Por Esteban Valenti (*) | @ValentiEsteban
“Annus horribilis” es una expresión latina que se traduce como “año terrible” y es un término relativamente nuevo -recién apareció en el año 1891 para describir al 1870, año en el que la Iglesia Católica definió el dogma de la infalibilidad papal-. Esta expresión es empleada cuando al finalizar el año las cosas han sido realmente malas, mientras que “annus mirabilis” es un término tradicional.
Annus mirabilis es también una frase latina que significa “año de los milagros” o “de las maravillas”, que históricamente se ha aplicado a diferentes años y proviene del título de un poema de John Dryden (Annus Mirabilis, 1667) sobre los terribles acontecimientos del año anterior en Londres, especialmente el gran incendio y la gran plaga. Y la coincidencia de la cifra del año 1666 con el apocalíptico 666. No se trata, por cierto, de un debate semántico, sino angustiosamente actual.
Para volver al criollo, este 2020 pinta como un año horrible y peor aún, sin duda, compromete una parte del futuro, porque nadie puede determinar cómo terminará este ciclo que, fruto de la mayor pandemia en 100 años y que todavía está muy lejos de terminar, produjo la mayor caída de la economía mundial desde que hay registros. Solo pocos países se están realmente recuperando, por ejemplo China y Japón, todo lo contrario de Estados Unidos, Europa y América Latina.
A la hora de escribir esta contratapa, Uruguay -uno de los países que mejor han llevado la peste-, con indicadores muy buenos, tanto en contagiados por habitante, fallecimientos y por lo tanto propagación del Covid 19, comenzó a complicarse. Están cambiando aceleradamente todos los indicadores, de manera sostenible y negativa.
La inmunidad de rebaño, que suena tan horrible, en Uruguay está muy lejos, y la vacuna –en el mejor de los casos– se habla en semestres.
Todos estamos a la expectativa de qué medidas adoptará el gobierno. Solo convocando al uso de los tapabocas, el alcohol gel y la distancia entre las personas ya no alcanza. Es evidente. Ya tenemos en la capital un nivel de infectados que cambia diariamente la situación. Y podemos perder dos cosas importantes en pocas semanas más en esta dirección: lo principal, la salud de muchos miles de uruguayos; y en segundo lugar, un prestigio ganado en el mundo, que impacta en muchos otros aspectos.
No soy el indicado para opinar sobre las causas de esta progresión evidente de la peste, pero es notorio que la gente, de todas las edades, le ha perdido el miedo al Covid 19 y está dispuesta a arriesgarse más que antes; y que el crecimiento de las actividades, junto con el hartazgo, tiene sus efectos.
Y aquí entramos en la otra cara del “bicho”, que además de su efecto sanitario, tiene y va a tener efectos económicos, sociales, anímicos muy importantes. Una cosa está cada día más clara: la recuperación no va a ser en “V”, es decir con una fuerte caída y una rápida escalada de las actividades, sino que llevará varios años recuperar el nivel del PBI, de las exportaciones e importaciones, el nivel de empleo y de los salarios y los ingresos de la mayoría de las familias en nuestro país. Tiene, además, un impacto ya visible en la pobreza, e incluso en la indigencia. No voy a arriesgarme con porcentajes, además estamos hablando de gente, de nuestra gente. Lo que está claro es que el 2020 es vivido y será recordado como un año horrible.
La gran pregunta, y donde se dividen las respuestas, es qué hay que hacer para salir lo antes posible, sobre todo en los factores permanentes, los económicos, sociales y ambientales, que en este tiempo son absolutamente inseparables.
Primero el método, que es fundamental. Los políticos, en su conjunto, no logran expresar hoy, como lo hicieron durante muchas décadas, los saberes, las capacidades, las sensibilidades y capacidades de respuesta que tiene el país. Hay que recurrir a un esfuerzo extraordinario –porque extraordinaria es la situación– para salir del pozo, que además tendrá inexorablemente una fuerte influencia de la región y del mundo.
El proceso debe liderarlo el gobierno, el parlamento, el Estado en su conjunto, pero hay que darle la mayor amplitud a las decisiones y a las acciones. El método tradicional del juego del oficialismo y la oposición es insuficiente, es pobre para una situación como esta. Hace falta agrupar fuerzas políticas, sociales, académicas, profesionales. Y eso es el mayor y más exigente arte de la política, lo más difícil de administrar y gestionar. El que haga política pensando desde ya en el 2024, es decir en los cargos, le estará haciendo un enorme mal al país.
Estos procesos obligan a todos. No hay nadie que puede sacar ventajas y todos debemos ser capaces de negociar con generosidad y compresión sobre nuestros intereses, pero, sobre todo, de los intereses nacionales y de los más vulnerables. Y los más directamente responsables son los políticos. Y los que tenemos fuertes convicciones políticas e ideológicas, precisamente por ello no tenemos que temerle en absoluto a esta nueva situación.
Algunos apuntes complementarios. Las prioridades están claras y no pueden ser solo parches ante la gravedad del impacto social; todo se ha hecho más complejo. Es obvio que hay que buscar que el impacto en los más débiles sea el menor posible. Eso define el alma de un país, pero la mejor herramienta es el empleo, y para crear empleo hay un solo camino: inversión pública y privada. No está previsto en ningún lado ni aparecen nuevas e importantes inversiones. Y eso tiene mucho que ver con la confianza, con transformar el prestigio del país en inversiones, pero tiene que ver con demostrar que todos juntos, agrupados pero diferentes, tenemos grandes líneas comunes para reforzar la “comunidad espiritual” de la que hablaba Wilson Ferreira. Hoy no hay nada más sólido, más material y tangible que esa comunidad espiritual, ese Proyecto Uruguay, que tiene la obligación de incorporar un nuevo elemento con mucha más fuerza: el medio ambiente.
No hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista, y la historia demuestra que las naciones, las comunidades humanas que han sido capaces de superar con humanidad, inteligencia, con pujanza, con mucho trabajo y esfuerzo y con innovación los malos tiempos, son los que construyen futuros más venturosos y sólidos.
P.D. Si algo le faltaba a este año, para los uruguayos se sumó otra malísima noticia: la muerte del líder del Frente Amplio, exintendente de Montevideo y dos veces presidente de la República, Tabaré Vázquez. Muchos miles de uruguayos han sentido esta pérdida con un enorme dolor, incluso más allá de la política, por lo que representó socialmente para esas familias. No puede desconocerse que su primer gobierno fue de profundas e importantes reformas y representó el hecho histórico que alguien nacido en un hogar de trabajadores, en un barrio humilde de Montevideo, alcanzara los máximos títulos universitarios como oncólogo e interrumpiera 160 años de gobiernos colorados y blancos para acceder al poder con una fuerza de izquierda.
(*) Militante político, periodista, escritor, director de Uypress y Bitácora.