Por Adrián Peña (*) | @adrianbatllista
Son momentos difíciles para la política. Lo son a nivel global.
A lo largo de los años la humanidad se ha enfrentado a muchas crisis políticas. Crisis en que la relación entre los poderes o entre determinadas fuerzas repercuten en importantes desequilibrios. Esas crisis, importantes claro, se han sucedido y se las ha ido superando en mayor o menor medida y el riesgo de que se repitan existe de manera permanente. De esas sabe el hombre y seguirá teniendo que enfrentarlas.
Pero estos son tiempos de crisis de “la política”. Decimos que esta crisis se presenta a nivel global y has suficientes elementos para afirmar que las cosas han cambiado y que la relación entre los gobernantes y sus gobernados no es la misma, o por lo menos no se rige por las mismas reglas que lo hacía hasta hace bien poco. En un mundo con liderazgos débiles y con los “estados nación” perdiendo fuerza ante la globalización y el poder de las corporaciones, las propuestas “anti”globalización y la presencia de las llamadas “micro” sociedades con planteamientos casi tribales, el debilitamiento de la política es una realidad.
Por tanto hoy la política se encuentra interpelada por una serie de fuerzas exógenas de las que solo se detallan unas pocas. Pero además la política está cuestionada por sí misma. Las malas prácticas han hecho que los ciudadanos descrean de la política y eso debilita la base del sistema. El sistema democrático se basa en la confianza, y si ella se pierde se pierde el sistema, se pierden las garantías, se pierden las libertades, se pierden las conquistas, se pierde, se pierde y se vuelve a perder. Por ello debemos salvar la política de las prácticas que le hacen daño y por tanto el componente ético y moral adquiere especial importancia. La ética y la política no son dos conceptos abstractos independientes el uno del otro. La ética y la política son dos dimensiones de una misma unidad. La ética nutre de principios, de valores, da un marco para la acción a la política. Por tanto una nutre a la otra, diría que la política depende de la ética. Quiere decir que la ética no es un concepto lateral, tangencial a la actividad política, muy por el contrario se trata de algo esencial.
Ya desde los griegos este concepto era desarrollado con claridad, el mismo Aristóteles definía a la política como “el arte del bien común”. En algún momento de la historia se comienza a producir una ruptura entre ética y política, llegando a nuestros días una dispersión tal entre una y otra que no sé si es la mayor de la historia, pero sí es advertida de ese modo por la ciudadanía.
Esta crisis parece haber llegado al Uruguay. Las encuestas de opinión pública que reflejan un gran número de indecisos, en niveles que son los más altos que se recuerden restando tan poco tiempo para unas elecciones nacionales así como los datos en cuanto al ranking de confianza en las instituciones que dicen que la gente cree más en los bancos que en los partidos políticos, sí…en los bancos.
Es verdad que el Uruguay comparado con sus vecinos de América Latina ha sido uno de los mejores y en ocasiones el mejor de la clase en transparencia y buenas prácticas en materia de administración, pero también es verdad que no ha sido suficiente, claramente no lo ha sido. Y en ello tenemos responsabilidad todos los partidos políticos, los fundacionales que en su momento no fuimos lo suficientemente duros con aquellos que se apartaban del “deber ser” en la actividad pública así como hoy no lo es el Frente Amplio.
La ciudadanía manifiesta su malestar por esta situación. Y está bien. No se trata de una situación amplificada por la prensa y las redes sociales, lo que sienten y piensan los ciudadanos tiene una base cierta y real. La población exige austeridad, probidad, y está bien que así sea. Se exige que los actores públicos cumplan con su rol de servidores públicos, porque esa es la función de la política. Cuando en nuestra vida cotidiana perdemos la confianza en nuestra pareja, en nuestros amigos, en nuestros socios, no se recupera fácilmente y menos en forma rápida, por ende es absolutamente lógico lo que le pasa a la gente, una vez más no hay más verdad que la realidad, y un gran error sería no asumirla.
Cuando la ética baja a una dimensión individual lo hace traducido en un código moral, que se establece como marco para las decisiones del actor público. Tal el concepto kantiano de Moral, que a través de su discípulo influyó en el pensamiento de José Batlle y Ordóñez. El actor público debe actuar en base a ese marco ético y moral sin importar si ese actuar le trae perjuicios de tipo personal. Baltasar Brum decía:” Es necesario que yo, que he pedido al pueblo sus votos y me he sentido honrado por él con las más altas posiciones de gobierno, dé el ejemplo”.
Por tanto la señal es clara. Es la gente la que nos está diciendo y marcando con claridad el camino a seguir. También lo marca nuestra historia y sus pro- hombres, porque de nada sirve tenerlos si no honramos con hechos su memoria. Es demasiado importante la política para que unos pocos con sus malas prácticas empañen a todo el sistema. La función pública exige probidad y si no se la tiene no puede se la puede desarrollar.
Debemos salvar a la política. Hay que ser duros con aquellos que se apartan del camino correcto en la función pública. Porque creo en la política como herramienta de transformación, porque es una actividad noble y digna de la cual debemos sentirnos orgullosos todos los que la desarrollamos.
Entiendo que la crisis de la política se soluciona con más política, pero política de la buena. Se soluciona con ejercicio de ciudadanía, se necesitan de más personas que desde los más diversos ámbitos se integren a la política, porque es la política la herramienta que puede cambiar la realidad que vivimos y si la gente no se apodera de la herramienta entonces no habrá cambios. Son los individuos con su libertad y conciencia que los distingue de las demás criaturas los que deben con su involucramiento dar solución al problema que se nos presenta. Es necesario avanzar en ese camino, como dice Federico Mayor Zaragoza: ”la democracia verdadera no consiste en contar ciudadanos, consiste en que los ciudadanos cuenten”. Si no vamos en esa dirección desde los partidos políticos aumentará la crisis de confianza en las instituciones, aumentara la crisis de legitimidad y lo que es peor aumentara la crisis de representatividad, porque hay que ser claros, la mayoría de la población no se siente representada por nosotros, sus representantes.
Los tiempos han cambiado, las cosas ya no son como eran. Esa es una gran oportunidad para cambiar. Por tano recuperemos la confianza en la política, utilizándola para llegar a una democracia que se defina como sistema de valores, volvamos a la política en su concepto original, en el más básico, como decía Aristóteles, vayamos a la política como “el arte del bien común”.
(*) Diputado por Vamos Uruguay. Secretario General del Partido Colorado.