Por Mónica Xavier (*) | @EsMonicaFA
La realidad muestra que Uruguay avanzó con los gobiernos del Frente Amplio: se acumulan 12 años sin parar de crecer y mejorar todos los indicadores sociales y económicos. Con luces y sombras, como todo proceso político y social. Determinados por la igualdad de oportunidades como objetivo primordial de nuestra fuerza política y como vía excluyente hacia el desarrollo. Nada novedoso, ese es el camino emprendido por las sociedades con mayor desarrollo humano.
La democracia capitalista no es eficiente para distribuir. Es más capitalista que democrática. En el mundo actual el 1% concentra cerca del 50% de la riqueza y esa relación sigue una tendencia cada vez más concentradora. Lejos de resignarnos a los dictados de la economía de mercado, nos toca derribar los límites de distribución que impone el sistema. Por eso no es casualidad que nuestro país haya crecido y distribuido a la misma vez, y que la sociedad reciba los frutos de las políticas implementadas: más trabajo, mejores salarios, mayor cobertura en salud, exponencial diversificación de mercados, sedes universitarias en el Interior, multiplicación de escuelas a tiempo completo, planes sociales que se cuentan por centenares, revolución de la matriz energética – de los apagones a exportar energía -, universalización del acceso a las nuevas tecnologías. Así queda conformada la década ganada.
Pero no es suficiente. Debemos ser exigentes con nosotros mismos por la sencilla razón que las condiciones de vida de centenares de miles de uruguayas y uruguayos dependen de la calidad de las políticas de gobierno que seamos capaces de seguir implementando. Nada asegura que los gobiernos de derecha mantengan las actuales políticas sociales. Lo más previsible de acuerdo a sus antecedentes es que las recorten.
En el último medio siglo pasamos de dictadura a neoliberalismo y de neoliberalismo a progresismo. ¿Qué sucederá de aquí en más? Depende de cuánto seamos capaces de profundizar en inclusión e innovación. Para ello es necesario volver a activar un relato movilizador que le ponga freno a trillados eslóganes opositores en los que sustentan toda su actividad política: la derecha sabe perfectamente que la confianza es la clave del sistema y por ello es que no tienen reparo en minarla cuando no son los suyos quienes gobiernan. A eso se dedican todos los días desde hace doce años. Por ejemplo, cada vez que se dispone una medida económica al coro opositor le ha sido muy sencillo imponer clichés del estilo fiscalazo o tarifazo. Una palabra mágica logra incorporarse al lenguaje de la gente para eclipsar todo lo históricamente avanzado en salario, inclusión, distribución, empleo, inflación –que, objetivamente, es mucho más de lo que habían logrado los gobiernos conservadores a lo largo del pasado medio siglo y mucho más de lo que han podido avanzar las poderosas economías vecinas -.
Las encuestas, las páginas editoriales, los informes de las consultoras, los analistas, especulan con futuros hipotéticos sobre economía, candidaturas, mercados y todo lo imaginable. Mientras tanto, nuestra sociedad avanza: cuando Cepal elabora el estudio de distribución y combate a la pobreza, Uruguay está en los mejores niveles de la región; cuando Transparencia Internacional elabora el informe sobre corrupción, Uruguay está en los mejores niveles de la región; cuando la Unión Internacional de las Telecomunicaciones elabora el informe sobre desarrollo de nuevas tecnologías, Uruguay está en los mejores niveles de la región.
Hay quienes hablan, hablan y hablan, y agotan toda su imaginación al servicio de aparentar un fin de ciclo progresista. Pero la realidad indica que nos va mejor de lo que muestran esos dibujos proyectivos trazados por opositores y consultores, y a toda la sociedad le irá aún mejor si la confianza le gana a la especulación. Ser el país que mejor distribuye no es fruto del azar sino de la coherencia entre los principios que siempre defendimos, un programa de gobierno y las políticas implementadas para cumplir. Ello no inhibe reconocer que aún estamos lejos de resolver el «conflicto distributivo» que arrastra nuestra sociedad de largo tiempo. Desde el primer día estamos peleando por eso que define Norberto Bobbio: «la razón de ser de los derechos sociales como el derecho a la educación, el derecho al trabajo, el derecho a la salud, es una razón igualitaria».
Nadie tiene la bitácora de las mejores políticas. Nadie tiene las soluciones para todos los problemas. Nadie niega que hayamos errado ni nadie puede negar que sea mucho más lo acertado. Los resultados de las políticas de gobierno que dan cuenta de esto no son pocas. Pero ese saldo favorable no puede desoír el reclamo de la gente ante situaciones que no terminan de resolverse. Debemos preguntarnos si estamos lo suficientemente cerca de los jóvenes, si, por ejemplo, les dimos justa participación en nuestros gobiernos. Debemos preguntarnos si estamos en la piel de esas decenas de miles de mujeres que históricamente no pueden cumplir con sus anhelos y desarrollar al máximo sus potencialidades. No fue casualidad la multitudinaria marcha del 8 de marzo que exige terminar con flagrantes e inaceptables desigualdades de género en pleno siglo XXI.
Vale recordar que en nuestro país, estamos lejos de terminar con la arbitrariedad que impone la subrepresentación que tiene el 52% de la población, ya que tan solo una de cada cinco legisladores somos mujeres. Estamos lejos de lo que exige una real democracia representativa evaluada por género: ocupamos el puesto 94(1) a nivel mundial. Esto tiene consecuencias en la producción parlamentaria de leyes que atiendan asuntos que terminen con asimetrías injustificables. Ante casos como el nuestro, la Secretaria General de la Cepal, Alicia Bárcena, afirma que «sin igualdad de género el desarrollo sostenible no es desarrollo ni es sostenible».
Ninguna excusa, por más poderosa que aparente ser, nos debe doblegar y hacer renunciar a lo verdaderamente justo. Es bien claro el mensaje de una sociedad cada vez más movilizada: ya no alcanza con los derechos conquistados ni con las mejoras económicas acumuladas. La ciudadanía reclama más oportunidades y a mayor ritmo. Además, exige absoluta transparencia. La izquierda no puede permitirse pegar en la herradura con estos asuntos.
Quienes creemos en la democracia como concepción que va mucho más allá de votar cada cinco años, en el poder popular y en las transformaciones progresistas, estamos obligados a no empantanarnos en la autocomplacencia por lo avanzado ni a dejarnos atropellar por los conservadores de siempre, que siempre están al acecho, dispuestos a recuperar el poder perdido a como dé lugar. Para que la izquierda no se deje arrebatar el gobierno en las próximas elecciones, enfrenta dos desafíos en forma simultánea: profundizar en el camino de la inclusión y ser capaz de renovarse.
Fuente:
(1) http://www.ipu.org/wmn-e/classif.htm
(*) Senadora y secretaria general del Partido Socialista – Frente Amplio