Por Rodrigo Goñi (*) | @DipRodrigoGoni
El imprevisto escenario que impone la pandemia nos coloca a todos ante una nueva realidad, y el Parlamento no escapa a la tarea de adaptarse. Debido a los protocolos sanitarios hemos tenido que cambiar conductas y formas de interactuar a las que no estábamos acostumbrados, además de optimizar los tiempos de las sesiones, tanto presenciales, con las incomodidades del “tapabocas” y el distanciamiento, como las virtuales, con su propia lógica. Y a todo esto se agrega la necesidad de actuar rápido para resolver situaciones propias de la emergencia. Así, aprobamos varias leyes en tiempo record: La creación del Fondo Coronavirus”; el subsidio a monotributistas; la suspensión de los plazos en la Feria Jurisdiccional Extraordinaria; la exoneración de aportes patronales y personales; la suspensión y prórroga de las elecciones departamentales y municipales; entre otras.
Pero además de estos cambios operativos, la crisis sanitaria nos presenta otros desafíos más complejos, que si bien ya existían, ahora emergen con una magnitud que no pueden eludirse. Entre estos, aparece el aumento de la violencia en diferentes niveles de la vida social, y la necesidad de redescubrir el respeto que merece toda vida humana; la destrucción creciente de puestos de trabajo ante la aceleración del cambio tecnológico, y la necesidad de apostar al emprendimiento, la transformación de las empresas y la capacitación de los trabajadores; el desfinanciamiento de las arcas del Estado y la necesidad de realizar una radical reforma para mejorar la eficacia y eficiencia en el uso de los recursos públicos.
Ante esta compleja situación, nos preguntamos si el Parlamento podrá responder apropiadamente y hacer su aporte específico para afrontar los desafíos que se presentan. Y la respuesta es afirmativa: puede y debe hacerlo. Puede hacerlo porque una vez más la ciudadanía ha demostrado que existe el potencial humano necesario para adaptarnos de la mejor manera a los nuevos tiempos. El pueblo uruguayo ha dado prueba suficiente lo que somos capaces si comprometemos mayores dosis de corresponsabilidad y creatividad. La realidad nos muestra que, si rescatamos esos valores que están en “nuestro ADN”, podemos hacer las cosas mucho mejor y los cambios necesarios para crecer como país.
La enorme mayoría de los uruguayos mostraron su nivel de responsabilidad en el quehacer de cada uno en lo propio. Los médicos y todo el personal sanitario, la policía y el ejército, los productores de alimentos, los empresarios y trabajadores de supermercados, las farmacias y estaciones de servicio, los transportistas, los centros educativos y los docentes, los funcionarios estatales y municipales, todos hicieron lo que había que hacer con responsabilidad para sobrellevar la crisis y evitar daños mayores. En cuanto a la solidaridad, son incontables las campañas de ayuda y las ollas ciudadanas en todos los rincones del país. La cooperación tiene como ejemplo más claro los científicos e investigadores que dejaron de lado sus proyectos particulares para trabajar para la causa común de enfrentar la pandemia. ¿Y los políticos y parlamentarios no deberíamos también estar a la altura de la situación? ¿No deberíamos dejar de lado conflictos menores e intereses particulares para poner todos nuestros esfuerzos en mejorar la vida de todos los uruguayos en momentos tan difíciles?
Las actitudes que han predominado en la sociedad uruguaya en la emergencia sanitaria muestran la verdadera dimensión de un recurso social y político fundamental: la ética y la calidad humana como factores claves para superar la adversidad y contribuir al desarrollo del país, aún en condiciones desfavorables. Y también, en consecuencia, marcan el camino y la dirección correcta que debe seguir el Parlamento para orientar su acción en esta especial situación que nos toca vivir: priorizar el bien común y la colaboración por sobre la competencia electoral.
Para cumplir el claro mandato ciudadano de cuidarnos entre todos, lo primero que debemos atender y advertir es el riesgo de propagación de otros virus, como la polarización y la intolerancia fundamentalista, que especialmente en tiempo de crisis constituyen una seria amenaza. La tentación de apostar a la desestabilización política para huir de la responsabilidad, y alta probabilidad de generar daños irreparables para la economía, la imagen del país y la paz social son un grave problema que late en todas las sociedades. Uruguay ha sido hasta ahora una excepción en la región en este sentido, pero no podemos sentirnos libres de ese peligro. Por el contrario, debemos enfrentarlo, apelando a la reserva moral de nuestra gente, que es la razón principal por la cual nos hemos estado salvando hasta el momento: nuestros valores y nuestra fuerte cultura republicana y democrática. En consecuencia, hace falta ver un Parlamento cumpliendo con su deber de ejemplaridad pública y de responsabilidad cívica.
En segundo lugar, teniendo presente la incertidumbre que vivimos, es preciso un Parlamento que contribuya a dar certezas. Sin callar la diversidad de voces y respetando el legítimo pluralismo, pero cuidando de no fabricar tormentas. Se necesitan signos claros que den esperanza y muestren unidad en los representantes de la ciudadanía. En lugar de crear muros innecesarios, hay que tender puentes porque nos necesitamos unos a otros. Y hace falta tener muy presente estas orientaciones y demandas ciudadanas, en momentos que el Parlamento inicia el tratamiento del proyecto de ley de urgente consideración presentado por el Gobierno por un lado y los presentados por la oposición para enfrentar la emergencia sanitaria por otro. Sin duda, una prueba de fuego, pero a la vez una extraordinaria oportunidad para que el Parlamento se constituya en un autentico lugar de encuentro y unidad entre todos los uruguayos.
La emergencia sanitaria nos trae nuevas exigencias al Parlamento y a la vez, como toda crisis, es una gran oportunidad para hacer de este tiempo una ocasión privilegiada para realizar verdaderas transformaciones que nos permitan recuperar la confianza y la credibilidad perdida. El verdadero desafío no es solo adaptarnos a las mínimas exigencias de la llamada “nueva normalidad”, sino animarnos a un objetivo más ambicioso: una “nueva normalidad” más humana. En tal sentido, el mayor aporte que puede hacer el Parlamento es recoger y encarnar los aprendizajes que esta pandemia nos ha dejado. La mejor lección que nos ofrece esta crisis, nos muestra lo que somos capaces como país cuando los uruguayos cultivamos la amistad cívica, practicamos cultura colaborativa y desarrollamos nuestro potencial para generar inteligencia colectiva. Los resultados ciudadanos están a la vista y le marcan el camino a sus representantes: más puentes que muros, más diálogo que polarización, más pluralismo que fundamentalismo, más cooperación que competencia, más ética que ideologías.
(*) Diputado del Partido Nacional por Montevideo – Espacio 40.