Por Alejo Umpiérrez | @alejoumpierrez
La creciente inseguridad comienza a anidar en los espíritus de nuestros ciudadanos sentimientos peligrosos. Comprensibles, pero no compartibles. Y todo ello producto de la incapacidad gubernativa, de su falta de capacidad de gestión; salvo que negáramos esta hipótesis pensando en que todo esto se trata de una estrategia deliberada de ciertos sectores del gobierno donde todo sea “cuanto peor, mejor”, que anidan algunas mentes que todavía tienen resabios sesentistas. Esto sería pensar la realidad desde una teoría conspirativa, muy propia de algunos sectores de ultraizquierda. Aunque está el viejo proverbio: “Piensa mal y acertarás”.
El fracaso de la izquierda en el gobierno y la existencia de una mayoría parlamentaria automática que impide todo cambio o transacción que permita atisbar un giro de timón, hacen que las frustraciones ciudadanas vayan tomando canales extrapartidarios y ajenos al sistema político, si bien naturalmente encuadrados dentro de la institucionalidad y la legalidad.
Así hemos visto que ante la aplastante situación tributaria y tarifaria sobre el agro, aunada a la caída de precios de commodities, dio a luz el movimiento “Un Solo Uruguay”; la ausencia de soluciones de una educación que se cae a pedazos dio lugar a Eduy21, una iniciativa apartidaria de particulares, que tiende a generar políticas de largo plazo para revertir la situación.
La seguridad no es ajena a esta realidad, el fracaso es irrebatible y la sociedad comienza a expresarse y buscar respuestas. En cualquier país del mundo que tenga una cierta normalidad gubernativa, Bonomi no existiría y hace rato que estaría dando de comer a las palomas. Pero en Uruguay, Vázquez es casi un monarca británico: reina pero no gobierna. Conduce una suerte de poder bicéfalo donde la otra cabeza del poder es José Mujica. Y por esa simple razón a Bonomi lo puso Mujica y solo lo sacará él. Y por tal razón, al no poder sacarlo, Vázquez quiso controlarlo y allí incrustó a su hermano. Pero ambos son absorbidos por una suerte de perpetuo espiral de caos que parece no tener fin.
Tienen 30.000 efectivos (más que el Ejército Nacional), armas de última generación, tres helicópteros (que el Ejército no tiene), camionetas y vehículos nuevos, el “Guardián” (aunque no sepamos su utilidad). Se creó una guardia pretoriana con más de un millar de hombres que en breve estarán mejor armados que el Ejército Nacional, cumpliendo el sueño de un “Ejército de izquierda” añorado por Topolansky (reflexión que nos debemos para otro artículo, ante una posible y futura “Guardia Nacional Bolivariana” a la criolla). O sea, el gobierno tiene hipotéticamente los mejores ingredientes para un plato gourmet, pero el resultado es malo, muy malo. Y, obviamente, cuando los ingredientes son buenos, la culpa no es de ellos, sino del “cocinero”.
No gritaremos más pidiendo voz en cuello su renuncia, porque su sola sugerencia hace que se le agregue un bulón más a su butaca, pero con la misma receta será imposible tener otro resultado. El cambio de gerenciamiento es lo único que puede alumbrar una esperanza de un cambio real.
Pero claro, acá no solo es necesario un cambio de personas, sino de ideas de gestión. Si seguimos con el concepto que tiende a justificar el delito criminalizando a la sociedad como base de razonamiento, estamos condenados al fracaso desde el principio y eso es el huevo de la serpiente que vivimos. La Policía carece de respaldo en su accionar y está minada en su autoridad, pues un policía discute con su superior cómo organizar el servicio en pie de igualdad. Pero, además, el policía que obedece órdenes no tiene garantías de cobertura legal en su accionar. Por eso los blancos presentamos un proyecto sobre legítima defensa presuntiva del policía que actúa con un arma de fuego, y ello no es “gatillo fácil”, sino respaldar al guardián de la legalidad ante el malhechor. Pero duerme en los cajones del Poder Legislativo mientras todos los días la delincuencia se hace más atrevida. Los ajustes de cuentas en breve serán asesinatos de policías y comisarios, para luego serlo de jueces y fiscales y, más tarde, de políticos. Es el camino que señaló Layera: pobres a la buena de Dios y ricos encerrados en sus countries.
El fracaso de la “política” de seguridad, además, no solo genera inseguridad y temor en la población que ya teme salir por las noches de sus casas enrejadas, sino que es un atentado al bien supremo del individuo: la libertad. O sea que es mucho más grave de lo que parece.
Este caos organizado precipita reacciones de los individuos, las más primarias, como si fuera una tribu: organizarse para patrullar y evitar el delito. La confesión más brutal del fracaso estatal. Pero de ahí a otras reacciones más viscerales y que alimentan fantasmas totalitarios hay pocos pasos. Ya se oyen los gritos por cadenas perpetuas, pena de muerte, castración química y, a medida que todo empeore, irán subiendo la apuesta, posiblemente, solicitando empalamientos, descuartizamientos o la ley del Talión pura y simple. Esta inseguridad nos significa un retroceso en la vida en sociedad, nos retrotrae a tiempos pretéritos.
Y atención, ya no faltan algunos que remitan al pasado pidiendo una dictadura, “porque antes no se veían estas cosas”.
Entonces tenemos que tener la capacidad como democracia y como sistema político de conjurar este demonio excarcelado que hará temblar las raíces y no de la forma en que lo piensa el gobierno ni como desde la oposición concebimos el actuar en estos temas.
Para quienes no vieron el clásico de Bergman se les recomienda mirarlo. Acá no será sobre las raíces del nazismo, pero sí podemos avizorar las raíces de lo que se viene si no sabemos pararlo a tiempo. Es asunto de voluntad política y capacidad de estadista. Y lamentablemente ambas cosas faltan a la cita.
(*) Diputado de Todos Hacia Adelante – Partido Nacional