La forma del agua (The Shape of Water). EE.UU. / Canadá 2017. Dir.: Guillermo del Toro. Guión: G. del Toro y Vanessa Taylor, sobre historia del primero. Con: Sally Hawkins, Octavia Spencer, Michael Shannon.
Al margen de errores y omisiones, que los tuvo, tiene y tendrá, no hay premio cinematográfico avalado por un jurado más numeroso, que aquel que otorga los premios “Oscar”, constituido por los hoy alrededor de seis mil integrantes de la Academia de Hollywood. Considerable número de personas que marcan determinadas preferencias, a su vez posible reflejo de lo deseado por la industria y seguramente el público (detrás de cada film hay un estudio de mercado).
Conjuntamente con el multitudinario “cine chatarra” -un equivalente de la gastronómica “fast food”-, el mejor cine norteamericano reciente se ha volcado con bienvenida asiduidad a los “años de Eisenhower”, término que engloba parte de los 50 y 60, coincidentes con prosperidad económica interna, dominio militar (aunque obsesionado por el fantasma del comunismo), y una crisis creciente de la industria fílmica, englobables en lo que Tom Engelhardt expusiera en “El fin de la cultura de la victoria”.
Y todo esto se refleja en “La forma del agua” (con trece candidaturas al Oscar que incluyen Mejor Film, Mejor Director, varios actores y otros rubros), un “revival” de la producción de la época, con manifiesto punto de partida, gozosamente perceptible para cinéfilos veteranos, que descubrirán cuánto ratifica el realizador guionista Guillermo del Toro, en una entrevista de “The Frame”: «Tenía seis años cuando vi “El Monstruo de la Laguna Negra” en la televisión y hubo tres cosas que despertó en mí, la primera que no revelaré; la segunda fue la imagen más hermosa que había visto, me sentí abrumado por la belleza; y la tercera cosa fue que en realidad esperaba que terminaran juntos y no lo hicieron… Me tomó 40 y tantos años y 25 como cineasta corregir ese error cinematográfico».
“El monstruo de la Laguna Negra” (1954) –hoy film de culto- fue una producción norteamericana de rigurosa clase “B” –estrenada ese año en Montevideo en el cine Ambassador, luego integrante de los doble programas de acción del Victory- en la que un grupo de científicos norteamericanos halla en aguas amazónicas un ser con forma humana y aspecto de pez, características que no le impiden sucumbir ante las sinuosas formas de una inolvidable Julie Adams.
En “La forma del agua”, es la menos ondulada Sally Hawkins, como limpiadora de un laboratorio científico vinculado con el Pentágono, quien sentirá manifiesto amor/compasión por un hombre-pez proveniente de la selva sudamericana.
Por cierto que Del Toro traspone una mera “continuación” (el personaje del monstruo visitó también la pantalla chica), sino que con una estética del cine de los 50 y 60 –la publicidad de la época, la escenografía callejera obviamente de estudio- y temas conexos acordes –espías rusos, macartistas como contrapartida, la TV en su condición de ventana hacia el cine de los 30- hace eclosión esa mirada retrospectiva, tierna y crítica, remozando los clásicos planteos entre ciencia y moral –reafirmando una discriminación “hacia lo distinto”, de extrema actualidad- con remota apoyatura en el “Frankenstein”, de Mary Shelley (novela gótica especialmente consumida por la sociedad de masas a través del film homónimo de 1931).
Seguramente todos los resortes puestos en movimiento por el realizador, no actuaron sobre los alrededor de seis mil habilitados para votar; tampoco lo harán, ni ello es necesario, sobre quienes contemplen el film como pasatiempo descontextualizado. Del Toro ofrece un chisporroteante relato de ciencia ficción, enriquecido con subtramas que dan lugar al cine romántico (con natural presencia de una sexualidad antaño escondida), al de espionaje, y varios géneros más, sin olvidar los adecuados pincelazos de melodrama y humor.
Consecuente con la cultura popular de los años transitados por el film, los caracteres físicos y morales de malvados y héroes del “comic”, hacen acto de presencia abriendo sucesivas “cajas chinas”.
Al margen de “Oscar” obtenidos o no obtenidos, el mexicano Guillermo del Toro es un excelente y moderno director de un Hollywood que hace rato dejó de existir.
Park. Grecia / Polonia 2016. Dir. y guión: Sofía Exarchou. Con: Dimitris Kitsos, Dimitra Vlagopoulou, Thomas Bo Larsen.
Cuando decimos “cine sobre adolescentes”, surgen de inmediato dos grandes divisiones –a su vez subdividibles-: las ñoñas, anodinas y falsas comediolas “hollywoodianas” y sus epígonos de diversa procedencia, y los abordajes maduros del tema –que pueden ser comedias-, enfocándolo desde disímiles perspectivas, siendo la relación de los jóvenes con el entorno, una de ellas. Nítidamente identificada por films como “Los olvidados” (Buñuel, 1950), “Los 400 golpes” (Truffaut, 1959), “Crónica de un niño solo” (Favio, 1965), “Los golfos” (Saura, 1960), “Deprisa, deprisa” (Saura, 1980), “La ciudad y los perros” (Lombardi, 1985), “Estación central” (Salles, 1998), y un largo etcétera donde no faltan más recientes ejemplos latinoamericanos, europeos y del Lejano Oriente.
Las naciones suelen albergar eventos que requieren ingentes gastos de infraestructura, justificando los mismos con infaltable y frecuentemente no cumplida muletilla: “una vez finalizada/o (la Olimpíada, el Congreso, el Campeonato, la Exposición, etc. etc.) las instalaciones (estadios, piscinas, albergues para las delegaciones, etc. etc.) serán destinadas a cumplir funciones en beneficio del país y sus habitantes”.
Se sabe que son más las veces que el destino final es otro menos loable, cuando, peor aún, son ruinas que albergan a familias e individuos a los que no se sabe dónde ubicar.
Los restos edilicios de la Villa Olímpica de Atenas (2004), se entregaron a familias humildes sin vivienda, que así se convirtieron en habitantes de unas ruinas menos gloriosas que las del Partenón, en medio de la nada.
En ese entorno, adolescentes de ambos sexos, aprisionados” por el hábitat, vagabundean, se aburren, descubren la sexualidad, crean su propio mundo de riguroso presente, y ocasionalmente bordean los sitios de quienes poseen cuantiosos recursos.
La realizadora Sofía Exarchou (Atenas, 1979), irrumpe en el largometraje con este título que rescata principios fundamentales del más puro neorrealismo italiano, ofreciéndonos este testimonio reconstruido, podría decirse este documental que, sin una historia en el sentido tradicional, atrapa por la autenticidad material, social y psicológica de cuanto recrea. El suyo es cine que sin estridencias ni embanderamientos, desmitifica falsos fulgores, dejando ver la sordidez existente por detrás.