Por Álvaro Sanjurjo Toucon
La casa junto al mar (La villa). Francia 2017
Dir.: Robert Guediguian. Guión: R. Guediguian y Serge Valle. Con: Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan.
La enfermedad del anciano padre reúne a sus tres hijos, sesentones y algo más, dos hombres y una mujer, en la casa junto al mar existente en pequeño poblado costero próximo a Marsella.
La reunión va revelando fantasmas del pasado, generadores de situaciones conflictivas de la familia. Esquema harto recorrido por teatro y cine, con muy jugosos resultados en filmes de Ingmar Bergman y Woody Allen. En el caso de Guediguian sin la profundidad psicológica ni la consistencia dramática de aquellos, sometidos aquí a la utopía social y humana del realizador.
El fracaso de un sitio para vacacionar a bajo costo, las ideas, también fallidas, igualatorias y revolucionarias de un pensador atrapado por la burocracia capitalista, el culto a su personalidad que una actriz oculta bajo el pregonado dolor por la hija muerta, irrumpen a modo de representación de no concretados ideales. Indirectamente, Guediguian habla de la transformación de movimientos colectivos (mayo francés, socialismo revolucionario, etc.) en normas de vida a nivel individual.
El amor y la pareja quedan incluidos y su imposibilidad por un camino hallará solución por otro. Guediguian hace de su film una paráfrasis social contemporánea, dando cabida a una juventud cuyo vínculo con la generación precedente luce bastante complejo. Los idealistas de ayer no comprenden a los pragmáticos de hoy y viceversa, si bien una cuota de compasión por el prójimo puede ser compartida.
Con un trabajo que apela al sentimiento, dejando en suspenso su resolución racional, el drama de los pueblos que, con cultura diferente, emigran a Europa, surge como el llamado final de un realizador convertido en conciencia de una clase media oscilante entre su confort acaso egoísta, y el angustioso llamado de los desheredados.
Ideológicamente ingenuo, el film consigue sostenerse por esa acertada labor de un elenco (integrado por Ariane Ascaride –esposa del realizador- y varios actores amigos) que desde décadas atrás comparte el cine de Guediguian.
El primer hombre en la luna (First Man). EE.UU. / Japón 2018
Dir.: Damien Chazelle. Con: Ryan Gosling, Claire Foy, Jason Clark.
Cuando el pasado 12 de octubre se conmemoraban los 526 años de la llegada de Colón al llamado Nuevo Mundo, en los EE.UU. y numerosas otras naciones se estrenaba este film que seguramente en su país es una especie de vanguardia de conmemoraciones fílmicas del medio siglo de la llegada del hombre a la Luna (21-07-1969).
El asunto arranca unos ocho años antes, teniendo como eje el entrenamiento y vida familiar (en esquemáticos trazos con circunstancias que permiten incorporar momentos de dolor) de Neil Armstrong (1930-2012), el que será elegido para ser pionero en la llegada a nuestro satélite natural.
El impersonal Damien Chazelle (1985) demostró sus escasas condiciones con “La la land” (2016), entregando ahora un plúmbeo relato que en solamente escasísimas instancias demuestra cierto nervio: las correspondientes a accidentes y aeronaves que no responden y breves instantes del viaje a la luna, solamente el de ida porque el regreso a la Tierra se resuelve (felizmente) mediante montaje.
La superficie de la sombra (A superficie da sombra). Brasil / Uruguay 2017
Dir.: Paulo Nascimento. Con: Leonardo Machado, Giovana Echeverría, César Troncoso.
La ciudad de Chuí, en la frontera de Brasil con Uruguay, alberga este relato de amor y muerte (del escritor Tailor Diniz) signado por elementos fantásticos provenientes de leyendas lugareñas.
Salvando las diferencias urbanísticas entre Nueva York y Chuí, por aquí se filtran ceremonias con bastante similitud con las de “Ojos bien cerrados” (Kubrick, 1999). Una suerte de mixtura de Eros con Thanatos, en que la inexistente actuación de la brasileña Giovana Echeverría, es tolerada por la sensualidad de su mirada y una sinuosa distribución de su masa corporal de atractivo extra artístico.
Con escasísimo uso de lo visual, el asunto se apoya en muy extensos diálogos donde los acentos idiomáticos desaparecen dejando sitio a un inexplicable “portuñol” con dejos montevideanos.
Las acartonadas interpretaciones facilitan el desbarranque.
Calles y comercios se ven increíblemente desiertos; el cambio de moneda no favorecería a nadie.
Colette. EE.UU. / Reino Unido 2018
Dir.: Wash Westmoreland. Con: Keira Knightley, Dominic West, Eleanor Tomlinson.
Colette fue el nombre utilizado por la parisina Sidonie Gabrielle Claudine Colette (1873-1954) en su amplia trayectoria que además de la literatura, que le dio popularidad en principio por las tramas sexuales de sus novelas, fue también realizadora cinematográfica, actriz, periodista y bailarina de cabaret.
Este film recoge fragmentos de su vida, en especial su conflictiva relación conyugal así como sus inclinaciones lésbicas. Indudablemente la vida y los textos de Colette transgredieron, o prefiguraron, las muy cambiantes pautas morales.
Su vida y obra, trasladada innumerables veces a la pantalla, se vio filtrada por la época en que surgían estos filmes. Recuérdese la edulcorada “Gigi” (1958, Vincente Minnelli). M-G-M se encargó de tranquilizar a las plateas.
El matrimonio integrado por el realizador Wash Westmoreland y su colibretista Richard Glatzer (conjuntamente con Rebecca Lenkiewicz) construye, en capítulos cronológicamente separados, una Colette precursora y abanderada del movimiento LGBT contemporáneo. Y lo fue. Lo curioso es que el relato es esencialmente tradicionalista, hollywoodiano en su formulación.
Esta parcialización, si bien real en su contenido, ofrece solamente una de las “Colette” que pueden llegar a la pantalla. La realidad circundante reclama la visión lésbica, y así es aceptada. Seguramente en los años ’60, la revolución sexual de Colette habría compartido espacio con la colaboracionista pasiva (o quizás no tan pasiva) aquí ignorada.
La actriz Keira Knightley, siempre excelente, nada puede con una marcación actoral deseosa de convertir a la Colette de la “Belle Epoque” en una militante feminista (o algo así) de 2018.