Por Alejo Umpiérrez | @alejoumpierrez
La ciclotimia nacional nos remite a la historia de las crisis económicas que han tenido una suerte de estacionalidad: 1982 y 2002, si bien la recurrencia previa reconoce ciclos algo más largos.
La historia actual no es la misma de antes pero ello no quiere decir que no podamos terminar igual. Hoy el sistema financiero tiene una solidez que no tenía en el pasado. La pregunta es si ella resistirá un reventón de la economía.
Las reservas son tan altas como nunca pero no ha sido fruto de ahorro por adquisición de “moneda fuerte”, sino para evitar el desplome del dólar. La bajas tasas que sigue pagando el mundo desarrollado continúa empujando dinero dulce a la periferia en busca de mejores intereses y ello presiona a la baja el precio del dólar, revaluando nuestra moneda concomitantemente.
Uruguay vende a buenos precios internacionales que se han ido recomponiendo en varios rubros pero no podemos seguir soñando con la vuelta de los precios del pasado. A ello coadyuva que el petróleo no tiene en un horizonte cercano precios en alza sino que todo tiende a estar estabilizado.
Toda esta situación lleva a su vez a planchar la inflación. La revaluación de nuestro peso estimula el consumo interno, mejora la relación con el dólar y ello genera la posibilidad de mayor adquisición de bienes importados. El PIB crece, pero en los sectores menos intensivos en empleo y distribución de riqueza. ¿Dónde entonces está el problema si tenemos grandes reservas, inflación baja, alza del producto, solidez financiera y mejora del poder adquisitivo de los salarios?, ¿de qué se quejan los quejosos?
¿El problema de la producción nacional, básicamente la exportable, es la competitividad entendida en calidad y cantidad de lo producido? No. Terminantemente no. Nuestra producción lo hace bien en términos comparativos básicamente a nivel agroindustrial. Otros rubros como textiles o autopartes funcionan en el marco regional porque la situación de nuestros vecinos es semejante a la nuestra y ha permitido ese juego comercial. Pero atención, esas asimetrías se están corrigiendo aceleradamente, especialmente por parte de Argentina, ante un nuevo escenario político-económico.
Abandonada la teoría cepalina de la industrialización por sustitución de importaciones que llevó al despeñadero económico a Uruguay hacia fines de los 50; Uruguay debió abocarse a sostener y mejorar sus ventajas comparativas. Esto significa fortalecer una cadena de base agropecuaria que luego industrialice para generar valor agregado. Uruguay logró ser exitoso y produce así algunos de los mejores productos del mundo desde carne, tops, leche o arroz. O sea el problema no está en la capacidad de producción ni en la calidad o cantidad de lo que se produce. El agro básicamente demostró tener capacidad de innovación e incorporación tecnológica y productiva si las condiciones se dan.
Aquí aparece el grave problema. El agro obtuvo por casi una década una gran rentabilidad y concomitantemente el Estado amplió su presión tributaria basada sustancialmente en impuestos fijos y no a la renta. Ello determinó que la caída de precios trajo un desplome de rentabilidad pero los costos no bajaron sino todo lo contrario; hubo aumentos tributarios directos o disfrazados (18 % Contribución Inmobiliaria, reinstalación del Impuesto de Primaria, reaforos, recálculos del IRAE, subas de tarifas de energía y combustible).
¿Y todo ello para qué? Para sostener un gasto público desbocado, deficitario en el orden del 3,5 % del presupuesto nacional en los últimos años, lo que ronda los US$ 2.000 millones de dólares por ejercicio, más que el valor anual de todas las exportaciones cárnicas. ¿Y esto cómo se cubre? Siempre por las vías clásicas: endeudamiento externo que hoy llega a cifras siderales (más de US$ 2.000 millones de intereses se pagan por año) y alcanza ratios en relación al PIB que son peligrosas, por ajustes tributarios referidos y aumentos de tarifas de las empresas públicas para hacer caja. Pero la mala noticia es que a pesar de todos estas exacciones a la sociedad que han generado un aumento extraordinario de recaudación de la DGI en casi un 20 % el año pasado, el déficit fiscal no cede. O sea se recauda más pero el Estado preso de una lógica infernal, sigue incrementando su gasto en una suerte de círculo sin fin.
Este combo de baja de rentabilidad con incremento de la presión fiscal sobre todas las empresas de todos los rubros está causando serios problemas. Nunca hubo tantos concursos como en los últimos dos años, se han perdido 40.000 plazas de trabajo (salvo en el Estado que ha visto crecer su plantilla, que se sostiene con los dineros que obtiene de la sociedad en un absurdo total), la inversión se ha frenado -salvo megaproyectos que gozan de privilegios que el común de los mortales no poseen.
La luz roja ahora estalló porque el campo se movilizó. Es que la máquina endemoniada del costo país entró porteras adentro del único sector naturalmente competitivo. Se perdieron 12.500 productores en la última década y media – los más pequeños se ahogaron en la maraña de costos y burocracia – y los ingresos medios de una núcleo familiar rural con 500 has. ronda los $ 40.000 pesos mensuales líquidos luego de sufrir avatares del clima, mercados, sanitarios, etc.; bastante menos que los ingresos de la nueva nomenclatura nacional, la burocracia estatal y su sistema prebendario, donde con aire acondicionado, autos oficiales y tarjetas corporativas ganan sustancialmente más que eso. Son la nueva oligarquía. Y conste que el 83 % de los productores del país son de menos de 500 has. por lo que debemos alejar el pensamiento de agitar ideas sesentistas acerca de los “terratenientes” y el “latifundio”. Ello significa también que productores en el entorno de 200 has. son “diezmilpesistas” como cualquier empleado del Uruguay aunque formalmente estén parados sobre un millón de dólares.
La llave maestra para solucionar esto no la tienen los privados sino el Estado. Se debe reducir el gasto público que no significa agitar cucos del retaceo de políticas sociales. Se debe ir hasta el hueso en el gasto superfluo, en el despilfarro de las empresas públicas, en el clientelismo atroz que ha superpoblado nuestro Estado de funcionarios en una escalada sin fin, en reducir una flota automotriz que se duplicó, en eliminar ONG compañeras de las ubres del Estado.
Ese es el desafío. Claro, el gobierno piensa que rédito electoral le da tomar esas medidas. Y obvio: ninguno. Se logrará sanidad en el largo plazo si se piensa con visión de política de Estado. Pero si seguimos entrampados en el cálculo electoral pequeño, lo que no corrige el gobierno lo corregirá la economía en algún momento con una devaluación o la destrucción del aparato productivo a través de cierres, endeudamiento y pérdidas de fuentes de trabajo.
Mientras tanto el gobierno sigue montado en un camión sin frenos y en bajada rumbo al abismo, a pesar de que todos le gritan. Son “oposición”.
Ya no es tiempo de titubeos y hay que actuar. Gobernar es decidir.
¿Quo vadis, gobierno?
(*) Diputado de Todos Hacia Adelante – Partido Nacional