Por A. Sanjurjo Toucon
La mujer del padre (Mulher do Pai). Brasil / Uruguay 2016. Dir.: Cristiana Oliveira. Con: María Galant, Verónica Perrota, Marat Descartes, Aurea Baptista.
Quebrando nuestro hábito de no incluir en la crítica de un film detalles de su anécdota, en esta oportunidad revelaremos los meandros de esta historia, por lo cual el lector que prefiera no conocerlos previamente, absténgase de leer esta nota, léala después, o simplemente no la lea.
La directora y coguionista Cristiana Oliveira (Río de Janeiro, 1963) posee amplia trayectoria en la TV brasileña como directora, escritora y actriz. La difusión y prestigio intelectual de esta mujer múltiple en el área del espectáculo (teleteatros incluidos) tuvieron su complemento en labores algo frívolas, especialmente cuando su cuerpo desnudo engalanó una de las tapas de la revista “Playboy”. La coguionista Michelle Frantz, también cuenta con antecedentes como escritora y actriz.
La historia y los personajes de “La mujer del padre”, habitantes de un moribundo pueblo de frontera del sur de Brasil, situado a cuarenta kilómetros del límite con Uruguay, arremete con vigorosa y continua andanada de situaciones propias del histórico teatro criollo de Uruguay y Argentina, de las letras de tango y de los melodramas más desbordados del cine latinoamericano del siglo pasado. Y todo esto funciona muy bien.
Esenciales datos, surgidos de forma natural y paulatina, en conversaciones cotidianas e intrascendentes, develarán la complejidad de estos personajes, diseñados con una impronta suficiente para destacar la capacidad de síntesis de las guionistas. A su vez las largas y dramáticamente justificadas tomas del lugar, con cámara absolutamente rígida, testimoniando soledades, poseen doble atractivo: su vigoroso plasticismo y su representación de un medio detenido en el tiempo. Sin alternativa, los jóvenes del lugar aceptan integrar un futuro previsible, similar al vegetar de los mayores, o emprender incierto camino hacia la gran urbe.
En cochambrosa vivienda de pueblo moribundo, vive un ciego con su hija en plena efervescencia adolescente, y su anciana madre, muerta a poco de comenzado el film. La muchacha, con resabios de la niñez, y un cuerpo adolescente en el que curvas aún tímidas, encienden apetitos sexuales en todos los hombres del lugar, idealiza al país fronterizo. Pensamiento de carácter cordial, ya que el Uruguay es país coproductor –sin escenas en el mismo- condición que también abre puertas –como puede verse aquí- a excelentes intérpretes de nuestro (maltrecho) cine y (aniquiladora) TV.
El roce de una mano, la ansiedad delatada por una mirada, una frase dicha al pasar, vaticinan la atracción irrestricta, ejercida por esta “Lolita”, cuya presencia perturbadora ya sabe del poder de Eros. Una atracción experimentada por pretendientes, ajenos al descubrimiento erótico romántico de la hija del ciego, al ofrecer su sensual presencia al uruguayo contrabandista. Hombre cuidadoso de las leyes, se resiste a una copulación tradicional con la menor, suplantándola exitosamente con un “cunnilngus”, también penado por la ley. El film sabe mantener el interés y, felizmente, prescinde de los aspectos legales del asunto.
En una secuencia que hubiese encantado a André Breton, Buñuel, Dalí y otros surrealistas, el ciego se excita sexualmente al escuchar el pormenorizado relato que su hija hace a una amiga, del encuentro carnal con el uruguayo (Incluye detallada descripción del “cunnilingus.”)
El ciego sosegará su líbido con una prostituta, manoseando a su hija y quizás penetrándola, en estupenda escena, donde la escasa luz de una habitación deja, ahora sí, espacio para la duda.
Los oscuros interiores, dramáticamente utilizados, no ocultan su pertenencia a una sociedad en plena crisis.
La hija del ciego que ama a su maestra y su maestra a ella, desde el comienzo del film hasta su conclusión, crean un nuevo eje para un relato que articula y ensambla vivencias varias, conversoras del film en disfrutable fresco melodramático. Basta recordar la secuencia en que la maestra percibe cierto lógico rechazo, por parte de la adolescente, deseosa de retornar al vìnculo docente-alumna, al percibir que su admirada amiga, convertida en miembro de la familia, comienza a asumir el rol de “dueña de casa”, ya sea en labores domésticas o la cama de su padre.
En breve diálogo con el ciego, la maestra describe su pasado sentimental con un símil propio de las descacharrantes obras de Jardiel Poncela: “los hombres en mi vida, han sido como esos trenes, atravesando el pueblo sin detenerse”. Frase que dado el estado actual de los ferrocarriles de los países coproductores, aporta una dosis de humor negro.
Por cierto, los melodramas románticos decimonónicos, los dramas camperos (representados primero en circo y luego en teatro) las letras de tango, y desde luego el teleteatro dicen presente sin espacio para la duda.
Es esa acumulación lacrimógena-melodramática-humorística, la que convierte al film
en “divertimento” en torno a los géneros cinematográficos.
El gran acierto, o uno, de los muchos aciertos aquí congregados: encuadres, iluminación, fotografía, etc. es el convincente desempeño de todo el elenco, destacándose la juvenil María Galant y la uruguaya Verónica Perrota, construyendo sus personajes con la indeleble huella de un trabajo minuciosamente elaborado.
Mención aparte para Esmoris, divertidamente sofrenado por aquello de “con hijas y mujer de los amigos, no” que empero trasluce, domesticados e imposibles deseos.
Probablemente las intenciones de las autoras no sean las que acabamos de reseñar, y este film no pretendiera más que emular las telenovelas brasileñas. Pero sabiendo que toda película, novela, escultura, pintura, deja de pertenecer a su autor una vez que llega al público, es legítimo que cada espectador/lector o lo que sea, vea la obra en cuestión a su manera.
La coproducción parece ser el camino por el cual ha de transitar el cine uruguayo, olvidando, tan siquiera en parte, el bajón y el trascendentalismo con que se viste desde hace ya mucho rato.
Nuestros hijos (I nostri ragazzi). Italia 2014. Dir.: Ivano De Matteo. Con: Alessandro Gassman, Giovanna Mezzogiorno, Luigi Locascio.
Con dieciséis films como actor y diez como director, Ivano De Matteo, no posee antecedentes notorios por estas latitudes (un solo film suyo fue exhibido fugazmente en Montevideo).
“Nuestros hijos” se inicia convencionalmente, siendo esta característica la que parece regirá en esta comedia italiana “de padres e hijos”. Dos hermanos cincuentones, uno abnegado médico, casado, y con un hijo adolescente, el otro abogado, medianamente inescrupuloso, casado, con una hija adolescente, representan, junto a sus esposas, dos actitudes existenciales diametralmente opuestas.
Ambos matrimonios, adoptarán, en privado, una actitud crítica hacia el otro, en tanto los respectivos hijos, primos entre sí, acceden a libertad y medios
económicos suficientes para cubrir su vida social, insertada en coordenadas de amplia tolerancia familiar.
Una muerte coloca a los jóvenes en sitial comprometido, al tiempo que el pequeño grupo fuerza sus valores éticos y morales a un punto de un “aquí no ha pasado nada”.
La inocua comedia costumbrista, adopta una senda diferente, convirtiéndonos en jueces involuntarios de cuanto sucede, habiéndonos transportado, imperceptiblemente, de la ligereza del comienzo a los trastabilleos de quienes se desprenden e intercambian posiciones anteriores.
Este segundo tramo del relato, es discursivo, excesivo, aunque estupendo vehículo de unos intérpretes que extraen del guión su formidable carga dramática.
El guión de “Nuestros hijos” (2014) está escrito, entre otros, por Howard Koch, a su vez basado en “La Cena” (2009) novela de su autoría. El último episodio de “Relatos Salvajes” (2014) de Damián Szifron, es sumamente similar a “Nuestros hijos”. Varias incógnitas quedan flotando en el aire.
Sin suspicacias, Oren Moverman y Herman Koch, adaptaron a la pantalla, en 2017, la novela “The Dinner” (escrita por Koch y publicada en 2009, o quizás antes. El film dirigido por. Oren Moverman contaba con la participación de Richard Gere y Laura Linney.