Desde la economía, la visión predominante es que estos individuos buscan acumular riquezas y que invertir en producir más o mejor es una forma de hacer trabajar al dinero, generando más dinero.
El enfoque convencional asume, en última instancia, que el inversor colocará sus recursos en los activos (actividad o empresa) que le proporcionen el mejor dividendo por peso o dólar invertido. Por lo tanto, si asigna los recursos a la formación de capital será porque estima que ofrece la mejor combinación disponible de remuneración, rentabilidad, retorno y riesgo. Por ejemplo, si escasea la soja a nivel mundial, los países que la necesitan estarán dispuestos a importar más de países que tienen facilidad para producirla. Si la oferta no crece rápidamente, habrá subas del precio internacional; si los insumos (tierra, servicios de maquinaria, agroquímicos, trabajo humano) no suben inmediatamente en respuesta a la demanda derivada, los beneficios empresariales aumentarán, y si se estima que las condiciones sean favorables por unos años, el incremento resultante de la tasa de rentabilidad (asociada al capital que se invierta en soja en Uruguay) atraerá inversiones adicionales.)
Esta interpretación tiende a extenderse de los individuos o familias a las empresas, ya que muy frecuentemente son organizaciones empresariales las que deciden acumular bienes tangibles e intangibles para mejorar o aumentar la producción. Sin embargo, las empresas son organizaciones en las que interactúan individuos con distintos roles y poder de decisión, motivaciones y valores; por separado o en grupos internos. Con esa complejidad, no sorprende que una empresa decida invertir (supongamos, en una nueva planta industrial) por razones diferentes a la búsqueda exclusiva de más rentas por unidad de valor invertida. Por ejemplo, invertir para consolidar la presencia y la participación en el mercado, como podría hacerlo una empresa trasnacional que posee una infraestructura básica en un país extranjero, no siempre va de la mano de obtener el mejor dividendo por dólar invertido, si bien puede ser considerada también una motivación principalmente económica. El estudio empírico de los agentes inversores ha generado, además, interesantes hipótesis sobre el rol de factores principalmente no económicos.
Ellas incluirían las actitudes y cultura emprendedora, y se registran diversos puntos de vista sobre cuán modificables son esos factores. Otras corrientes de análisis se enfocan en factores de reconocimiento social, ideología, búsqueda de poder político, o incluso imitación, como impulsores de decisiones de inversión. Los objetivos de las empresas públicas son aún más difíciles de organizar analíticamente, porque a la complejidad organizacional se le suman las condiciones políticas de operación y el hecho de que los actores decisivos persiguen objetivos diferentes y ocasionalmente contradictorios. Más allá de motivaciones individuales o resultantes colectivas, es bastante claro que la inversión busca producir más, o de manera más eficiente, o producir algo nuevo, para satisfacer necesidades reales o percibidas de la sociedad. Como tal, la inversión implica desviar recursos desde el consumo inmediato hacia la producción, quizás para alcanzar en el futuro recursos que permitan abastecer a más personas y/o posibilitar que algunas personas tengan acceso a más bienes y servicios (esto es, puedan consumir más). Este proceso puede verse como central al modo capitalista de desarrollo económico, pero no debe perderse de vista que alguna forma de inversión es necesaria también en procesos de desarrollo orientados por otras lógicas. Así, por ejemplo, para aumentar la capacidad de producir energía a partir de fuentes limpias y renovables, reduciendo el uso de hidrocarburos, se necesitarán molinos o paneles solares cuya producción insume recursos como, por ejemplo, los metales requeridos para construir dichas estructuras; es decir, se requerirá inversión que empleará recursos, incluso si el objetivo es reducir la utilización de otros recursos. Completando el plano de las definiciones, cabe añadir que la separación conceptual entre inversiones directas o productivas e inversiones financieras o de portafolio no pretende plantear una desconexión total entre ambas, dado que las inversiones directas o reales muchas veces son posibilitadas por préstamos de uno u otro tipo que provienen de los mercados financieros.
Los bancos y otros actores del sistema financiero, y las necesidades u oportunidades identificadas por los inversionistas, integran lo real y lo financiero mediante variadas formas de préstamo de recursos. Aunque a quienes prestan estos recursos se los identifica en lenguaje coloquial como inversores.
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