Por Gustavo Penadés (*) | @GustavoPenades
Son muchas las medidas que se anuncian para el próximo gobierno, todas necesarias y compartibles.
Entre ellas quiero destacar la creación del Ministerio de Medio Ambiente, que me parece transcendente, dada la materia que abordará y el estado del Uruguay al respecto.
Los temas involucrados abarcan un amplísimo espectro que -podría decirse- refieren a toda la vida.
Desde el uso del agua para todos los fines a que se dedica, como su consumo con destino familiar, el riego, la navegación o su destino como materia prima industrial. O la incidencia de la agricultura, la ganadería y la lechería en el deterioro del ambiente y viceversa, como sucede muchas veces en la apicultura o la avicultura.
La incidencia de los vertidos industriales o agrícolas, en todas sus variedades, por la contaminación que han producido, colocan al Uruguay en estado de emergencia, lo que se ve agravado por el hecho de que, muchas veces, provienen de fuera de fronteras, lo que hace mucho más difícil su control.
La importancia del contralor ambiental en los bienes de consumo alimentario de humanos y animales es tan grande, como pequeñas son las señales que muchas veces tenemos de su eficiencia.
Capítulo aparte merece, en ese sentido, lo que sucede en la horticultura y la fruticultura por el uso de plaguicidas que afectan a la salud humana. La lentitud de las dependencias competentes del Estado uruguayo en tomar las medidas necesarias para prohibir su uso ha sido la constante y más preocupante aún es la falta de iniciativas para encontrar sustitutos adecuados, aunque deben destacarse algunas experiencias aisladas de producción orgánica, que no han tenido estímulo necesario por parte de las autoridades.
¡Ni qué hablar de las distintas formas de polución que hemos logrado los humanos en estos tiempos! El transporte, las industrias y hasta algunas formas de entretenimiento, envenenan nuestro organismo y destruyen nuestros tímpanos. Y no se han encontrado mecanismos hábiles para mejorar la situación.
Nuestro aporte al control del calentamiento global y la posibilidad de obtención de bonos verdes como premio al esfuerzo, son tan lejanos que no se vislumbran resultados a mediano plazo.
Actualmente, hasta el turismo está amenazado por la proliferación de cianobacterias que han invadido nuestros ríos y se extendieron hacia las playas del este.
El nuevo Ministerio de Medio Ambiente tendrá, entre otras, la ardua tarea de coordinar acciones con muchos organismos públicos, como los similares de Transporte y Obras Públicas, Industria, Ganadería, Agricultura y Pesca y Relaciones Exteriores; este último con el difícil cometido de encontrar mecanismos diplomáticos para proteger nuestro territorio de las contaminaciones que vienen de fuera.
También tendrá que coordinar con entes y servicios de gran incidencia en el medio ambiente, como la UTE, Ancap, la Administración de Puertos o la OSE.
Igual, deberá tener estrecho contacto con las administraciones departamentales, desde las intendencias, las juntas y las alcaldías, todas ellas con gran importancia en la gestión territorial que mucho tiene que ver con el manejo del medio ambiente.
Y, deberá fortalecer su reflexión con el aporte del estudio de universidades y todo centro de análisis que pueda colaborar con la enorme tarea.
La sociedad civil que interactúa con el manejo del ambiente deberá ser objeto de vinculación con el nuevo ministerio. Desde los gremios directamente involucrados como las organizaciones rurales o las cámaras empresariales, hasta el PIT-CNT, que ha mostrado gran interés en el tema, como no puede ser de otro modo.
Tendrá el aporte -muchas veces crítico, pero siempre bienvenido- de las organizaciones preocupadas por el deterioro del ambiente nacional y global, que cada vez suman más adeptos ávidos de militar en defensa de la vida de generaciones futuras.
Y tendrá que lidiar con defensores de sistemas productivos que generan muchos ingresos económicos para unos pocos que los ejecutan, pero que degradan el medio ambiente, y con fabricantes, importadores y representantes de productos potencialmente nocivos.
El camino que deberá recorrer el Ministerio de Medio Ambiente está sembrado de acechanzas.
En grado máximo deberá hacer gala de la sabiduría de los grandes hacedores de políticas públicas, porque tendrá que discernir con justicia entre intereses encontrados y válidos por ambos lados.
Tendrá que distinguir entre lógicas y razonables presiones de algunos lobbies y otras ejercidas también por lobistas animados solo por intereses egoístas que atentan contra el bien común.
Tendrá que enfrentar al fanatismo ecologista, financiado, a veces, por fundaciones imperiales, y, por otro lado, dejarse asesorar por bien intencionados defensores de un medio ambiente más saludable y sostenible que el que tenemos y el que nos asedia.
Tendrá que eludir el facilismo del razonamiento de que toda generación de riqueza y empleo es bienvenida y analizar con justeza las posibles consecuencias perniciosas que puede conllevar para el bien común.
Tendrá que eludir el inmovilismo a que puede conducir el creer que toda acción del hombre sobre el medio ambiente es destructora del porvenir y, sobre todo, si ese razonamiento es acompañado del pensamiento apocalíptico que involucre la existencia de generaciones futuras.
El secreto de su éxito estará en que se haga carne en sus autoridades y todos sus funcionarios el criterio de que el fiel de la balanza está en defender el desarrollo de un medio ambiente sustentable, con todo el contenido que tiene esa expresión.
Según el Informe Brundtland (elaborado en 1987 para las Naciones Unidas, por una comisión encabezada por la doctora Gro Harlem Brundtland, entonces primera ministra de Noruega), es aquel desarrollo que logra la satisfacción de las necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas, garantizando el equilibrio entre crecimiento económico, cuidado del medio ambiente y bienestar social.
Por lo tanto, la sustentabilidad ambiental garantiza que, al satisfacer nuestras necesidades de agua, alimentos y refugio, y también al dedicarnos a actividades que hacen que nuestras vidas sean placenteras, no causamos daños a nuestro medio ambiente ni agotamos los recursos que no podemos renovar.
Nuestro país ha iniciado desde hace mucho tiempo formas de desarrollo amigables con el medio ambiente, como la generación hidroeléctrica, que tiene una antigüedad de más de ocho décadas en sus inicios con la Represa Gabriel Terra, hasta una de más de cuatro décadas desde la instalación de Salto Grande.
Hoy se ha continuado ese proceso con los parques de generación eólica y las granjas de paneles solares, además del desarrollo de la energía solar, aún incipiente, para el calentamiento del agua.
Todo eso ha sido muy bueno, pero hay mucho más para hacer, desde formas de reciclaje de residuos que sean económicas, hasta diferentes métodos para recoger el agua de lluvia.
Y, lamentablemente, en los últimos tiempos, hemos asistido y consentido en modos de desarrollo económico, en muchas áreas del quehacer, que claramente han degradado el medio ambiente, hasta extremos intolerables.
Ardua tarea tendrá el nuevo Ministerio de Medio Ambiente. Tenemos grandes y fundadas esperanzas en su éxito, seguros, además, de que tendrá la impronta de la transparencia de la que hará gala todo el gobierno que se inicia.
(*) Diputado del Partido Nacional – Lista 71