Por Celsa Puente (*) | @PuenteCelsa
De educación hablamos una y mil veces en todos los espacios públicos. Particularmente de educación media: de los resultados medidos en promociones y cierres de ciclos, de los problemas edilicios para los que muchos actores han logrado desarrollar cierta especialidad discursiva, y naturalmente de los salarios. Pero, ciertamente poco se habla en este último sentido de un problema fundamental que es la restauración de la pirámide salarial. Una de las razones por las que nadie quiere tomar los cargos de dirección de los centros educativos es justamente la escasez de valoración que los mismos tienen y una de las formas de revalorizar -aunque no la única- es compensar salarialmente. Cualquier docente de grado gana con una responsabilidad mucho más limitada, un salario mayor que cualquier/a director/a. Recomponer la pirámide salarial no admite espera, porque no es posible pensar que podemos recargar de responsabilidades las 24 horas del día y durante todo el año real a una persona a la que le pagamos por su tarea menos o lo mismo que quien tiene su responsabilidad circunscripta al aula. Quiero dejar claro que siento que el docente tiene una enorme responsabilidad en el aula y que sería apropiado que percibiera un salario acorde a su formación y desempeño más que por la antigüedad como es actualmente, pero es indudable que hay que comenzar por las direcciones que tienen responsabilidad final de todo lo que ocurre en el centro, en cuanto a lo pedagógico y lo organizacional. En general, nuestro sistema educativo adolece de desprofesionalización con las consiguientes consecuencias que esto acarrea.
Sumado a esto se encuentra el problema gravísimo de la formación docente. Uruguay no logrará cambios profundos en la educación si no aborda con prontitud y profundidad la cuestión de la formación, particularmente, de educación media. Si bien Educación Primaria comenzó a tener problemas para la cobertura de grupos, aún conserva la reglamentación no violada de que solo se hará cargo de una clase de niños/as quien tenga su título de maestra/o. Hace unos días tuve una charla informal con una secretaria liceal que con congoja me dijo “Cualquiera da clase…cualquiera”. Esa sensación de llegada oportunista a los centros educativos debe ser erradicada, máxime que más que una sensación muy claramente presentada por mi interlocutora es una realidad rotunda. Insisto con recordar algunos números porque me parecen muy elocuentes. Hoy contamos solo con un 70 por ciento de docentes titulados en Secundaria, que es el subsistema que está en mejores condiciones en este sentido. ¿Se imaginan la policlínica en la que consultan con solo un 70 por ciento de personal especializado y la incapacidad de elegir quién los atenderá? Consideremos además que ese es el mejor escenario porque la educación privada tiene solo un 61 por ciento y UTU no llega ni al 50 por ciento La titulación no es la panacea, lo sabemos, pero al menos nos asegura que en algún momento de sus vidas, estas personas se han preguntado acerca de su vocación y han definido cumplir con los requisitos que el sistema tiene previsto para obtener la acreditación habilitante.
Es con respecto a estos requisitos para la obtención del título sobre lo que también quisiera hacer algunas precisiones. La carrera docente sigue siendo una formación terciaria no universitaria, fuertemente centrada en el asignaturismo, exenta de investigación fuera de los esfuerzos puntuales. Por otra parte, es una formación que exceptuando el tiempo de la práctica educativa parece vivir de espaldas a los liceos. La comunicación dentro de la carrera impresiona como fragmentada, con poca o nula coordinación entre los docentes y escaso abordaje de las características reales de los destinatarios de la acción educativa. Las adolescencias con todas sus variadas formas de expresión son apenas titulares en la mayoría de las formaciones de grado y la construcción de estrategias educativas para generar aprendizajes se ve por tanto obturada por una mirada miope que no permite percibir la realidad y actuar en consecuencia.
Ya no puede dilatarse más la revisión integral de la carrera docente. Hoy es necesario formar profesionales que sean capaces de adaptarse a variados contextos y que puedan generar entornos de aprendizaje y estrategias que respeten los ritmos diversos de los adolescentes así como sus intereses. También es necesario trabajar desde la interdisciplina y el abordaje colectivo y colaborativo del aula y nutrirse de las experiencias de trabajo en duplas y tríos docentes que ya se están realizando en muchos centros educativos. Y hay que hacerlo con fuerza y decisión, despojados de los beneficios laborales de unos pocos que tienen cooptado el cambio.
Por otra parte, es necesario desarrollar especializaciones para la atención de situaciones singulares: la educación para personas privadas de libertad (adultos y adolescentes), la andragogía (técnicas y estrategias específicas para la educación de personas adultas) y el abordaje de singularidades como la enseñanza a personas ciegas, sordas o con otras características que requieren de un saber específico por parte del educador. Esto solo por nombrar algunos aspectos imprescindibles para que lo educativo ocurra y no sea una mera escena simuladora de la inclusión educativa. Uruguay debe diseñar e invertir en forma urgente con una meta concreta: en 2024 todos los profesores que habiten las aulas deben ser titulados o estar cursando el último año de la carrera docente. Muchos de los discursos que circulan hoy desde la propia educación son volcados a la opinión pública por personas que no tienen formación de ningún tipo. Creo que esto ya no puede admitirse más.
Tampoco debería crearse ningún cargo para el que no haya una especialización o formación específica. Tengo la certeza de que no alcanza con ser o haber sido un gran profesor de aula para ser un buen director/a o inspector/a o profesor/a orientador/a pedagógico/a. No alcanza. Seguramente la experiencia es necesaria pero también es insuficiente, por lo que deberían ser especializaciones condicionantes del acceso a cualquiera de estos cargos.
La profesionalización es un camino irrenunciable y con él, el desarrollo de la ética, la capacidad de preguntarnos sobre el sentido de nuestras acciones en relación al sujeto que tenemos delante en un tiempo de la vida clave para la construcción del proyecto de vida. Destituir la lógica de que todo pase por el beneficio laboral de algunos, requiere del esfuerzo de reposicionarse dentro de la educación con la verdadera finalidad de ser un adulto clave, una “posta parental” al decir de Pierre Kammerer, un adulto “jugado” por el destino de cada uno de los y las jóvenes que tiene delante. Educar es mucho más que distribuir información, máxime en el mundo de hoy en que la misma circula con una velocidad de vértigo. Educar es ofrecer una oferta adicional a la familiar que por presencia o por ausencia tiene cada uno de los nuevos integrantes de la especie humana cuando llega al mundo. Es ofrecer la herencia para asegurar un mundo común y generar el lazo para que encontremos el sentido de estar aquí. No cualquiera puede hacerlo.
(*) Profesora de literatura. Docente y militante en Educación en DDHH. Inspectora de Institutos y liceos de Montevideo.