Por Pablo Anzalone (*) | @PabloAnzalone
Nos hemos acostumbrado a una cultura de lo inmediato donde la información puntual no se relaciona con el contexto, ni con la historia y el porvenir. Además, es tanta la polución informativa que la imagen resultante es muchas veces cacofónica. Desde la “cholulez” de unos al alarmismo de las crónicas rojas, la agenda pública es un campo de manipulación. Faltan más vínculos entre el saber académico y el saber popular, más periodismo de investigación, más reflexiones sobre temas de fondo. Y la construcción de relatos que den sentido a las peripecias cotidianas, contra los intentos de desprestigiar los temas ideológicos, las utopías, la mirada global y el anclaje ético de la vida.
Vivimos en un contexto internacional complejo. Las democracias y los estados de bienestar han sido jaqueados por un neoliberalismo conservador, con un incremento de las desigualdades y de los regímenes autoritarios. Las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China se trasladan a diversos ámbitos, incluida América Latina.
La tentación represiva como solución simplista a los problemas sociales y políticos sigue operando y… fracasando.
Es importante darnos cuenta de que las amenazas bélicas y climáticas atentan contra la sostenibilidad de la vida. Recientemente se anunció el mayor acuerdo militar de la historia entre los gobiernos de Trump y Bolsonaro. Todavía no hemos percibido la amenaza que esto significa en la región.
La violencia contra mujeres, jóvenes, pobres, indígenas, migrantes, sigue legitimándose por una ultraderecha reemergente, aferrada a un patriarcado racista y xenófobo.
A pesar de este panorama hay grandes luchas para cambiar, para defender derechos y para construir un mundo diferente. El ejemplo más cercano y fuerte fueron las movilizaciones del 8 de marzo que, una vez más, hicieron oír la voz de millones de mujeres que no se resignan. En Uruguay la proclama de la Coordinadora de Feminismos, las consignas levantadas por diversos colectivos, los cantos, las performances, las imágenes y los carteles individuales hechos a mano, muestran ese “entramado de rebeldías que desborda fronteras”.
El gobierno coaligado actuó de manera burda, hizo un despliegue policial desproporcionado, una verdadera provocación. Un clima de arbitrariedad policial ambientado desde la cúpula gubernamental caracterizó la gestualidad de los primeros días de gobierno. Como si prepotear gratuitamente a jóvenes, estudiantes, malabaristas y personas en situación de calle pudiera ser una estrategia contra el delito. Más allá de lo absurdo de esta suposición, lo que se pone en cuestión son las libertades públicas, y eso no es menor. Al mismo tiempo, las denuncias por delitos de “guante blanco” que involucran al entorno del gobierno son minimizadas.
Sin embargo, la marcha de las mujeres fue enorme, multitudinaria, entusiasta, y se dieron los mecanismos de organización y autodefensa para desarrollarse con tranquilidad y alegría. Junto a una reivindicación básica, primordial de respeto a la vida como “Ni una menos” que exige detener los femicidios, hubo muchas voces que iban más allá, hacia cambios sociales y culturales amplios.
En esta situación mundial, frente a la banalización del mal que promueven actores poderosos, aparecen batallas culturales de fondo. No son temas aislados sino debates que ponen en discusión un modelo civilizatorio que produce demasiadas fracturas y sufrimientos, y que no es sostenible ecológicamente.
Algunos de ellos son abordados por el ecofeminismo desde una perspectiva innovadora, que articula diferentes planos, aportando al pensamiento crítico. Escuché hace poco una conferencia de Yayo Herrero, una reflexión interesante para desmontar varios mitos poderosos y proponer una nueva forma de mirar la realidad poniendo a la vida como centro. Se puede ver en YouTube, a través del link: https://youtu.be/MLRQO7Tv4r4. Critica Herrero la fractura ontológica que separa falsamente a las sociedades occidentales de la naturaleza y los cuerpos, como si no fuéramos interdependientes y ecodependientes. Cuestiona, asimismo, las ficciones que operan en el discurso económico como el mito del crecimiento indefinido y las teorías del derrame.
A pesar del fracaso estrepitoso de la receta neoliberal de achicar el gasto público, privatizar el Estado, desregular los mercados y endurecer el control político sobre la sociedad, una y otra vez aparecen voceros que la reivindican.
Acá lo escuchamos en la campaña electoral y comienza a verse paulatinamente en las políticas de gobierno.
La hipertrofia y la desregulación de los mercados financieros está generando nuevas crisis mundiales por la especulación disparada a partir de episodios como el coronavirus o la baja del petróleo. Como ha señalado Milton Romani, el coronavirus opera como coartada para algunos como el ministro de Ganadería y Agricultura y los sectores que representa, que vienen reclamando una devaluación hace rato. Los efectos inflacionarios, el deterioro de salarios y jubilaciones y la afectación del empleo en sectores con insumos importados, no les preocupan.
El trasfondo en este panorama global es el crecimiento desmesurado y desregulado del sector financiero, cuyas ganancias exorbitantes y su labilidad frente a maniobras especulativas, ponen en riesgo la economía mundial, con el silencio o la complicidad de los grandes Estados y organismos de crédito internacional. Al mismo tiempo, como señala Thomas Piketty en “El Capital en el Siglo XXI”, la distribución de la riqueza es una de las cuestiones más controversiales con poderosas fuerzas que empujan hacia mayores desigualdades y también fuerzas de convergencia que apuntan a regular el capital.
Durante los años 90 el gran argumento de este discurso fue su autoproclamada inevitabilidad. El TINA, “There is no alternative”, de Thatcher. Pero eso ya no es argumentable. Se vieron los pésimos resultados y surgieron alternativas visibles. Los gobiernos de izquierda en América Latina demostraron la viabilidad de modelos distintos con logros significativos y errores, con avances y omisiones. La ofensiva reaccionaria posterior solo ha agravado la situación social.
Como dice Yayo Herrero, las desigualdades en todos los ejes de dominación, en género, clase, procedencia, edad, se han agudizado, y las dinámicas que expulsan a las personas de la sociedad están adquiriendo una velocidad aterradora.
No es sencillo asumir la utopía de promover un modelo civilizatorio diferente, sin opresión, sin patriarcado, sin depredación de la vida. Una perspectiva basada en una democratización radical del Estado y la sociedad, con la vida como centro.
(*) Licenciado en Ciencias de la Educación. Doctorando en Ciencias Sociales.