Por Álvaro Sanjurjo Toucon
La mudanza de domicilio, se trate de una persona o una institución, implica cambios previstos y muchos más a surgir a posteriori.
La Cinemateca Uruguaya traslada sus salas de exhibición (Cinemateca 18, Sala Cinemateca, Sala 2 y Sala Pocitos), así como su Centro de Documentación y Administración, al edificio sede de la Corporación Andina de Fomento (organismo financiero multinacional). El edificio en cuestión es el del ex Mercado Central que nuestro país entregara al citado organismo a cambio de varias contraprestaciones que comprendían su reciclaje con la cesión de determinada área para la Cinemateca Uruguaya, que instalará allí tres salas y las dependencias citadas.
La labor cultural desarrollada durante décadas por la Cinemateca (en especial bajo la égida de Manuel Martínez Carril, irrepetible caudillo cultural que impuso su indeleble huella), sufrió el embate de la tecnología, al punto de decaer la calidad de proyección y sonido –que son parte del film- a situaciones indefendibles, e impedir la proyección de un cine contemporáneo que llega sobre soportes digitales.
A partir de ahora, las nuevas instalaciones de Cinemateca, podrán ofrecer todo el cine del mundo, de todos los tiempos y en todos los formatos y soportes, en las mejores condiciones y sin obstáculo alguno. La Cinemateca arribó a esta bienvenida etapa merced al empuje y adhesión de sus actuales autoridades y del personal sello que, desde décadas atrás, implantara “Manolo” Martínez Carril, que fusionara su vida a la Cinemateca.
Desde el punto de vista del funcionamiento, las nuevas salas (170, 120 y 110 butacas, respectivamente) permitirán flexibilizar horarios, con una mejor utilización de las mismas, brindando al socio las diversas opciones en un mismo lugar.
Consecuencias de diferente orden, que comprenderán a socios y no socios de Cinemateca, asoman ante la anunciada nueva etapa. Suenan difíciles de vaticinar las inherentes a la masa social. Hasta hace un par de semanas desperdigada entre un degradado Centro (Cinemateca 18), una zona penumbrosa del Cordón (Carnelli a 50 metros de Constituyente y 300 de 18 de Julio) y Pocitos (a 30 metros de Av. Brasil), ahora reunidos en Reconquista y Ciudadela (detrás del Teatro Solís, a 100 metros de la Torre Ejecutiva y de la Plaza Independencia), área céntrica que la noche convierte en zona no demasiado frecuentada ni demasiado iluminada, con paradas de algunos medios de transporte colectivo más alejadas de cuanto cabría suponer (y desear).
¿Será la sede de la Corporación Andina otro edificio más que como la Aladi, el Parlasur, la Unión Postal de las Américas y España, entre otros, “desaparecen” con la puesta del sol?
Otras resonancias urbanas, sociales e históricas, pueden generarse con el cierre de las actuales salas de la Cinemateca.
No creemos genere cambios de peso el cierre de Carnelli (Sala Cinemateca, Sala 2, y biblioteca y oficinas), cuya incidencia no fue notoria al margen de lo ocurrido en Cinemateca.
Otro tanto podría decirse de “Cinemateca 18”, funcionando en lo que fuera tertulia del cine “18 de Julio” (añejo teatro reciclado), cuya desaparición convierte a los casi olvidados cines “Opera” (fantasmales residuos de la tertulia del gigantesco “Censa”), en “únicos” cines de nuestra decadente “principal avenida”. Con la excepción que corresponde al Auditorio Nelly Goitiño en la materia.
Habrá quien llore por el mural “cambalachero” de la fachada de “Cinemateca 18”, donde la conciencia inclusiva llevó a convivir a tres genios con quien no lo es. No es nuestro caso.
Donde sí, el “retiro” de la Cinemateca causa “estragos” es en la “Sala Pocitos”, quizás última etapa del cine más antiguo de Montevideo, cercano a los cien años. Parafraseando una conocida canción, podemos señalar que de no continuar el cine “Pocitos” (donde funciona también la ECU) como sala, “desaparecerá toda una tradición”. (ver recuadro).
A la Cinemateca Uruguaya, el mejor de los futuros. La cultura cinematográfica del país, está en sus manos.