Por A. Sanjurjo Toucon
La gran muralla (The Great Wall). China / EE.UU. 2016. Dir.: Zhang Yimou. Con Matt Damon, Tian Jing, Willem Dafoe.
“Peplum” es la categoría cinematográfica en que historias de la antigüedad (verídicas, deformadas o inventadas), son adornadas con elementos fantásticos en porcentajes variables, siendo la grandilocuencia otra de las componentes de esta corriente donde no suelen faltar las multitudes de toda especie. La definición es lo suficientemente amplia, comprendiendo los mamotretos italianos realizados a lo largo del siglo XX, los disparates norteamericanos (que aprovecharon el renacimiento del CinemaScope y los chirriantes colores de los laboratorios de Luxe) de los años 50, y filmes semejantes de todo origen.
La palabra “peplum” habría surgido de la revista “Cahiers du Cinéma”, en un articulo de Jacques Siclier, a propósito de la presencia de esa “antigua prenda de vestir, consistente en una túnica sin mangas abrochada al hombro.” Fijados esos difusos parámetros, no cabe duda en cuanto a que esta producción chino-estadounidense es un auténtico “peplum”.
La coproducción por parte de ambas naciones, se corresponde con la marcada predilección de los espectadores chinos por los filmes del Hollywood de los años 40 y 50, asegurándose así una cantidad fabulosa de espectadores. En la otra acera, Hollywood, sus seguidores nostálgicos y buen número de adolescentes, hallan una oferta compensatoria de apetencias fílmicas del pasado. El exotismo de estos títulos suele acompañarse de elementos reconocibles, para el mundo occidental. En la ocasión la presencia de dos mercenarios (uno inglés, el otro español) que lucharán junto a uno de los bandos en guerra, y una especie de dinosaurios verdes; fácilmente asociables al auge de muñecos (y cuanto objeto existe) adornados con los extinguidos saurios. Su color, seguramente responde a la convocatoria subconsciente de Hulk, y otros superhéroes.
A los dos mercenarios europeos, se agrega, como figura protagónica de segunda clase, una reina china, cumpliendo con el porcentaje femenino que Hollywood siempre incluyó en sus producciones. Presencia ligada a la libido, y ajena a muy posteriores reclamos feministas de derechos de género, que hoy recorren el mundo.
Los permanentes combates, los dinosaurios volando, y las ingeniosas armas desplegadas, conducen a una bienvenida minimización de los diálogos.
En estos tiempos en que Spielberg & Asociados, han demostrado que con computadoras se pueden recrear miles de extras y fantásticas edificaciones, llama la atención y hasta provoca una sonrisa nostálgica que “La gran muralla” utilice esos recursos solamente en algunas escenas, siendo suplantados por los que aparentan ser rígidos telones pintados. El realismo conferido a los monstruos verdes, acaso evocación y tributo a “Jurassic Park”, lleva a suponer una parcial y voluntaria presencia de viejos y nuevos efectos especiales
La dirección por parte del chino Zhang Yimou, creó frustradas expectativas. Lo mejor de su filmografía está en sus primeras realizaciones (El sorgo rojo, JuDou, Esposas y concubinas, Qui Ju una mujer china). “La gran muralla” es costoso cine de matiné.
Mientras Donald Trump procura el retorno a los EE.UU. de las compañías norteamericanas, Hollywood hace tiempo que prueba suerte en China, con mano de obra a un precio increíblemente bajo. Ahora el cine que nos llega, lleva también la grifa en que se lee “product of United States, Made in China”.
Elle: abuso y seducción (Elle) Francia / Alemania / Bélgica 2016. Dir.: Paul Verhoeven. Con: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny,
La propietaria de una empresa de videojuegos es asaltada y violada en su domicilio. Se niega a efectuar denuncia policial, a la vez que iniciará pesquisas sobre la identidad de su agresor, provocando la desazón de su familia y amigos.
La escasez de datos acerca de esta mujer, se extiende igualmente sobre quienes le rodean. Es a medida que el film avanza, cuando de los parcos diálogos asoman paulatinamente, avaros, descubriendo parcialmente a personajes y sus respectivos pasados.
Novela negra, thriller, film de gangsters, son los géneros insinuados y de todos ellos toma algo; hasta si se quiere corre por debajo de estas historias personales una cuota de humor negro, encargado de acentuar y develar los aspectos reprobables de cada criatura que por aquí pasa. Sazonándolo todo con un “nonsense” generalizado, embebiendo al film en un tenue humor negro con resonancias hitchcockianas.
Si estas son las virtudes del film, también son sus defectos. La ausencia inicial de la información básica, incomoda con el constante ¿Qué sucede?, ¿Quién es? Mientras la historia suena descabellada, sin elementos que validen esos excesos. Aún así, el film se sostiene, desbarrancándose hacia el final, transformándose en imposible historieta con rastros freudianos, simplificadoramente envasados.
Isabelle Huppert, en otra más de sus memorables labores, generará las respuestas que satisfagan interrogantes surgidas a poco de iniciada la proyección.
Paul Verhoeven (Holanda, 1939), continúa siendo un eficaz narrador, y aquí tuvo oportunidad de hacer un film desafiante, como fuera “Delicia turca” (1973). Se conforma con un fallido y complejo relato de una historia no menos compleja.
Sin nada que perder / Comanchería (Hell or Highwater). Dir.: David Mackenzie. Con: Jeff Bridges, Chris Pine, Ben Foster, Katy Mixon, Kristin Berg, Dale Dickey, Jeff Bridges.
El reciente ex presidiario y su hermano asaltan bancos en Texas. Torpes en su “modus operandi”, sus diálogos encierran una cuota de amoralidad. También de (justificado) menosprecio por las instituciones bien vistas por la sociedad: bancos, familia y policía. Los asaltos a los bancos los convierten en émulos de Bonnie & Clyde, a los que Arthur Penn recrea en el filme homónimo con ligera simpatía. Los dos hermanos delincuentes están rozados por utópicos principios anarquistas. Los banqueros son tontos y los bancos réprobos sostenedores del capitalismo. Como la pareja de Barrow y Parker, estos asaltantes, incluso logran despertar cierta empatía y conmiseración. Como a Bonnie y Clyde, parecen importarles más sus acciones que el producto de su delito; son amorales sin que se percaten de ello.
Ese libreto, sumamente atractivo (aunque no necesariamente compartible), ubica parte de la acción en un pequeño pueblo contemporáneo, con rasgos característicos de infinitos “western”. Por su clima denso, la solitaria lucha con un colectivo socialmente poderoso, y la intemporalidad del entorno, se percibe el universo del “cine del Oeste”, con permanentes desbordes, trasladando en el tiempo el viejo género. Al igual que los Coen en “Fargo” el film induce a contemplar con cierta mirada benevolente a delincuentes, expuestos con ligero humor (negro) que no provocará la carcajada, pero sí una continua sonrisa.
De gran atractivo, son los armónicos e imperceptibles cambios de estilo, según se sitúen los aspectos visuales y argumentales en los varios géneros que por aquí pasan. Esta correría aparentemente anodina, es todo un (merecido) homenaje a bien recreados filmes irrepetibles. Integrantes de una nómina de antigua data, transitando el cine de gangsters, del Oeste, el “cine negro, el policial, el spaghetti western, etc.
Los dos hermanos asaltantes de bancos de pueblo, traen a la memoria, a otros hermanos al margen de la ley (los Dalton, Frank y Jesse James, e incluso Butch Cassidy y Sundance Kid –hermanos por elección- recordados con y sin fidelidad en numerosos films del Oeste.
El juego propuesto por Sheridan y Mackenzie es sumamente atractivo. No es empero cine para cinéfilos exclusivamente. Su “lectura” a primera vista, con permanente movimiento de personajes, a la vez que “movido” por su veloz montaje y movimientos de cámara, convierten a la realización en trepidante aventura.
El realizador Mackenzie realizó más de quince filmes, de los cuales solamente llegara a estas latitudes “Amante a domicilio” (2009); el guionista Taylor Sheridan irrumpe en el cine precedido por una veintena de seriales televisivas donde actuara, modalidad reveladora de las huellas del viejo (y casi desaparecido) Hollywood, celebrado con este “puzzle” cinematográfico,
Al abandonar la sala, se sienten deseos de mirar hacia atrás, quizás vengan George Raft, Edward G. Robinson, James Cagney y otros, eludiendo policías inquisidores mientras con sus veloces cuadrúpedos (también pueden ser automóviles) se aproximan Randolph Scott seguido por Humphrey Bogart y Lauren Bacall reclamando un buen filón romántico..
Sydney Greenstreet, Mary Astor, Giuliano Gema y De Laurentiis, hablando todos al unísono, lejos están de imaginar los filmes que se podrán hacer al iniciarse el Siglo XXI.
Militantes de movimientos por igualdad de géneros, reclamaban una mayor participación femenina en la inteligente y acertada “Sin nada que perder”.