Por A. Sanjurjo Toucon
El hilo invisible (Phantom Thread). EE.UU. 2017
Dir. y guión: Paul Thomas Anderson. Con: Vicky Krieps, Daniel Day-Lewis, Lesley Manville.
Reynolds Woodcock, imaginario diseñador de modas londinense de los años 50, y una de las dos figuras centrales de “El hilo invisible”, compendia a diferentes modistos de la época. Todos ellos responsables de cubrir con sus creaciones a figuras de las monarquías que aún sobreviven, a las reinas sin corona que son las actrices de cine y a otras encumbradas damas.
Pero no se trata aquí de trazar un retrato (implacable) de la sociedad –como lo ha hecho el realizador-guionista Paul Thomas Anderson en otros títulos: “El maestro”, “Vicio propio” y demás de sus casi 40 films- sino, además de ello, de viviseccionar a ese modisto. Artista creador en su rubro, dominado por egolatría ilimitada, la que se materializa en esos vestidos, necesitados de cuerpos femeninos para concretarse.
El detallismo acerca de comportamientos propios y de quienes le rodean, convierte a Raymond en una criatura solamente tolerable por su “corte”: costureras, modelos, clientas y su hierática hermana. Estableciendo una malla de relaciones sin mayor desarrollo, utilizando insistentemente una misma acción en diferentes imágenes. Discutible recurso que alcanza sus propósitos.
En su segunda mitad, el film imprime mayor presencia en el diálogo a aquella mujer que Raymond –perverso Pigmalión- hiciera recorrer el camino que va desde el restaurante en que era camarera, al podio donde fuera silente, sumisa musa inspiradora, y modelo favorita. Un formidable juego donde los roles de deslumbrador y deslumbrada, participan de feroz contienda.
Esta no es (si bien no deja de ser) una mirada al mundo de la Alta Costura, como lo fuera “Pret a porter”, de Robert Altman. Paul Thomas Anderson se vuelca sobre los comportamientos de criaturas complejas, autotorturadas, y su logro está en el guión tanto como en el desempeño (y dirección) de un actor descomunal como es Daniel Day-Lewis. Evocador por su talento –cierto parecido físico- y la complejidad psicológica de su trabajo, del recordado Dirk Bogarde en sus mayores performances (“El sirviente”, “Por la patria”, “Muerte en Venecia”, Portero de noche”). No queda a la zaga la actriz luxemburguesa Vicky Kries, sorteando airosamente cuanto exige “ser nadie” y “marcar presencia” a la vez, en una combinación variable de ambas situaciones. No por casualidad su personaje se llama Alma.
Con refinadas imágenes, en apariencia reproductoras de la frivolidad de las revistas de modas de papel satinado, esta realización se vuelca sobre una de las más interesantes contracaras oscuras del luminoso mundo de la alta costura.
A 47 metros (47 Meters Down). Reino Unido / República Dominicana / EE.UU. 2017
Dir. y coguionista: Johannes Roberts. Con: Mandy Moore, Claire Holt.
Cuando en 1979, se estrenó “Tiburoneros” (México 1963, Luis Alcoriza), una historia pasional donde su protagonista vivía de la pesca de los temibles escualos, no han de haber faltado quienes infructuosamente buscaron experimentar los temores que, en 1975, provocara “Tiburón”, logrado “thriller” ictiológico de Steven Spielberg. Un jalón que dividió en dos la lista de films con participación del legendario devorador de los mares.
El “Tiburón” de Spielberg tuvo su secuela decadente: el 2, el 3, un 4 en 3D y engendros afines. En su mayoría sobre el esquema “spielberguiano: gente feliz en el agua, aparición progresiva de uno o más escualos, sangre y rescate a último momento.
Se hizo difícil hallar nuevos atractivos con aquella manoseada fórmula. No obstante, emergieron un par de títulos que supieron provocar, tiburón mediante, generosas dosis de adrenalina entre los espectadores. El mejor de ellos: “Miedo profundo”, de Jaume Collet-Serra; tensión ininterrumpida en torno a una bañista encaramada en una roca y el tiburón que la acecha; el otro, esta “A 47 metros”, acerca de dos mujeres atrapadas, en el fondo del mar, dentro de la jaula de hierro en la que tendrían suficiente seguridad para observar aquellas mandíbulas ahora amenazantes. En determinado momento comienza a faltarles el aire, al espectador también.
El realizador ha decidido profundizar en el asunto y anuncia un próximo título: “A 48 metros.”
Huye / Déjame salir (Get Out). EE.UU. 2017 Coprod. con Japón
Dir. y guión: Jordan Peele. Con: Daniel Laluuya, Allison Williams, Bradley Whitford.
Humilde muchacho negro viaja con novia blanca a lujosísima y aislada vivienda de los padres de ella; un matrimonio liberal (médico y psicóloga) que no pondrá obstáculos a la pareja. El extraño comportamiento de los criados negros será el primero de una serie de incidentes que harán sospechar al invitado que allí se esconde algo inquietante.
Estos elementos se han visto hasta el hartazgo y sorprende cuando, como ocurre aquí, el realizador guionista logra esa atmósfera sin las habituales truculencias.
Poco más hay en este relato de Jordan Peele, actor negro de vasta trayectoria televisiva, ahora debutando como realizador cinematográfico.
Los cinco minutos finales lo resuelven todo, o quizás no, porque la historia deja abierta la puerta para su continuación.
Entretenimiento olvidable, su presencia en las candidaturas al Oscar (Mejor Film), quizá obedezca a una no proclamada política inclusiva.
Sieranevada. Rumania / Francia / Bosnia Herzegovina / Croacia / Macedonia / 2016
Dir. y guión: Cristi Pui. Con: Mimi Branescu, Judith State, Bogdan Dumitrache.
En la primera media hora, dos o tres planos a cámara fija, informan sobre las discusiones matrimoniales de una pareja. Superada la desavenencia, arriban a una reunión familiar donde más planos fijos recogen, en oscuros interiores, a lo largo de casi tres horas, diálogos tontos sobre temas que no lo son.
Por supuesto, surge inevitable el recuerdo para la magistral “La familia”, de Ettore Scola. El rumano Cristi Puiu hace todo lo contrario. “Sieranevada”, galardonada en Festivales y aclamada por la crítica internacional, para este cronista es uno de los mayores bodrios que ha visto en su ya larga existencia.