Por A. Sanjurjo Toucon
El Bar. España 2017. Dir.: Alex de la Iglesia. Con: Blanca Suárez, Mario Casas, Terelé Pávez, Alejandro Awada.
Gran cantidad de españoles de pueblos, villas y las grandes urbes, (Madrid, donde transcurre esta historia), no ingieren el desayuno en su hogar. Lo hacen en el bar más próximo, o en otro que sea de su preferencia. Churros crocantes, mantecadas, polvorones y, café con leche o chocolate; y hasta algún carajillo o directamente la copa de jerez, corren por las mesas –más bien escasas- y el muy concurrido mostrador.
Ese desayuno en el bar es pretexto para poner en funciones otro “deporte” de los hispanos: la conversación sobre cualquier asunto y acto seguido la discusión, que habrá de prolongarse con variada extensión. El bar del film, está presente en todo momento, pues allí se desarrolla el relato. Ese desayuno -alejado de los “burger” y “cafeterías” multinacionales para gente apurada- es el que en horas de la mañana da cabida a un grupo –no demasiado grande- de hombres y mujeres dispuestos a reñir amablemente con la otra mitad de los hombres y mujeres.
Semejante idiosincrasia, queda fuera del film de Alex de la Iglesia, ya que detenerse en ella convertiría la realización en algo diferente a lo logrado. Esas líneas iniciales han definido precisamente a los allí presentes, cuyos personajes van a transitar los que parecen ser aires de comedia liviana, insertos en un film dramático.
En la esquina de ese bar, aparecerá el asesino sorpresivamente, iniciando una escalada de violencia. En este punto, y conocida la costumbre del realizador y colibretista de abundar en referentes cinematográficos, aquí pueden hallarse varios. El cine norteamericano ha ofrecido numerosos títulos que básicamente eran esto: un grupo de personas es secuestrado por uno o varios delincuentes. Las “citas fílmicas”, pueden ser un acertijo para espectadores dispuestos a aceptar ese juego. No obstante, el mayor referente se sitúa en el cine de la violencia, que el Hollywood contemporáneo ofrece desde distintos géneros (cine de gangsters, de denuncia, aventuras, comedias e incluso musical).
El cine de Alex de la Iglesia, puede atraer o provocar rechazo, difícilmente deje a alguien indiferente. El realizador se regocija en el tratamiento de situaciones trágicas, muy reales, con la conversión de estas en caricaturas: en tanto reflejen hechos reales deformados, en este caso con humor chirriante, acerca de situaciones dramáticas.
Con sus películas, De la Iglesia parece estar buscando una forma de llamar la atención sobre una sociedad a la que pulveriza. Con humor, desde luego.
Anisoara (Anishoara). Alemania / Moldavia 2016. Dir.: Ana Felicia Scutelnicu. Con: Ana Morari, Drago Scutelnicu, Verónica Cangea.
Son unas cuantas las repúblicas centroeuropeas que comenzaron su existencia en la Edad Media como parte de diversos reinos. En el caso concreto de Moldavia, conviene señalar que durante siglos fue parte del imperio austro-húngaro y otros reinos, principado, etc. Hasta que en las primeras décadas del Siglo XX, formó parte de la Unión Soviética, como muchas otras naciones de la zona. Independizada de la URSS, al sucumbir el imperio soviético, Moldavia, reasume su identidad, antes disimulada bajo el conglomerado de múltiples y diversas RSS (Repúblicas Soviéticas Socialistas).
Fagocitada políticamente por su poderoso vecino, desde esta perspectiva rioplatense nos resulta difícil referirnos a una cultura moldava; la misma Moldavia acoge a por lo menos dos expresiones culturales bastante diferentes según determinarían las dos lenguas allí habladas: el rumano (lengua latina) y el eslavo eclesiástico.
“Anisoara” transcurre en una languideciente y diminuta aldea –cabe suponer que moldava-, donde la jovencita Anisoara vive con su abuelo y hermano menor. Esta adolescente casi no habla, y pocos diálogos hay en el film que resigna la frialdad objetiva de sus sesgos etnográficos y antropológicos, a favor de una mirada poética y descriptiva.