Por Álvaro Sanjurjo Toucon
Se cuenta que durante una proyección del film clásico “El nacimiento de una nación” (1945) de ese maestro del cine universal que fuera David W. Griffith, el Presidente Wilson exclamó que aquello era la “historia escrita con luces”. Quizá hubiese sido más adecuado señalar “con luces y sombras”, porque aquel título que tanto aportara a la narrativa cinematográfica, era una obra racista y partidaria del Ku-Klux-Klan.
Lo cierto que esta historia constituyó un testimonio sobre su tiempo a la vez que una mirada sobre el pasado. Cumpliéndose, una vez más aquello de que toda reconstrucción fílmica del pasado contiene fuerte impronta del tiempo presente en que se rueda el filme.
Incluso puede irse más lejos, y “construirse” una nueva historia a partir de fragmentos de filmes que en su contexto original escasa relación poseían con lo que estamos presenciando.
En los años ’50 el USIS (United States Information Center) exhibía en nuestro país una historia norteamericana (acorde con parámetros propios de la bonanza de la administración Eisenhower) estructurada con infinito material de un Hollywood que aportaba sus “testimonios” provenientes de “westerns”, comedias, historias románticas, etc. etc.
Lo cierto que fueron numerosas las cinematografías nacionales en las que el cine pasó a conformar un conglomerado de descubrimiento de su pasado, o bien de redescubrimiento o revisión del mismo.
El multifacético Brasil, y por muy diversas razones, fue construyendo también “su” historia a través del cine. La mayor cantidad de esos filmes han permanecido en su mercado interno, con exigua presencia internacional, si exceptuamos el sitial que les reservaran Festivales y “Muestras” diversas.
Pero hoy no podemos continuar aferrados a los límites impuestos por las salas del mercado, y hallamos que ese cine –brasileño y de otros orígenes-, se filtra hasta las pantallas de nuestros televisores y computadoras, no solamente desde las emisiones ilegales de origen ruso, en apariencia provenientes de una isla del Pacífico Sur, sino las aparentemente más lícitas ofertas de cine “on demand”.
Ello supone una mayor participación del público ante una oferta infinita. A lo hasta ahora presente en nuestro medio, se han añadido las opciones de un servicio con acceso a canales de toda índole de casi todo el planeta.
A esta altura el lector se preguntará hacia dónde apuntamos. Bien, ante el pronóstico sombrío que comienza a definirse en el futuro cercano del vecino Brasil, no cabe imaginar a “Petrobras”, bancos nacionales y estaduales, así como gobiernos regionales, financiando un cine que sea -como ocurría en el Brasil del “PT” y aún anterior- reflejo de una multiplicidad de miradas a un pasado y un presente tan crítico como real.
En esta caprichosa filmografía, no ajena a las trampas de la memoria, hallamos superproducciones con el sello de la capitalista “Rede Globo”, produciendo “Olga”, vistosa superproducción en torno a esa Olga, ligada al líder comunista Carlos Prestes y su “columna” sacudiendo el orden establecido.
En el último “Festival de Gramado”, ese enclave germano instalado en plena “serra gaúcha”, donde anualmente se proyecta lo mejor del cine brasileño, pudo verse la exitosa “El mercenario”, donde un hombre del “sertao” pernambucano, en época imprecisa, inicia una serie de cuentos para postergar el que seguramente será el instante en que le darán muerte junto a sus dos pequeños hijos. La acción se trasladará a 1910 y el relato, que constituye el cuerpo principal del film, saltará en el tiempo, idas y venidas hilvanadas solamente por las palabras del relator, abriendo paso a digresiones acerca de los protagonistas de la historia: cangaceiros –irrumpe el Capitán Corisco, sobreviviente de la banda de Lampiao-, asesinos contratados, cuyas vidas son recreadas en escenas acronológicas, policías matadores de cangaceiros, un francés enormemente rico –recuerda a los Barones del Cacao- dueño del pueblo y del lujoso burdel en el que recibe a sus invitados, todo ello expandiéndose y cerrándose como un abanico que en cada movimiento nos mostrara mundos diferentes e interrelacionados. Mil historias componiendo un vasto y único fresco.
El realizador y guionista Marcelo Galvao (Río de Janeiro, 1973) trabaja sobre el tema del “sertao” y ello le liga a varios y recordados títulos brasileños previos. Desde “O cangaceiro” (Lima Barreto, 1953), premiado en Cannes, elogiado por unos, criticado por quienes sostenían que estructura y tema le tornaban un “western” trasladado al “sertao”, y en parte lo era. Años más, tarde, en el movimiento del “Cinema Novo”, Glauber Rocha vuelve sobre el “sertao” y sus criaturas (“Dios y el Diablo en la tierra del sol”, en 1964, y “Antonio das Mortes”, en 1969), poniendo énfasis (en el film y en sus manifiestos) en cuanto al compromiso social de estos. Ese “Cinema Novo”, que fuera influenciado por el “neorrealismo italiano” y la “nouvelle vague” francesa, en los citados filmes de Rocha borra al primero, se liga con la segunda y mantiene los “ecos” del “western” americano, amplificado y deformado por su estética de la violencia.
Y no olvidemos esa formidable incursión en el devenir final de los temibles cangaceiros (hombres y mujeres) rescatados por Wolney Oliveira en “Los últimos cangaceiros”.
Brasil está en los filmes de Oscarito, Grande Otelo, Lima Barreto, Humberto Mauro, Alberto Cavalcanti, Walter Khouri, Ruy Guerra, Roberto Farias, Nelson Pereira dos Santos, Glauber Rocha, Fernanda Montenegro, Leila Diniz, Tonia Carrero, Sonia Braga, José Wilker, Tizuka Yamasaki, Betty Faría, Lucelia Santos, Natalia do Vale……..
¿Se proyectarán y continuarán rodando en el Brasil que se avecina, los filme que brasileños de toda ideología desean, o tendrá el gigante norteño su propia pantalla diabólica?