Por Alfredo Asti (*) | @AlfredoAsti
La campaña política actual nos trae permanentemente a consideración la situación económica y social de nuestro país.
Como ciudadano, como frenteamplista y como legislador de Gobierno, coincido en que el análisis sobre estos temas no puede limitarse a las ventajosas comparaciones con el pasado. Pero además, para un país con la escala demográfica y geográfica del Uruguay, es imposible excluir del análisis lo que ocurre en la economía regional e internacional. Las cosas son en su contexto.
Uruguay ha cambiado mucho y para bien en estos 15 años, desde la campaña hacia las elecciones de 2004, hasta el presente. Esos cambios producidos en el país y las soluciones que se han desarrollado para superar aquellos problemas, han modificado también las expectativas y reclamos de las grandes mayorías.
Los nuevos votantes de este ciclo electoral 2019-2020 (con sus 18 a 23 años) han crecido e ingresado en la adolescencia con gobiernos nacionales frenteamplistas. En el caso de los montevideanos, lo han hecho también bajo el gobierno departamental del Frente Amplio, como ocurre en otros departamentos del país.
Es difícil explicarles y que comprendan lo que sucedía antes de 2005, más allá de la dramática crisis de 2002, que en gran parte marcó negativamente la vida de todos los uruguayos y uruguayas; en especial del 40% de quienes pasaron a vivir en la pobreza, habiendo perdido sus empleos, su vivienda, sus ahorros de toda la vida, y en muchos casos estilos de vida y valores. Esa crisis, además de los factores exógenos, fue posible en su profundidad y tragedia por la continuidad de políticas públicas erróneas (desde el retorno a la democracia en 1985) que crearon las condiciones de vulnerabilidad económica y social que explicaron esos efectos.
Empero, además del pasado y de todos los indicadores positivos de estos 15 años, también podemos compararnos con las realidades vecinas, ya que muchas veces han sido un factor para explicar nuestras peripecias de país.
Cuando corrían vientos a favor para la región, se decía que era la única causa de nuestro crecimiento, pese a que crecíamos más que nuestros vecinos, quienes tenían iguales o mejores «vientos de cola», obviando que en ese período también sufrimos la crisis mundial de 2008-2009, el corte de puentes con la República Argentina, etc.
Cuando los vientos se volvieron en contra, Uruguay también siguió creciendo, claro que a menor ritmo, pero diferenciándose de lo que sucedía en los países vecinos. Basta ver la evolución de los últimos años con y sin vientos a favor. Y es que Uruguay lleva ya 16 años de crecimiento continuo de la economía, y lo hace con equidad y mejora de la distribución del ingreso.
A pesar de las recesiones de Argentina y Brasil, nuestro país continuó creciendo, con un promedio anual de 4.1% entre 2003 y 2018, según datos del Banco Mundial, desacoplándose de la economía regional y alejándose de antiguos patrones en que el país estaba fuertemente ligado al desempeño económico de sus principales vecinos.
El PIB de nuestro país registró un crecimiento acumulado de 60,2% en el período 2005-2018, mientras que en Brasil y Argentina ese crecimiento fue de 30,4% y 40,3%, respectivamente. Desde 2011 a la fecha Uruguay creció acumuladamente más del 20%, mientras que sus dos vecinos (con distintos partidos en el gobierno en dicho período) no crecieron, o incluso disminuyeron su PIB.
Si consideramos el período iniciado en 2015, se observa que entre 2015 y 2018 la economía uruguaya creció en un 6,3%, frente a una contracción del -4,7% del PIB en Brasil, y apenas un 1,2% de crecimiento en la economía argentina.
Pero además los vecinos tienen otros importantes desequilibrios macroeconómicos. Así, mientras que Argentina tuvo en 2018 una inflación del 47,8% y una inflación acumulada de los últimos 12 meses del 55,8%, la inflación en nuestro país se ubica en el entorno del 8%. Además, continúa la tendencia al alza, en tanto sólo en el mes de abril, el país vecino tuvo una inflación del 3,4%. Para tener una idea de la magnitud de la diferencia entre ambos márgenes del Río de la Plata, de continuar a este ritmo, sólo en 2 meses, Argentina acumularía la inflación que Uruguay tiene en un año entero.
También debe considerarse la variación del tipo de cambio como síntoma de la estabilidad o volatilidad de cada economía. La magnitud acumulada de los saltos en ambos países (en Uruguay en el año 2019 se pasó de $28 a $35 -lo que significa 25% de aumento- y en Argentina, en igual período, más que duplicó su valor, pasando de $20 a $45, o sea un aumento de 125%) se explica por las diferencias en variables macro internas (en Argentina profunda recesión, altísima inflación, déficit y deuda insostenibles, pérdida de confianza, etc.).
Es claro que los fundamentos macroeconómicos y la solidez institucional nos diferencian del país que, en el pasado, fuera el principal destino de nuestras exportaciones.
Uruguay ha demostrado muchas fortalezas y una enorme resiliencia frente a las volatilidades e incertidumbres que se generan a nivel regional. Pese a que desde la oposición se intenta adjudicar el crecimiento al presunto viento de cola, esta premisa es difícil de mantener, en tanto en los últimos cinco o seis años la región no contribuyó en absoluto a impulsar el crecimiento económico en el país. Muy por el contrario, tanto Argentina como Brasil, enfrentan grandes dificultades y sin embargo nuestro país continúa en la senda del crecimiento, pese a su desaceleración de los últimos trimestres y problemas de generación de empleo en éste período.
Este crecimiento ininterrumpido se explica por políticas macroeconómicas prudentes, reformas estructurales y un compromiso con la diversificación de mercados y productos, que han aumentado la capacidad del país para resistir los shocks regionales.
De hecho, los mercados de exportación se han diversificado con el fin de reducir la dependencia de los principales países de la región: en 2018, Brasil y Argentina, tradicionales socios comerciales de Uruguay, representaban solamente el 12% y 5% de las exportaciones de bienes, respectivamente. En cambio, los principales destinos de nuestra producción en la actualidad son China (26%) y la Unión Europea (18%).
No en vano, el país mantiene su grado inversor, con previsión estable e incluso, en algunas calificadoras, en un escalón superior.
Por supuesto que todo esto incide en lo social. Desde que asumió Macri en Argentina con sus políticas tan halagadas por nuestra oposición, en lugar de eliminar la pobreza como había prometido, la misma se ha incrementado dramáticamente. En ese país, dos habitantes por minuto pasan a ser pobres y cada 73 segundos uno cae en la indigencia, alcanzando hoy un 32% de pobreza (14,3 millones de personas) y un 6,7% (casi 3 millones) de personas sin ingresos suficientes para su alimentación, según datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de ese país (Indec).
Mientras tanto, en Uruguay la pobreza descendió al 8% en 2017-2018 y la indigencia se ubica en 0,1% de la población; y esto se dio de la mano de una mejor distribución de la riqueza. No hay que olvidar que, de acuerdo a datos del Banco Mundial, Uruguay ha sido en los últimos años, el país de América Latina con el mejor índice de Gini; es decir, que es el país de la región que mejor distribuye el ingreso.
Parte de las bases de esta mejora continua en la distribución de la riqueza en el país se asientan en las políticas sociales inclusivas, que se han enfocado en ampliar la cobertura de los programas. A modo de ejemplo, más del 95,5% de la población mayor de 65 años está cubierta por el sistema de pensiones.
A su vez, no sólo distribuimos mejor que nadie en el continente latinoamericano. También el producto bruto se ha expandido a un ritmo histórico, de manera que lo que se ha distribuido ha crecido también en forma continua.
Esto quiere decir que, con vientos de cola o sin ellos, con crisis externas o sin ellas, con gobiernos de todos los signos políticos en la región y en las principales economías del mundo, Uruguay no ha parado de crecer (aunque más lentamente), mientras nuestros vecinos han alternando vaivenes continuos entre períodos de crecimiento y de recesión. Algo habremos hecho distinto.
Sin dudas el país tiene desafíos que enfrentar en este marco de inestabilidad regional, pero ha demostrado que cuenta con fortalezas para trabajar y para continuar en una senda de crecimiento inclusivo con desarrollo social. Uruguay sigue manteniendo un marco macroeconómico adecuado, pese a un entorno externo mucho más complicado.
El déficit fiscal, la baja de las inversiones y los problemas de empleo son temas que nos preocupan y ocupan. Creemos que varias medidas ya implementadas tanto a nivel legislativo como reglamentario para promover las inversiones y el empleo, darán resultados y habrá, en poco tiempo, un aumento del nivel de actividad que mejorará la situación.
En el próximo período de Gobierno, además, el sistema político y la sociedad civil deberán encarar, en clave de diálogo amplio, imprescindibles reformas al sistema de Seguridad Social global, adecuándolo a nuevas realidades demográficas que, manteniendo los niveles de cobertura y derechos, lo hagan sostenible en el mediano y largo plazo.
El mismo 27 de octubre de 2019, la ciudadanía argentina y la uruguaya decidirán sobre la continuidad de sus gobiernos y los respectivos proyectos de país que impulsan. La oferta electoral de la oposición en Uruguay, que festejó el triunfo de “Cambiemos”, tiene en sus programas, y a veces oculto en su discurso, casi todos los componentes del modelo aplicado por Macri en Argentina. Los resultados están a la vista, y las consecuencias de un retorno neoliberal en nuestro país pueden ser catastróficas para las grandes mayorías nacionales.
Por lo tanto, en octubre, confiamos que la ciudadanía opte por no volver atrás y mantener el rumbo que construyó bases sólidas para un “Nuevo Impulso” a la prosperidad compartida.
(*) Diputado de Asamblea Uruguay – Frente Amplio.