Por Ope Pasquet (*) | @opepasquet
Foreign Affairs es una respetada y casi centenaria revista bimensual estadounidense dedicada a las relaciones internacionales. En internet ya se puede leer el número correspondiente a enero y febrero 2022. Allí encontré un extenso artículo titulado “Xi Jinping’s New World Order” (El Nuevo Orden Mundial de Xi Jingping”). Uno de sus párrafos dice que en 2019 el periódico francés Le Monde informó que Beijing había amenazado con bloquear las exportaciones agrícolas de Brasil y Uruguay si los dos países no apoyaban al candidato chino para el cargo de director general de la FAO.
No sé si lo que dice Foreign Affairs que dijo Le Monde es cierto o no; para saberlo haré el correspondiente pedido de informes al Ministerio de Relaciones Exteriores. Lo que sí sé es que el actual director de la FAO es el Sr. Qu Dongyu, que es chino y que fue elegido para ocupar el cargo en 2019.
El comercio y la política internacionales siempre estuvieron conectados. No es razonable esperar que, de nuestro principal socio comercial desde hace varios años, al que se dirige el 30 % de nuestras exportaciones, nos lleguen solamente órdenes de compra y vacunas salvadoras.
Es bueno recordar estos conceptos elementales en momentos en que Uruguay se corta solo en pos de un acuerdo de libre comercio con China. Meses atrás decíamos desde esta página que ese acuerdo debía buscarse a través del Mercosur, para que el peso de Brasil hiciera posible la existencia de una verdadera negociación entre nuestros países y el gigante asiático. La realidad fue por otros caminos. Uruguay decidió alejarse de sus socios y vecinos para acercarse a China. Hoy los gobiernos de ambos países estudian la factibilidad de ese acuerdo, con vistas a comenzar tan rápidamente como sea posible las tratativas para celebrarlo.
La Cámara de Industrias del Uruguay (CIU) hizo público hace algunas semanas su propio estudio de lo que sería el impacto de un TLC con China en la economía uruguaya. El estudio, elaborado con el asesoramiento de un consultor chileno -recordemos que Chile celebró un TLC con China en el año 2005-, distingue entre sectores productivos que resultarían beneficiados por el acuerdo, otros que serían perjudicados por este, y un tercer grupo de perspectivas inciertas. Además, pasa revista a los que serían los grandes capítulos del tratado y su contenido probable, y aporta datos estadísticos de lo que vienen siendo los resultados que están obteniendo Chile, Perú y Costa Rica de sus respectivos acuerdos comerciales con China.
Lo que el estudio de la CIU no dice, ni podría decir porque no le corresponde hacerlo, es qué es lo que busca realmente China con la celebración de un TLC con Uruguay. Tan obvio como que a nosotros nos interesa muchísimo mejorar las condiciones de acceso a un mercado de 1.400 millones de personas de creciente poder adquisitivo, es que a los chinos no puede interesarles demasiado un mercado del tamaño de un barrio de San Pablo. Desde el punto de vista estrictamente comercial no hay equivalencia posible entre las prestaciones que recíprocamente se ofrecerían ambas partes por intermedio de un TLC.
Descartado el ánimo filantrópico -el embajador Lacarte Muró solía decir que en las relaciones internacionales nadie da nada por nada-, y siendo insuficientes las explicaciones basadas en generalidades, como el propósito de fortalecer las relaciones de amistad y cooperación entre las partes, etc., tenemos que preguntarnos qué es lo que Uruguay podría ofrecerle a China (o lo que China podría pedirle a Uruguay, aunque este no se lo ofrezca).
Quizás pueda interesar a los chinos un acceso garantizado a nuestras facilidades portuarias para los barcos de su enorme flota pesquera en el Atlántico Sur; y cuando digo “nuestras facilidades portuarias” pienso no solo en las que ya existen en el Puerto de Montevideo, sino también en las que podrían llegar a construirse en la costa atlántica si algún proyecto interesante atrae a los inversores asiáticos. De hecho, ya hay proyectos; falta saber si efectivamente atraen a los inversores.
Los pesqueros chinos preocupan a la República Argentina, que se queja de que en el Puerto de Montevideo se les prestan servicios y suministros sin controlar debidamente la regularidad de sus actividades; pero nuestros vecinos platenses ya están demasiado comprometidos con China como para pensar que puedan llegar a oponerse seriamente a sus avances.
En otro plano, el de la tecnología digital, se sabe que hay una puja entre los grandes del mundo por el control de la tecnología llamada 5G, que es la que usa la última generación de redes móviles para teléfonos celulares y que permite un aumento extraordinario de la velocidad del tráfico. La empresa china Huawei lidera en este campo, lo que molesta a Estados Unidos, así como al Reino Unido, Canadá y Japón, que le han cerrado sus puertas. Se dice que esta nueva tecnología es particularmente vulnerable a la acción de los hackers, por lo que se invocan razones de seguridad para oponerse a la penetración de Huawei. Parece obvio que las decisiones que Uruguay pueda tomar en el futuro en esta materia resultarán condicionadas, si no determinadas, por el acuerdo comercial en trámite.
El ascenso de China hacia posiciones de preeminencia en el escenario internacional genera tensiones con Estados Unidos, que hasta hoy es la primera potencia mundial pero que no se sabe hasta cuándo seguirá siéndolo. Esas tensiones se manifiestan en todos los campos, incluido el militar. En la revista que mencionaba al comienzo de esta nota pueden leerse artículos que analizan tranquilamente las que podrían ser las características de un enfrentamiento armado entre Estados Unidos y China, si esta pretende usar la fuerza para reintegrar a Taiwán a su dominio. Si ese choque se produce -y nadie dice que eso sea imposible-, sus consecuencias se harán sentir de una manera o de otra en el mundo entero.
Todos estos elementos forman parte del complejo y brumoso escenario en el que Uruguay debe diseñar su proyecto de nueva inserción internacional, ahora que parece resuelto a encarar esa tarea. Es indispensable definir claramente los objetivos que buscamos, así como saber exactamente a cambio de qué otros países nos ayudarán a alcanzarlos y qué es lo que estamos dispuestos a concederles de eso que nos pidan. “No hay almuerzos gratis”, ni en economía ni en política internacional.
El acuerdo con China no es solo un asunto de aranceles para nuestras exportaciones de carne, aunque sea frecuente escuchar comentarios que lo reducen a esa dimensión. Del mismo modo, lo que el Mercosur significa para Uruguay va mucho más allá de los desplantes de Alberto Fernández.
Son temas delicados, que deben encararse con serenidad.
(*) Diputado del Partido Colorado.