por un lado, y la (muy real) perversidad a límites inimaginables por el otro. Una conclusión con felicidad llorosa y la presencia imprescindible del culto religioso (no cristiano, pero con reverenciados monjes como garantía de bienaventuranza) preservan la conocida mirada esperanzadora que Hollywood reserva a los “caminos infinitos” con que Dios, la Casa Blanca y el Pentágono, salvarán al mundo.
El valle del amor: un lugar para decir adiós (Valley of Love).
Francia / Bélgica 2015. Dir. y guión: Guillaume Nicloux. Con: Isabelle Huppert, Gérard Depardieu.
Al hotel construido en el árido Desierto de la Muerte (Death Valley, California, EE.UU.), situado en medio de un oasis artificial, llegan turistas ansiosos por transitar los señalizados senderos de piedra del lugar.
Un hombre sumamente obeso, y una mujer de aspecto enfermizo, arriban al hotel y se instalan separadamente. Su vínculo, sus respectivas ocupaciones, la razón de ese alojamiento, surgen de las frases de un diálogo cotidiano. Palabras que al igual que las gotas de lluvia sobre el pavimento, proliferan al punto de cubrirlo en su totalidad.
Son actores. Su “metier”, por momentos, invade la existencia privada.
El lejano pasado resurge en la forma del hijo recientemente muerto que promete volver. Planteo efectuado sin connotaciones religiosas, y más distante aún del cine de ultratumba y su dosis de terror tradicional. El guión introduce la eventualidad de una comunicación ultraterrena a la vez que deja espacio para que la misma no exista. En definitiva, su probable existencia o su inexistencia, no son sino detonantes de esa formidable exposición de angustias que, de no ser interpretadas por figuras de la magnitud de Isabelle Huppert y el físicamente monstruoso Gérard Depardieu, difícilmente evitaran el desbarranque hacia el melodrama sin sustento.
Depardieu y Huppert se introducen en un despiadado análisis de sus personajes, conducidos por un guión que hace de los laberintos rocosos el infierno personal de cada uno. Abriendo camino al “thriller” psicológico que corre por debajo de la historia de una tortuosa relación de pareja.
Con otros énfasis, y corriendo por cuerda muy diferente, el realizador Guillaume Nicloux, por momentos, recuerda a Alfred Hitchcock.