Por Alvaro Sanjurjo Toucon
Jurassic World: El reino caìdo (Jurassic World: Fallen Kingdom). EE.UU. / España 2018. Dir.: J.A. Bayona. Con: Bryce “Dallas” Howard, Chris Pratt, Jeff Goldblum.
Cuando Steven Spielberg dirige “Reto a muerte” (1971), establece rasgos que pautarán su abundantísima filmografía como realizador. En primer lugar sus virtudes narrativas, construidas a partir de la mejor tradición del cine norteamericano con su admirable (y perdida) capacidad de síntesis, logrando planteos concretos en los primeros minutos de proyección, desarrollándolos a continuación, manteniendo el interés del espectador hasta el final del metraje. Spielberg, producto de una cultura popular también asentada en el gran show con espíritu circense, añadió esta impronta a sus films, así se trate de los dos automóviles del debut de 1971, un campo de concentración (“La lista de Schindler”) o el gigantesco escualo que aterroriza a una playa (“Tiburón”). Rasgos que con muy variable intensidad son detectables en numerosos de los casi ciento ochenta films de los que fuera productor, y este “Jurassic World: El reino caído” es uno de ellos.
En 1993, Spielberg dirige “Jurassic Park”, una simpática aventura acerca de prehistóricos dinosaurios que mediante manipulaciones genéticas son posibles en el mundo contemporáneo. Ello dio paso a una saga de probado éxito de taquilla y un notorio desgaste del asunto con cada nueva realización. En 1997, Spielberg dirigirá “El mundo perdido: Jurassic Park”, a la que seguirán: “Jurassic Park III” (con dirección de Joe Johnston, en 2001), “Jurassic World” (con dirección de Colin Trevorrow, en 2015), y este torpe y bastardo sucedáneo: “Jurassic World: El mundo perdido” coproducido con España (y título castellano en “spanglish”) y dirección de J.A. Bayona (nombre con cierto impreciso origen que oculta al catalán Juan Antonio García Bayona).
Un guión endeble y confuso (si no lo fuese nada cambiaría), arranca con el desfile de monstruos amenazando a unos pocos personajes mal diseñados y apoyados en la suposición que los conoce un público que vio el título previo. Los buenos ecologistas chocan con intereses comerciales y entre tanto los efectos especiales muestran debilidades convenientemente disimuladas por fotografía y escenografías oscuras.
Ya casi frisando la hora inicial, se atemperan las devastadoras incursiones de bestias prehistóricas, estirándose el asunto con discursos moralizadores y reflexivos, pensados para un público con graves problemas cognitivos.
“Jurassic World: El reino caído”, contiene, aunque tímidas, desleídas, corroídas, deformadas y temerosas, singularidades inherentes a un cine hollywoodiano sobre animales monstruosos con capacidad para desarrollar sentimientos propios de los humanos. Según se viera en el primer “King Kong” (de Cooper y Schoedsack, 1933 ), “El monstruo de la laguna negra” (de Jack Arnold, 1954), y la reciente “La forma del agua” (Guillermo del Toro), tributo a las dos anteriores, especialmente a la segunda.
Este “Jurassic World: El reino caído” ha perdido –algo que Roman Gubern señalara para “King Kong”- el drama de la criatura fuera de su medio natural, arrojada a un mundo hostil y en manos de sus enemigos.
La sexualidad y sensualidad de que hacían gala aquellos (y otros) viejos y paradigmáticos films de monstruos, y luego “Jurassic Park” a través de Laura Dern, tenía aquí un enorme potencial en la presencia de la atractiva Bryce Dallas Howard, objeto de una exposición icónica cuya voluptuosidad erótica pugna por filtrarse desde una piel intuida bajo ajustado buzo conveniente y púdicamente escotado. El erotismo subterráneo, subyacente actitud provocativa del cine de aventuras del período clásico de Hollywood (desafiando a Hays y otros puritanismos), también ha sido olvidado por un Spielberg que con manos ajenas ofrece más de lo peor de lo mismo.