Por A. Sanjurjo Toucon
Life. Reino Unido / Alemania / Canadá / Australia / EE.UU. 2015. Dir.: Anton Corbijn. Guión: Luke Davis. Con: Robert Pattinson, Diane DeHaan, Peter Lucas, Ben Kingsley. Film a estrenarse.
Los años cincuenta, para muchos uruguayos fueron escenario de situaciones difícilmente imaginadas una década atrás. El seleccionado uruguayo de fútbol, en memorable proeza, se consagra Campeón del Mundo. El Partido Nacional accede al gobierno de un país tradicionalmente colorado y batllista, donde el empleo público aparecía como la garantía que la clase media tenía como meta. Aunque la panacea la constituía obtener trabajo en alguno de los múltiples bancos en expansión (en los 60 comienza la debacle bancaria y aquellos bancarios ven trastabillar la fuente de su trabajo). En 1953, los cines montevideanos vendieron más de diecinueve millones de entradas y en todo el país se expidieron más de veinte millones de entradas. Era un país tranquilo.
Los estadounidenses vivían un período de auge y un héroe de la Segunda Guerra Mundial, el general Dwigth D. Eisenhower presidía la nación donde sus ciudadanos, sin percibirlo claramente, contemplan cómo paulatinamente el “american way of life”, va modificándose. Buena parte de ello era provocado por la TV y el traslado de los habitantes de saturadas metrópolis a los “suburbios” en procura de una existencia menos agitada. La TV ´había llegado para quedarse. Su deseo, una vez adquirida la casa y el auto, era sentarse con un par cervezas ante la pantalla doméstica. Parecía que la tecnología estaba muy cerca de su techo. Los teléfonos de uso personal y las computadoras se perfilaban lejanamente en el horizonte y los teléfonos celulares y las computadoras, que hoy maneja cualquier niño con más de tres años, eran aparatos sofisticados utilizados especialmente por las fuerzas armadas de las super potencias. Que la URSS obtuviera grandes proezas, intranquilizó a lo que sería la gente de la NASA, y mientras observaban a los “rusos” que poseían lo que se suponía super armas secretas (que no existían pero intranquilizaban) el mundo iba cambiando. Stalin será denunciado por sus propios camaradas que irán a dar con sus huesos a los gulag. La URSS tan temida, tenía pies de barro. El siglo XX y la URSS finalizarán casi en simultáneo. Casi como rematando un período histórico, en el cielo pasean solitariamente el Sputnik I, el Sputnik II y su canina pasajera “Laika”. “El comunismo acabará dominando al mundo”, afirmaban los especialistas en prospectiva.
No fue el comunismo quien acabó “dominando” al mundo, sino el Pato Donald, Gary Cooper, la IBM y, desde luego Coca Cola, algunos de los contribuyentes a un mundo occidental y cristiano donde el consumismo se impuso (y el comunismo se folclorizó).
La juventud parecía dividirse en “juventud” y Juventudes comunistas; los planes de unos y otros eran cambiar al mundo. El cambio vino y los antiguos jóvenes rebeldes se pusieron corbata y usan maletín de cuero.
Un sociólogo verá otros elementos como determinantes de modas e ideas de la juventud. Según afirmara un respetado crítico: “la juventud es una enfermedad que se cura con los años”. Semejante afirmación alentó el choque generacional. Algunos de los estandartes enarbolados son hoy olvidados, o, lo que es peor, desconocidos. Agolpados en un batiburrillo de la memoria se codean Elvis Presley, Los Plateros (que copiaran a un conjunto anterior), las chicas que, literalmente, volaban por los aires, al ritmo de Brenda Lee. “The Green Door” (editado por la mítica “Magiton Records” propiedad del no menos mítico Rodríguez Tabeira), prefigurando a los “Angri Men”, la “Nouvelle Vague”, el “New American Cinema”, Glauber Rocha y el “Cinema Novo, amén de los egresados del “Actor’Studio”, de los Strasberg, quienes convencieron a sus discípulos de la necesidad de hablar susurrando, de forma apenas audible, tartamudeando al tiempo en que hacen gestos en el vacío, según lo demuestran, entre otros, Marlon Brando, Elvis Presley, Marilyn que tenía mucho que mostrar, y James Dean.
El nombre de este film, “Life” (Vida), es una doble referencia a su contenido. Recrea parcialmente la vida de quien fuera uno de los íconos del cine en los años 50: James Dean, y a su vez reconstruye las peripecias de un fotógrafo de la agencia “Magnum”, a la que la popular revista “Life”, había encomendado registrar la vida del actor.
El fotógrafo Dennis Stock imprimió una cuantiosa cantidad de fotos, las que fueran rechazadas, pidiéndosele nuevas tomas; finalmente publicadas en “Life” (la edición “en español” también las tuvo en sus páginas) a comienzos de marzo de 1955. “Life” había sido adquirida por Henry Luce, fundador de “Time”, hombre de ideas ultra conservadoras, ya propietario de las más importantes revistas de su país (“Fortune”, “Forbes”, “Vanity Fair”, etc.). Décadas después Time-Life adquiere “Warner”.
Por esos días la empresa Warner Bros. estrenó “Al este del paraíso” (1955), adaptación de la novela homónima de John Steinbeck con dirección de Elia Kazan; dos figuras cuya filiación política los convirtió en material para el Comité de Actividades Antiamericanas.
El film de Kazan era protagonizado por James Dean (1931-1955), un debutante en el cine, con vasta carrera en por lo menos dos docenas de series televisivas. “Life” no necesitaba lectores, mientras que a “Warner” le venía muy bien aquel artículo (muchas fotos, poco texto; según norma de la publicación). Un posible acuerdo (económico o de otra especie) entre “Time-Life” y “Warner”, no luce hoy como idea descabellada.
El éxito de “Al este del paraíso” y su protagonista, se daba por descontado, como efectivamente ocurrió, y es así que se ofrece a Dean el rol protagónico de “Rebelde sin causa”. Relato dirigido por Nicholas Ray, basado en un texto de psiquiatría, acerca de lo expresado por el título: jóvenes rebeldes sin causa. Estos hombres jóvenes pertenecían a la generación “beat”. El movimiento “beat” se caracterizó, entre otras cosas, por el rechazo a los valores clásicos de la sociedad norteamericana. Hoy, con la perspectiva de los años, es posible señalar que numerosos y juveniles participantes del movimiento “beat”, lo eran de hecho, no por el conocimiento que pudieran tener de las tipificaciones efectuadas por los intelectuales teóricos a él ligados (Jacques Kerouac, Allen Ginsberg, Williams Burroughs, etc.). Ambos films – “Al este del paraíso” y “Rebelde sin causa”- comprendían propuestas “beat”, antecesoras del movimiento “hippie”, cuyas consignas y militancia tuvieron en el documental “Woodstock” (1970) un testimonio formidable.
Los y las adolescentes (primero en EE.UU. luego en el mundo) hicieron de James Dean y sus personajes objeto de culto, sin entrar a considerar las teorías al respecto. Se creó una imagen de James Dean (real o empujada por la publicidad) fuertemente mimetizada con aquellos seres que interpretaba. El Dean del cine, tan similar al real, construyó (o más ajustadamente, le crearon) un arquetipo cuyo enseñoramiento de las pantallas repercutió sobre la cultura de su tiempo; fuertemente signada por unos impetuosos y prósperos EE.UU., recientes triunfadores de la II Guerra Mundial. Dwight D. Eisenhower, general estadounidense héroe de la conflagración, presidía un país donde lo renovador y liberal coexistía con lo reaccionario; cuyos nucleamientos sociales más conservadores no perdieron ocasión para denostar lo “beat”; en especial la libertad sexual y los actualmente difundidos “porros”.
En 1956, el petróleo texano y sus propietarios, fueron el tema del film “Gigante”, dirigido por George Stevens. De modo muy particular, James Dean volvió a ser un joven díscolo, acompañado por Rock Hudson y Elizabeth Taylor (que años después se referirá a una relación homosexual entre Dean y Marlon Brando). Para las multitudes, el verdadero James Dean, quedaba adosado a las figuras por él encarnadas.
Los estadounidenses pertenecen en abrumadora mayoría a grupos religiosos, y no conciben –salvo que se sea comunista- una existencia sin la amenazante Biblia (o la Torah). Ese Dios, o su eterna espera, son parte de los componentes de una sociedad que los domingos por la mañana escucha rutinariamente a su Pastor (casualmente Dean fue violado por uno de estos religiosos en su infancia) y a su vez necesita y rinde tributo a los dioses menores de su Olimpo multidisciplinario. La divinización laica, explayándose libremente, ofrece sus oscuros templos a modo de resguardo, a actores, deportistas, músicos populares que desfilan desde el haz luminoso de la cabina de proyección a la pantalla, y entre ambos: el público, absorbiendo lo que ha devenido en cultura Hollywoodiana, con amplio espectro y representatividades varias: Marilyn Monroe (que actuó para los combatientes de Corea y cantó privadamente para Kennedy), Charles Lindberg (con su ya vieja proeza aérea, volando con James Stewart y rehuyendo viejas simpatías por los nazis), John F. Kennedy, con una “Alianza para el progreso” conviviendo con invasiones militares a diestra y siniestra, con cabida para contestatarios y domesticados. Los años 50 y 60 marcan puntos de inflexión en la historia de los EE.UU.
Cuando un personaje trascendente, fallece hallándose en la cúspide de su trayectoria, se convierte en ídolo inamovible, imposible de cuestionar. Es el triunfador “in aeternum”; los ejemplos abundan: Cristo, Gardel, Evita, el “Che”,…….y James Dean.
Es harto difícil –por lo pronto para una nota periodística como esta- determinar cuánto representa James Dean para las jóvenes generaciones que no fueran coetáneas del actor.
Es seguro, que para los hoy más añosos (del Uruguay y de buena parte del planeta), la mención de James Dean conlleva rescatar del túnel del tiempo a aquellos “contestatarios” (que aún no se llamaban así), y los tartamudeos y gestos en el vacío que el Actor’s Studio pareció imprimir a cantidad de sus alumnos quienes, como Brando, como Dean, encontraron allí un efectivo resorte actoral.
Tres películas son el testamento del joven “rebelde”, ese actor que ya fuera el traumatizado Carl Task, el rebelde Jim Stark o el ambicioso Jett Rink, fue siempre James Dean.
“Life”, el film, toma un breve período de la vida de Dean: aquel en que el fotógrafo Dennis Stock, prácticamente convive durante meses con el actor, para cumplir con la tarea encomendada. Ese seguimiento simplifica e impide adentrarse en la personalidad de Dean y sus por entonces ocultas incursiones en el mundo “gay”, asunto que era una de sus preocupaciones. Al igual que en la reciente “Jackie”, la figura central y quienes le rodean, se apoyan en diseños simples, carentes del necesario espesor psicológico. Son films que “cuentan” sobre los personajes, dejando fuera su compleja personalidad y la de quienes gravitan a su alrededor. “Life” está construida en base a insinuaciones que no se atreven a plantear cuanto se intuye y queda fuera.
Una aceptable ambientación de época, minuciosamente fotografiada, es otra componente física que poco aporta acerca de la amistad de Dean y Stock, el verdadero y esquivado tema de estos apuntes biográficos absolutamente “light”.
Moviéndose (y como) en otra cuerda, proveniente del mundo musical, el cine y especialmente los jóvenes, sustituirán su símbolo muerto por Elvis Presley.
Elvis Presley, con su racismo agresivo, triunfalista, prepotente, segregacionista, chauvinista sexual (manifestó preferir una estadounidense blanca a diez mexicanas), se las ingenió para desafiar, con sus movimientos sensuales y sus declaraciones, a las huestes puritanas y a muchos liberales.
El asesinato de Kennedy, pulveriza la imagen (cinematográfica) paradisíaca de una nación justa y generosa. James Dean, muriendo al estrellarse con su coche, parece cerrar un círculo. Peter Fonda y Dennis Hopper, desde el lejano horizonte, se acercan para modificarlo todo; representan a unos jóvenes (y no tanto) simplemente buscando su destino.