Por Renato Opertti (*) | @OperttiRenato
Desde el retorno a la democracia en 1985, nunca el sistema político ha estado más cerca que en la actualidad, de intentar acordar y de gestar un cambio educativo de la envergadura y de las implicancias de lo que se necesita. Por diferentes razones, ya sea por ausencia o debilidad de los liderazgos políticos y técnicos, o bien por la tibieza de las propuestas educativas o bien por la discontinuidad de políticas asumiendo que todo lo anterior es “malo o desechable”, hemos fracasado como sociedad en transformar la educación en palanca de bienestar y desarrollo individual y colectivo. Nuestra deuda para con las generaciones más jóvenes es de proporciones.
No obstante, lo cual, las noticias son alentadoras. Transversalmente al sistema político, se oyen cada vez más voces y se suman voluntades, que afirman, con grados diversos de compromiso, cuatro cosas medulares. En primer lugar, la toma de conciencia que el cambio educativo no se hace en los márgenes del sistema educativo sin una visión educativa potente y sin tocar el cerno del sistema. Que el goteo en la educación, a través de la sumatoria de proyectos e intervenciones en silos, sin conexión entre las mismas, pueden llegar a ser buenas noticias en la coyuntura que entusiasman pero que devienen frustraciones en el mediano plazo por carecer de sostenibilidad y de apego. Asimismo, quienes han sido abanderados de los cambios por fragmentos encuentran una incomodidad creciente de remar contra la evidencia mundial que indica claramente que los sistemas educativos más efectivos son aquellos en que hay una visión de conjunto del cambio que se articula coherente y vinculantemente con los diferentes componentes y unidades del sistema educativo.
En segundo lugar, la creciente convicción del sistema político que el cambio educativo debe revestir un carácter integral y profundo. El país dispone de una propuesta de estas características que promueve EDUY21 y que se condensa en el “Libro Abierto. Propuestas para apoyar el acuerdo educativo” (http://eduy21.org/servlet/com.eduy.web.home). Dicha propuesta fue presentada al sistema político en su conjunto, el 16 de mayo del 2018, en el Salón de los Pasos Perdidos, Parlamento Nacional. Contó con la participación de connotados representantes de todos los partidos políticos con representación parlamentaria, así como de la ciudadanía y de amplios sectores de opinión. Quienes son avezados conocedores del salón y de su bella historia, nos han señalado que la convocatoria de EDUY21 ha sido una de las más importantes de los últimos tiempos.
Integralidad supone pensar, gestar e implementar un conjunto de políticas y de estrategias que permitan que niño, niña, adolescente y joven puedan tener una oportunidad real de educarse y de aprender. Esto implica fluidez, coherencia y completitud en la diversidad de aprendizajes que son fundamentales para la vida individual y en sociedad, el ejercicio proactivo de la ciudadanía, el trabajo y el emprendedurismo. EDUY21 lo resume en la propuesta de una educación de 3 a 18 años, que, coordinada con una política social de la infancia, se desagrega en una educación básica de 3 a 14, y una de adolescentes y jóvenes de 15 a 18 años.
En efecto, una visión integral se opone a pensamientos y prácticas de compartimentos estancos que aducen la “particularidad del nivel educativo”. No se trata de decir que estamos mejor o peor relativamente en un nivel u otro haciendo caso omiso a que todos los niveles educativos están inextricablemente vinculados. Pecamos de ingenuidad o de dogmatismo o simplemente de ignorancia, insistiendo, por ejemplo, que el cambio en la educación media puede aislarse de los procesos y resultados de aprendizaje en la educación primaria o de la formación y el desarrollo profesional docente.
Integralidad va acompañada de profundidad en que quiere enseñar y aprender, para qué y cómo hacerlo y efectivizarlo. Profundidad debe evidenciarse en desempeños proactivos y competentes para abordar diversos órdenes de desafíos y situaciones de la vida que requiere integrar cerebro, mente y cuerpo, teoría y práctica, humanidades y ciencias, lo global y lo local, y aprender a conocer con aprender a vivir juntos. La capacidad de conectar saberes es esencial para actuar a la luz de cambios a escala planetaria que invalidan las maneras de ver el mundo por el solo prisma de disciplinas fragmentadas. Como dice el filósofo y educador Edgar Morin, la hiper especialización es una fuente de ignorancia (2018).
En tercer lugar, el creciente reconocimiento que un proceso de cambio educativo requiere continuidad y progresividad en el tiempo, y que debe por lo menos, comprometer a dos administraciones de gobierno, con respaldo, tiempos, condiciones y procesos para que los cambios maduren. Un desafío mayor es lograr una mayoría parlamentaria transversal a los partidos políticos, que en febrero del 2020, impulse cambios normativos y programáticos que permitan un cambio integral y profundo. Por ejemplo, un ajuste de la Ley de Educación vigente, No. 18437, que permita fortalecer el liderazgo en la conducción de la política educativa por el Ministerio de Educación y de Cultura (MEC), su implementación efectiva y coherente por la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), y con sostén en una educación unitaria, progresiva y con diversidad de actores públicos y privados, entre 3 y 18 años.
El mundo nos evidencia claramente que es posible pensar y plasmar políticas educativas en propuestas decenales o aún de mayor duración, inscriptas en planes de desarrollo que cruzan a sectores económicos y sociales. Por ejemplo, entre otras cosas, el éxito del modelo finlandés de educación básica de nueve años yace en que diferentes partidos políticos, que se han alternado en el poder en los últimos 50 o más años, no han puesto en cuestionamiento el modelo de educación básica que ha sido fundamental para lograr una genuina inclusión en oportunidades y resultados educativos.
En cuarto y último lugar, tomar clara conciencia que los cambios deben sostenerse desde diversidad de ángulos complementarios. Por un lado, asumir un liderazgo político-técnico con sentido visionario, inclusivo, componedor y con determinación para que los cambios lleguen al aula, y no queden atrapados por los ruidos y los juegos suman cero en torno a lo políticamente correcto. Por otro lado, que el sistema político tenga la voluntad de reasignar recursos existentes, y de asignar nuevos, a metas y estrategias realizables y evaluables con dos claros focos. Uno más universal vinculado a prepararnos para un mundo en que tenemos que desarrollar las competencias cognitivas, emocionales y sociales para que podamos liderar nuestras propias vidas y complementarnos con las máquinas de aprendizajes; y otro más de orden social, que radica en que los sectores más vulnerables, estén cubiertos por diversidad de estrategias educativas con enfoques, contenidos y tiempos de instrucción para que cada uno pueda aprender con el potencial de excelencia que abriga.
La educación es ahora porque los cuatro aspectos que mencionamos – conciencia del cambio educativo, integralidad y profundidad, continuidad y progresividad, y sostenimiento a varias puntas – está en la agenda de los partidos políticos y de sus candidatos. Si postergamos los posibles acuerdos para después de las elecciones presidenciales, estaremos perdiendo un año entero en orden a afinar propuestas y elaborar los instrumentos para el cambio, y peor aún, se va a superponer la discusión y el acuerdo programático sobre el cambio educativo, con las deliberaciones y fricciones en torno al presupuesto quinquenal. Decir ahora a la educación es allanar un camino venturoso y promisorio para la próxima década.
(*) Director Ejecutivo de EDUY21.