La percepción subjetiva y la tecnología, aliadas en una indagatoria fascinante

El Bosco > UNA AVENTURA SURREALISTA

Por A. Sanjurjo Toucon

El Bosco. El jardín de los sueños. España / Francia 2016. Dir.: José Luis López -Linares. Con: Silvia Pérez Cruz, Ludovico Einaudi, Orphan Pamuk, Carmen Iglesias, Nélida Piñón, Salman Rushdie, René Fleming.

El madrileño José Luis López-Linares ha sido director de fotografía de más de una cincuentena de films (“Fados”,” Iberia”, “Buñuel y la mesa del Rey Salomón”, “El sol del membrillo”, etc.) y dirigido una veintena (Altamira, el origen del Arte –en posproducción- , “Retrato de Carlos Saura”, “Asaltar los cielos”, “Extranjeros de sí mismos”, “A propósito de Buñuel”, etc.).

Esa trayectoria es elocuente respecto al predominio del documental sobre la ficción, si bien ambas modalidades en la filmografía de López-Linares, delatan su interés por las artes visuales (cine desde luego) y los artistas, ya sea en sus películas o aquellas en que es director de fotografía (trabajando para notables realizadores (Carlos Saura, Víctor Erice, Jaime Chávarri, Basilio Martín Patino, etc.).

Las aproximaciones al Arte –así con mayúscula- del cine de López-Linares, trascienden los parámetros habituales del film sobre arte, van más allá del didactismo (bienvenido y) simple de la mayoría de esos títulos que (felizmente) prosperan en la TV cable.

Ahora, en “El Bosco. El jardín de los sueños”, cuyo tema central es la fascinante pintura “El jardín de las delicias” de quien en España es conocido por “El Bosco”: Jheronimus van Aken (aprox. 1450-1516), o Jheronimus Bosch o Hieronymus Bosch, nacido en el Ducado de Brabante, hoy parte de los Países Bajos.

“El jardín de las delicias” es ahora contemplado y/o analizado y/o interpretado por varias figuras (ver ficha técnica) de la pintura, el canto, la museística, la historia, etc. etc. que hacen de esta pintura una plataforma acerca de ciencia, filosofía, sociología, religión y un sinfín de enfoques, sencillamente abordados e indirectamente proponiendo al espectador la elaboración de sus conclusiones.

Así, este homenaje que el Museo del Prado, encargara para conmemorar el pasado año los 500 años de la desaparición de El Bosco (las fechas son un comodín) es también una creación capaz de sumergirnos en los pensamientos de “El Bosco” o en aquello que, muy libremente creen que lo eran.

La tecnología moderna permite además incursionar en las diferentes etapas en que “El Bosco” elaborara y modificara sus pinturas.

Numerosos pintores, dibujantes, cineastas, literatos, escultores, dramaturgos… de los inicios y buena parte de la primera mitad del siglo XX, se proclamaron precursores y/o integrantes del nuevo movimiento llamado surrealismo. Seguramente se habían dado una vueltecita por el Museo del Prado, y a escasos metros de la entrada, se zambulleron en “El jardín de las Delicias”. Allí, estaba todo eso y mucho más.

Una vez más López-Linares, pulveriza la idea en cuanto a que los tratados sobre arte son aburridos. Los suyos no. Imprescindible.


1922 EE.UU. 2017. Dir.: Zak Hilditch. Con: Thomas Jane, Molly Parker, Dylan Schmid. (Visto en Netflix, ver nota aparte).

Stephen King, autor de la novela corta en que se basa este film, ubica la acción en un medio rural estadounidense, en 1922, al cual la realización imprime, con sus personajes, su escenografía y una formidable fotografía de Bob Roberts, cierto clima de desasosiego evocador de dramas rurales cinematográficos norteamericanos situados pocos años después, durante la Gran Depresión.

Si las imágenes convocan al universo de “Viñas de ira” (John Ford, 1941), “La fuerza bruta” (Gary Sinise, 1992), “Días de gloria” (Terrence Malick, 1978), en fin, un sugerente aroma “steinbeckiana”. El uxoricidio detonante del relato, convoca hitos criminales de los años veinte y treinta: los asesinos Leopold y Loeb (que inspiraran varios films, entre ellos “La soga” y ¡horror! hasta un musical de Broadway), y también el trágico secuestro del bebé Lindbergh.

En “1922”, el criminal es atosigado por terroríficas visiones, que el film en un principio presenta como posibles alucinaciones, haciendo de él una especie de Raskolnikov “sui generis” y con sabor de miseria rural norteamericana. Toda una atractiva propuesta donde el realizador y también adaptador del texto de King, atempera lo fantástico acentuando el posible origen psiquiátrico de lo imaginado por una mente torturada.

La contienda conyugal por la posesión y utilización de sus bienes, recoge, a su manera, las desavenencias y ambiciones que Trina y McTeague protagonizan en la magistral “Greed” (Von Stroheim, 1924).

Trina, McTeague, Raskolnikov sobrevuelan el relato. Un propósito acaso ultraintencional de un sólido narrador que busca y logra un cine que es acertado entretenimiento y que gusta sacudir con la justificada repugnancia provocada por varias escenas.

Pulcro y válido cine sin aspiraciones trascendentales, resucitando parámetros de bienvenido profesionalismo hollywoodiano en todos sus rubros.

Sobre Stephen King.- A sus setenta años de edad, en los últimos cuarenta y siete, este exitoso norteamericano ha escrito una cincuentena de novelas largas, catorce volúmenes de relatos y cuentos cortos y algunas obras de “no ficción”, amén de ocho guiones cinematográficos.

Semejante alud productivo es frecuente en los autores de “best sellers”, y King lo es. Ello lleva a suponer una velocidad “balzaquiana”, o bien, y como ya lo pusiera en práctica Alejandro Dumas (quizás también Homero, entre otros), el autor fija coordenadas luego desarrolladas por muy profesionales escribas. Los requerimientos de un mercado debidamente inducido, lo facilitan.


Netflix, ¿la otra sala?

¿Doblada o con subtítulos? Preguntó el boletero a quien deseaba ver determinado film.

Sí, ese horrendo y distorsionador doblaje ha ganado público, a diferencia de lo ocurrido con films doblados exhibidos en nuestro país en los años 30 del siglo pasado.

El doblaje es rechazado razonablemente por críticos de cine y gustadores de ver el cine tal cual es. El desconocimiento de un idioma no impide que, automáticamente, el espectador imprima a la lectura de los subtítulos, las inflexiones y tono de voz provenientes de la banda sonora original.

El doblaje viene impuesto del exterior y/o consentido por exhibidores locales sin fuerza para rechazarlo. Los argumentos para defender el doblaje son varios e insustanciales, y el más contundente es que así se venden más entradas. En última instancia, son aquellos espectadores dispuestos a aceptar el doblaje, los responsables del hecho.

Algunas películas son exhibidas dobladas en la tarde y subtituladas en la noche. La confusión sobre horarios y doblajes ahuyenta a quienes estábamos acostumbrados a que el doblaje era solamente un mal necesario en los films para niños preescolares. En un castellano neutro que evitaba palabras tales como “coger” y otras de localista significado.

No cabe duda, si el doblaje vende habrá de continuar. Las motivaciones de la preferencia pueden ser alarmantes.

Si al doblaje agregamos la ocupación mayoritaria de pantallas por un cine intelectualmente ínfimo, se comprenderá la estratificación socio- cultural que ello ocasiona y se agudiza ante las nuevas opciones.

Por el precio de una entrada de cine un sábado o domingo por la tarde, puede realizarse la suscripción a un sistema (Netflix predomina en nuestro país, pero hay otros) de TV paga, que coloca a disposición de los usuarios cientos (o quizás mas) de films de todos los tiempos, de series completas (algunas realmente valiosas), para ver en días y horas determinadas por el usuario, también producciones en carácter de estreno (como acontece con “1922”, comentada en esta página) e infinidad de realizaciones (especialmente documentales) a los que no se puede acceder por otra vía.

Los films de la TV paga se ahorran discusiones, se puede optar por versiones subtituladas (con la alternativa de leyendas en diferentes idiomas) o dobladas a varias lenguas, a gusto del consumidor.

La defensa del subtitulado es una causa compartible, pero quijotesca lucha contra molinos de viento. La industria se rige por la taquilla y, en última instancia, los grandes centros de producción efectúan las ventas de sus productos como más les convenga.

Netflix (de la que somos usuarios a través de las franquicias otorgadas a un suscriptor), si bien no poseemos estadísticas al respecto, obtendría, en nuestro país, tantos o más espectadores que las salas tradicionales. De ahí que incluyamos comentarios de estrenos producidos por esa vía.

Los prehistóricos U-matic, otros sistemas de nombre olvidado, el VHS, y hasta el mismo DVD como envase de cine vendido en (casi desaparecidos) videoclubes, son especies extintas o en vías de serlo.

En todo el mundo desaparecieron las que se creían eternas grandes salas, las reemplazaron los multicines (con fuerte presencia en los centros de compras). Su destino depende del público. La desaparición de los subtítulos acaso sea irreversible en las salas. Pero, el cine en el hogar no podrá reemplazar al hecho social de ir al cine y a la magia de las salas oscuras. ¿O, sí?